Athena no sabía si sentirse aliviada o preocupada por el hecho de que lady Tsunade no se hubiera vuelto a enamorar. Por un lado, no había competencia; por el otro, no tenía posibilidades de que se fijara en ella (tampoco era como si las tuviera, de todos modos). No iba a negar que sentía una pequeña punzada de envidia del señor Dan —el hombre había sido afortunado de tener el amor de aquella mujer—, pero tenía un profundo respeto y simpatía por el vínculo que la Hokage había compartido con él, el cual había perdurado incluso después de la muerte.
Tales cavilaciones la acompañaban mientras estaba en la tienda comprando unos ingredientes para doña Hana. La anciana se había emocionado y estresado a partes iguales con la noticia de la visita de la Hokage. Le había pedido que le ayudara a limpiar la casa y que le trajera lo necesario para un banquete. Athena aún estaba sorprendida por toda la energía y vitalidad que había desplegado.
Al volver a casa, le ayudó a preparar la cena. En realidad, debería haber sido Athena la encargada de todo eso, pues, técnicamente, la visita era para ella, pero doña Hana se había tomado el papel de anfitriona con mucha seriedad; era su casa, después de todo.
A las seis de la tarde, llamaron a la puerta. Athena respiró hondo y fue a abrir. Era imposible pedirle a su mente y cuerpo que detuvieran esa sensación de anticipación. Hacía todo lo posible por que no se le notaran sus sentimientos, pero nunca había tenido lo que llamaban una «cara de póker». Estaba muy agradecida con lady Tsunade por comprenderla y permitirle estar cerca de ella, aun cuando a veces sus emociones la traicionaban y los filtros dejaban pasar una que otra palabra.
Abrió la puerta.
—Milady —saludó e inclinó la cabeza.
—Hola, Athena —respondió lady Tsunade con una gran sonrisa.
Sintió que se le aflojaban las rodillas. ¿Alguna vez iba a dejar de sentir eso cuando lady Tsunade le sonreía? Sin querer, sus ojos se deslizaron a los labios de la Hokage y se quedaron allí.
Una voz a su espalda la sacó de su embelesamiento.
—Muchacha, no seas grosera, deja pasar a la Hokage. —Doña Hana digirió su atención a lady Tsunade e hizo una reverencia—. Le pido disculpas, lady Hokage. Estos muchachos de hoy en día no tienen modales.
Athena abrió la puerta de par en par y se hizo a un lado.
—No se preocupe, Hana. Más tarde le daré un buen tirón de orejas a esta chica —dijo lady Tsunade mientras entraba. Luego le guiñó un ojo a Athena.
¿El aire era tan necesario? Si las rodillas de gelatina no eran suficientes, a sus pulmones se les estaba olvidando cómo respirar. Pero ¿qué le estaba ocurriendo? Sí, era cierto que tenía ciertas reacciones a la cercanía de la Hokage, pero esa tarde la estaban golpeando con más fuerza.
No supo que había estado totalmente sumergida en sus pensamientos hasta que regresó al momento y notó que lady Tsunade ya estaba sentada en el sofá y doña Hana la estaba llamando desde la cocina.
Fue a ayudarle a preparar el té y luego lo trajo a la mesita en el centro de la sala.
Lady Tsunade le dirigió una mirada curiosa.
—¿Estás bien? Te noto un poco distraída.
Athena esbozó una sonrisa apretada...
—Sí, señora. Quizá solo sea el cansancio. Ayer el maestro Gai me hizo sudar...
—No, no —intervino doña Hana—, nada de hablar de misiones ni entrenamientos. La Hokage vino a relajarse, no a que le diéramos más problemas.
Athena le regaló una sonrisa de disculpa.
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Entre el amor y las sombras
Fiksi PenggemarTsunade Senju, la poderosa y atormentada Quinta Hokage de Konoha, tras años de aislamiento emocional, se enfrenta a la posibilidad de amar nuevamente. La aparición de Athena, una joven con un pasado doloroso y un misterioso poder, sacude las barrera...