37. Anhelo, memoria, desesperación

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Lady Tsunade le había asegurado que todo había quedado bien entre ellas, pero el ambiente que se respiraba cada vez que estaban juntas, después del beso en su cumpleaños, decía lo contrario. La tensión era palpable, como una corriente eléctrica que recorría el aire. Athena, por su parte, trataba de no pensar en el anhelo que le brotaba del pecho cada vez que la veía; el sabor de sus labios la atormentaba en las noches y la distraía en el día. ¿Cómo se podía vivir después de haber probado el paraíso?

Athena siempre había sido torpe y distraída en las interacciones con los demás, pero podía jurar que la Hokage se tensaba cada vez que se acercaba a ella. Notaba los pequeños detalles: la forma en que lady Tsunade apartaba la mirada, los ligeros titubeos en su voz, los gestos casi mecánicos, los hombros rígidos y el casi imperceptible temblor en sus manos al firmar documentos o al levantar una taza de té en su presencia. Todo hubiese quedado como un producto de su imaginación si no fuese porque Aya indagó al respecto en días posteriores.

—Oye, Athena —dijo con cierta precaución en la voz—. Sé que esto no es de mi incumbencia, pero ¿por casualidad ocurrió algo entre tú y lady Tsunade?

Athena casi entró en pánico. Nadie podía saber que se habían besado.

—No —trató de sonar extrañada por la pregunta—. Nada en particular.

Aya la observó por un momento.

—¿De verdad? —Se pasó la mano por el cabello—. Es que mira que ella siempre se ha comportado de manera diferente contigo, pero en estos últimos días, no sé... —Hizo una pausa—. Si no fuera porque es la lady Tsunade de la que estamos hablando, con un temperamento de mil diablos y la valentía de diez mil hombres, diría que la pones nerviosa.

Athena dejó salir una risita incrédula.

—Fue un chiste, ¿verdad?

Pero no había diversión en el rostro de su compañera.

—No. Y tú no estás mejor. Si sigues así, en poco tiempo toda la aldea sabrá que chorreas la baba por ella.

Ay, eso había sonado como un regaño.

—La cuestión es —continuó Aya— que no sé qué fue lo que pasó, pero espero que puedan resolverlo.

—Gracias por la preocupación, pero todo está bien —lo dijo más para sí misma que para su compañera.

No obstante, las cosas no mejoraron, lady Tsunade se mostraba cada vez más cortante en sus interacciones, sus respuestas eran breves y su tono más frío de lo habitual. Athena trató de culpar al estrés que podría estar experimentando la Hokage debido a sus responsabilidades, pero sabía que se estaba engañando a sí misma; algo había cambiado desde ese beso, aunque no podía precisar qué.

Días más tarde, después de que les fuera asignada una misión de escoltar un cargamento desde el País de la Hierba, Athena sacó fuerza y, al concluir la reunión, le pidió a la Hokage si podían hablar antes de marcharse.

El silencio reinó una vez la oficina se desocupó y quedaron solo ellas dos.

Athena se aclaró la garganta.

—Milady... n-no puedo evitar notar que algo sucede. Dígame, ¿hice algo malo?

Lady Tsunade la miró con una expresión inescrutable. Posó los codos en el escritorio y entrelazó los dedos frente a su mentón.

—No que yo sepa.

—¿La incomodé con... —bajó mucho la voz— el beso?

La mención de lo ocurrido le hizo oscurecer los ojos a la Hokage.

Entre el amor y las sombrasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora