8. Me gusta hablar con usted

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Athena caminó hacia la posada con las palabras de la Hokage dándole vueltas en la cabeza. ¿De verdad podría llegar a confiar en ella? El miedo a abrirse a alguien y a no ser comprendida siempre estaba presente. Su historial de amistades no era muy extenso, y los pocos amigos que había tenido la habían traicionado o abandonado. ¿Y si formaba ese lazo y luego se disipaba como los demás? El riesgo era demasiado grande. La soledad que la acompañaba la hacía sentir miserable, pero al menos era cómoda.

Unas cuantas semanas transcurrieron sin que pudiera ir por libros a la oficina de la Hokage, pues, entre el entrenamiento y el trabajo, no le estaba quedando tiempo para estudiar. No obstante, un miércoles en la noche, la vio entrar de nuevo al bar. El corazón le dio un vuelco; no le prestó mucha atención a ese hecho, pues era obvio que se debía a los nervios que siempre sentía en su presencia; lo que sí la sorprendió fue la sensación de calor en el pecho y la sonrisa que tiró de sus labios. ¿Esos nervios eran de alegría? ¿Estaba contenta de ver a la Hokage después de tantos días? Eso era un desarrollo nuevo y peligroso.

Se tragó la emoción y corrió a la mesa donde esa mujer despampanante, no, es decir, la Hokage, se encontraba.

—E-es bueno verla de nuevo, señora Hokage —se oyó decir. Se mordió el labio. Ay, cómo quería golpearse.

—Hola, Athena —la saludó con una sonrisa—. Llevábamos varios días sin vernos. ¿Todo va bien?

—S-sí, señora. Solo un poco ocupada con el entrenamiento y el trabajo.

—Me imagino. —Se pasó la mano por el cabello—. ¿Puedes traerme una botella de sake?

Athena asintió y se digirió a la barra. Desde allí, pudo ver que un hombre se aproximaba a la Hokage. ¿Un conocido suyo? No, ella no se estaba comportando con su habitual cortesía, parecía molesta, y las intenciones del hombre eran evidentes.

Algo se movió en su interior y, sin siquiera pensarlo, caminó a grandes zancadas hasta ellos y puso el sake en la mesa. Después, volteó a mirar al hombre, y algo tuvo que haber visto él en su mirada, pues se disculpó y se alejó. Cuando se giró para mirar a la Hokage, esta tenía los ojos clavados en ella. A Athena se le cortó la respiración. ¿Tal vez había malinterpretado la situación?

—Me... me... disculpo, creo que los he importunado. —Sentía que toda la sangre se le había subido al rostro.

—No lo hiciste. —La Hokage ladeó un poco la cabeza—. ¿Creíste que me estaba molestando?

—Yo... este... no sé... usted no se veía cómoda.

—No lo estaba. —Se sirvió una copa de sake y se la bebió—. Aunque me sorprendió que vinieras a mi rescate. —Sonrió de medio lado.

—Mil disculpas si crucé una línea. —Athena se sentía mortificada.

—En realidad, fue muy dulce de tu parte, mi heroína —dijo en tono de burla.

Athena quería que la tierra se abriera y se la tragara. La Hokage no necesitaba que nadie la rescatara de hombres coquetos, tenía la fuerza para cuidarse sola.

—D-debo regresar al trabajo, c-con permiso.

Hizo el ademán de girarse, pero una mano en su antebrazo la detuvo.

—Solo estaba bromeando, Athena, no te lo tomes a mal. Es cierto que no había necesidad de que vinieras a salvarme, pero aprecio el gesto.

—P-por supuesto, señora Hokage.

—Ya no me llames así.

Athena alzó la cejas.

—¿Cómo le gustaría que la llamase entonces?

Entre el amor y las sombrasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora