36. La resolución

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Tsunade no era conocida por su paciencia y control de los impulsos. De hecho, su adicción a los juegos de azar era la prueba viviente de que su autocontrol era más bien blandengue. En su defensa, podía decir que el beso lo venía pensando desde hacía tiempo, así que no podía catalogarse como solo un «impulso».

En el momento en que Athena le besó la mejilla, supo que su entereza había llegado al límite. Llevaba meses torturándose, con la duda de si lo que sentía no era más que una confusión o una crisis de la mediana edad. Además, después de lo ocurrido en las aguas termales, el torrente de emociones se había vuelto casi insoportable. Necesitaba confirmar sus sentimientos.

—Aún queda algo —le dijo a la chica mientras esta se dirigía a la puerta.

Athena se giró. Su expresión era toda confusión.

—¿Más?

Tsunade tomó aire. ¿Quién creería que la gran Sannin y Quinta Hokage de Konoha estaba casi temblando como una hoja ante la idea de besar a una chica?

—Sí. Un deseo. Esta noche puedo concederte un deseo.

Eso pareció confundirla más.

—Pero hoy tuve más de lo que imaginaba. No deseo nada más. —Era la Athena respetuosa la que hablaba, no la que se la había devorado con la mirada aquella vez en las aguas termales.

—¿Estás segura?

Athena abrió mucho los ojos.

—Milady, creo que tomó más de la cuenta, no...

«Caballerosa hasta el final», pensó Tsunade.

—¿Tantas noches bebiendo conmigo y no te habías dado cuenta de que puedo recuperar la sobriedad a mi voluntad? —sonrió.

Eso pareció sorprender a la chica; a veces era muy distraída.

—Así es —continuó Tsunade mientras se le acercaba—. Mira, ya no tengo ningún indicio de licor en mi cuerpo.

Athena la observó.

—Ah...

Una vez estuvo parada frente a la chica, sintió que se le debilitaban un poco las rodillas.

—Entonces, ¿qué deseas?

—Yo... —Athena dirigió la mirada hacia sus labios.

—Eso te lo puedo conceder —le dijo en voz baja, sintiendo una descarga de anticipación—. Solo por hoy.

Vio muchas emociones pasar por el rostro de Athena: incertidumbre, deseo, miedo. Tsunade, por su parte, no estaba mejor; tenía el corazón acelerado y la boca seca. Le gustara o no el beso, eso acarrearía diferentes inconvenientes.

Athena pareció tomar una decisión, dio un paso hacia ella y se inclinó. Sin embargo, no llegó a rozar sus labios, fue la misma Tsunade quien tuvo que iniciar el beso. Al primer contacto, un escalofrío le recorrió la espalda, erizando cada vello de su piel. Solo llevaban unos segundos en esa danza de labios, pero los suficientes para que Tsunade comprendiera que no se trataba de una confusión, de hecho... En ese momento, empezó a sentir que Athena se alejaba. Ah, no, eso no lo podía permitir. La agarró de la chaqueta, la haló hacia ella y susurró:

—No te contengas, Athena.

El segundo beso le derritió el estómago. Las manos de Athena se deslizaron por sus caderas y tiraron de ella, haciendo que sus cuerpos encajaran a la perfección. Y esa misma chica tímida y reservada procedió a devorarle la boca con una intensidad inesperada, explorando con la lengua cada rincón, delineando su labio inferior antes de morderlo levemente.

La proximidad, la calidez compartida, la suave presión de los pechos de Athena contra los suyos... Cada roce, cada caricia la empujaba al borde de un precipicio, a punto de encenderla en llamas. Sus manos, casi por instinto, subieron por los brazos de la chica, sintiendo la firmeza de los músculos contrastar con la piel tersa bajo sus dedos.

Cada nervio en el cuerpo de Tsunade estaba alerta, y el caos de sensaciones en su mente la arrastraba sin remedio. Podía escuchar sus respiraciones agitadas y los gemidos en el fondo de la garganta. ¿Cuándo había sido la última vez que la habían besado de esa forma? ¿Desde hacía cuánto no se convertía en brasas ardientes en los brazos de otra persona? Ya ni siquiera recordaba los besos que había compartido con Dan.

El nombre fue como un baldado de agua fría y la llevó de vuelta a la realidad. ¿Qué estaba haciendo?

Se retiró suavemente del beso, procurando no darle la impresión a Athena de que había hecho algo malo. La chica aún tenía los ojos cerrados, sus mejillas estaban sonrojadas y respiraba de manera superficial; la visión estremeció a Tsunade, y su corazón se aceleró aún más. La pasión y ternura que sintió en ese momento le aseguraron que sus sentimientos eran más profundos de lo que había anticipado. Y, por alguna razón, esa revelación activó una emoción que había estado evitando durante años, desde la muerte de Dan: culpabilidad. El hecho de que su corazón latiera de esa manera por alguien más, además de él, la hacía sentir como si le estuviera siendo infiel.

El torbellino de emociones era casi insoportable. ¿Cómo podía permitir que sus sentimientos por Athena florecieran cuando aún sentía el peso de la pérdida de Dan? ¿Qué clase de traición era esa a su memoria?

Le acunó la mejilla a Athena —que abrió los ojos ante el contacto— y tragó saliva.

—Ya es hora de irme —murmuró.

Eso pareció sacar a la chica del ensimismamiento en el que se encontraba.

—L-la acompaño, milady —ofreció con voz ronca.

Tsunade negó con la cabeza.

—Prefería irme sola.

Un atisbo de miedo parpadeó en los ojos de Athena.

—Yo... ah... ¿Todo está bien? Entre nosotras, quiero decir.

Tsunade se engulló la agitación y sonrió.

—Por supuesto. Nada ha cambiado. Espero te hayan gustado los regalos de cumpleaños.

—M-me encantaron —y se sonrojó aún más.

Tsunade se encaminó hacia la puerta antes de que el deseo de volver a besar a la chica la embargara.

—Buenas noches, Athena —se despidió sobre su hombro.

El frío de la noche calmó un poco sus emociones, permitiéndole pensar con más claridad. El aire helado le mordía la piel, pero esa sensación física era un alivio comparado con la conmoción en su interior. Sus sentimientos por Athena eran intensos, una mezcla de fervor y dulzura que la hacía sentir viva de una manera que no había experimentado en años. Sin embargo, esa misma intensidad estaba manchada por un remordimiento abrumador.

La pregunta era: ¿qué hacer desde ese momento en adelante? «Nada», le susurró una voz en su mente. Por más que correspondiera a los afectos de la chica, nada podía salir de ellos. Si no era suficiente el hecho de que sentía algo por otra mujer, que, por cierto, era casi 30 años menor que ella, su deuda con Dan y su posición como Hokage no le permitirían explorar una relación amorosa.

Miró las estrellas, sus destellos fríos y distantes reflejaban la resolución en su corazón. La realidad era cruel y complicada, por lo que debía enterrar aquellos sentimientos por el bien de ambas. Su vida estaba dedicada a proteger a la aldea, a honrar la memoria y el sueño de Dan, y no podía permitirse el lujo de seguir sus propios deseos, por más profundos y verdaderos que fueran.

Entre el amor y las sombrasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora