44. Te deseo

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Aún estaba oscuro cuando llegó al bosque. Se había despertado muy temprano y había decido empezar con el entrenamiento por su cuenta. Tenía que dar su mejor esfuerzo, incluso si había sufrido una de esas noches de insomnio.

El recuerdo de la noche anterior le hizo arder las mejillas. Ella era una chica tímida pero no mojigata, así que pensar en la masturbación no era lo que le producía esa reacción, sino las fantasías con las que se había inspirado. La visión de la blusa mojada, pegada a esa parte del cuerpo de lady Tsunade, le había renovado la pasión y los deseos de tocar y...

El ruido de unos pasos la sacaron de sus pensamientos. Se tensó por un momento, pero, apenas escuchó el «Hola, Athena» de lady Tsunade, se relajó... por una fracción de segundo, pues la vergüenza la embargó en el instante en que vio el rostro de la Hokage.

Tragó saliva e hizo un gran esfuerzo por engullirse el nerviosismo y enfocarse en lo que su maestra iba a enseñarle.

—B-buenos días, milady.

La Hokage no perdió tiempo y empezó a explicarle en qué consistía el entrenamiento de esa mañana. Sin embargo, Athena tomó nota de que había llegado antes del amanecer y de que había algo extraño en la manera en que hablaba y gesticulaba. Evadía su mirada, la voz le temblaba ligeramente y ¿tenía las mejillas sonrojadas? Era un poco difícil asegurarlo debido a la falta de luz. ¿Acaso lady Tsunade estaba nerviosa? ¿Enferma?

Athena se acercó más a ella.

—¿Se encuentra bien, milady?

—Sí, claro. —Trató de sostenerle la mirada, pero, después de un segundo, se fijó en el árbol más cercano.

Athena la observó. Su actitud era un poco parecida a la que había tenido después del beso en su cumpleaños. El miedo la recorrió, ¿y si lady Tsunade volvía a alejarse?

—¿M-milady?

Lady Tsunade posó los ojos en ella y se mordió el labio inferior. Y fue en ese instante que Athena reconoció lo que era. ¿Acaso ella no había tenido una actitud parecida la primera vez que se había tocado pensando en la Hokage? La comprensión de que habían estado haciendo exactamente lo mismo la noche anterior le produjo un escalofrío que le recorrió toda la espalda, y sintió lava en la boca del estómago.

—No me mires así —exhaló lady Tsunade.

—¿D-disculpe?

—Puedo ver lo que estás pensando. No debemos...

Sin embargo, Athena no escuchó más. Tal como había ocurrido aquella vez de la prueba, con la luz del amanecer, la belleza de lady Tsunade se intensificaba. Sintió un leve estremecimiento en su interior, como si se estuviera abriendo una puerta hecha de concreto.

—¿Athena?

—Milady... yo... —Dio un paso hacia ella.

—No podemos... —susurró la Hokage.

—Lo sé. Pero lo desea, ¿verdad?

Lady Tsunade no respondió, aun así, Athena lo leyó en su mirada. Dio un último paso y quedó a pocos centímetros de ella. Después de todo lo que se había imaginado hacía solo unas horas, añoraba un poco de realidad. Levantó la mano y le acunó el mentón.

—¿Puedo? —preguntó mientras la miraba a los labios.

La Hokage cerró los ojos y asintió, así que Athena no perdió tiempo y se inclinó.

***

Tsunade debería haberse negado; el remordimiento de la noche anterior aún se aferraba a ella como una sombra persistente. Sin embargo, de alguna manera, era débil ante Athena; se doblegaba ante su mirada y sus palabras.

Entre el amor y las sombrasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora