51. Con solo un beso

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Mientras sellaba documentos, las imágenes de la noche anterior le volvieron a la mente por millonésima vez. Una sonrisa se le dibujó en los labios al recordar el pícnic que Athena le organizó en la Roca Hokage. La chica había sido increíblemente creativa: colgó linternas de papel en las ramas de árboles cercanos, situó una manta en un claro al pie de las imponentes figuras de los Hokages, adornó con flores frescas y preparó una canasta con diferentes bocadillos.

Se levantó de la silla y se giró para ver a través de la ventana. Se llevó la punta de los dedos a los labios. Los besos que le había dado a Athena a la luz de la luna aún le calentaban el vientre. Se estaban tomando las cosas con calma, pero era difícil resistirse cuando la chica tenía esos detalles y la besaba como si fuera la mujer más hermosa del planeta.

Dirigió la mirada al bosque, al otro lado de la aldea, imaginando a Athena entrenando con Sakura en ese momento. Los últimos días, no había podido ir a supervisarlas. Si bien Sakura ya no era rival para Athena, podía ayudarle a regular sus ataques y tener un control más preciso sobre el chakra púrpura.

Escuchó que abrían la puerta.

—Milady.

Se giró para mirar a Shizune, que traía algo en las manos que le hizo acelerar el corazón.

—¿Sí? —preguntó con curiosidad y expectación.

—Le enviaron esto —replicó, ofreciéndole la maceta.

Tsunade la tomó y la observó detenidamente. Era un ciclamen de color rosa intenso con visos violeta. Entre las hojas, había una tarjeta. La sacó con manos temblorosas y la leyó:

Sin embargo, todavía dudo de esta buena suerte porque el cielo de tenerte me parece fantasía.

A.

—Esa chica sabe conquistar, ¿no? —comentó Shizune con una sonrisa cómplice.

Tsunade aún contemplaba la flor con el corazón lleno de emoción. Athena le estaba asegurando que sus sentimientos eran profundos, sinceros y duraderos. Era una promesa de amor que iba más allá de las palabras.

—Sí, sabe cómo llegar al alma —susurró.

La puerta se abrió por segunda vez.

—Tenemos que hablar.

Tsunade suspiró, dejando la hermosa flor sobre el escritorio, y volteó a ver a los consejeros. El buen humor y el dulce calor en el pecho le duraron lo que los ancianos se demoraron en explicarle el tema que querían tratar.

***

Athena iba caminando sobre una nube; las últimas dos semanas habían sido de ensueño. Habían tenido tres citas, y cada vez se sentía más enamorada y embelesada con lady Tsunade. Después de aquella conversación en su apartamento, la Hokage ya no se contenía en sus comentarios coquetos ni frenaba el contacto físico. Habían sido discretas, eso sí, porque aún no deseaban que nadie lo supiera.

Al llegar a la puerta de la mansión, divisó a sus compañeros de equipo.

—¡Athena! —gritó Ren, agitando una mano.

Los otros dos se giraron hacia ella y la saludaron con una sonrisa.

—¿A ustedes también los convocaron? —les preguntó con confusión.

—Sí —respondió Aya—. Nos llegó el mensaje hace unos momentos.

Se encogieron de hombros y subieron a la oficina de la Hokage. Sin embargo, mientras caminaban por el pasillo, Athena comenzó a sentir algo extraño en el aire. Era una tensión, una ondulación de energía que le ponía la piel de gallina. Sacudió la cabeza y trató de no prestarle atención, pero el sentimiento persistía, intensificándose con cada paso.

Entre el amor y las sombrasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora