33. Me gusta cómo me acaricias

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Después de perder de vista a lady Tsunade, se volvió a sentar. La corriente de emociones competía con las aguas frente a ella. Había tenido a la mujer que le gustaba recostada en su regazo, acariciándola con ternura; y, para su asombro, lady Tsunade se había sentido tan tranquila junto a ella que hasta se había quedado dormida.

Se llevó la mano a la mejilla; era la segunda vez que la Hokage la besaba, y el hormigueo en su piel aún persistía. No podía evitar que su corazón latiera más rápido ni que en su pecho se encendiera esa calidez cada vez que estaba con ella. No obstante, a pesar de sus sentimientos, también se alegraba de haber hecho algo por ella, de haberle regalado un momento de paz.

Se detuvo a reflexionar por un instante. Quizás esa era la forma en que podía retribuirle todo lo que aquella mujer había hecho por ella.

Puso en práctica su teoría, días después, cuando le tocó la revisión trimestral. En el momento en que atravesó la puerta del cuarto de hospital, reconoció la expresión de estrés de lady Tsunade: el ceño fruncido y los hombros rígidos mientras se mordía la uña del pulgar.

Pasaron por todas las preguntas de rutina y el examen físico.

—¿El chakra púrpura ha vuelto a manifestarse? —le preguntó lady Tsunade mientras volvía a su silla.

—No, milady. —Se estaba poniendo la camisa—. Kenji no me ha vuelto a sacar de quicio —trató de bromear, pero la Hokage no sonrió.

—Todo está normal. Estás sana. —Cogió la historia clínica y empezó a tomar apuntes.

Athena la observó.

—Milady, ¿se encuentra bien?

Lady Tsunade alzó la mirada.

—Sí, solo he tenido mucho trabajo.

Normalmente, aceptaría esa respuesta: su timidez no le habría permitido indagar más. Sin embargo, si deseaba serle útil a la Hokage, debía ser más valiente.

Se acercó a ella.

—La noto un poco tensa.

Lady Tsunade se pellizcó el puente de la nariz.

—No es nada, Athena. Solo son las responsabilidades.

—¿Hay algo que pueda hacer por usted?

La Hokage negó con la cabeza.

—Son situaciones de la aldea y esas cosas. Estaré de mejor humor en cuanto logre encargarme de unos asuntos.

Athena no se dejó amedrentar. Tomó aire y preguntó:

—Milady, ¿sería muy atrevido de mi parte si le pidiera un abrazo?

Lady Tsunade pareció reflexionar sobre eso por unos segundos, luego se puso de pie y la envolvió en sus brazos.

Athena suspiró. El calor del cuerpo de aquella mujer siempre era un bálsamo para su corazón. Con cuidado, le rodeó la cintura y trató de apagar sus propias sensaciones; no lo estaba haciendo para su deleite, sino para confortar a lady Tsunade.

Comenzó a subir y bajar las manos por la espalda de la Hokage, con suavidad, sin prisa. Con cada caricia podía sentir que la mujer se relajaba gradualmente e incluso se acercaba más a ella en busca de confort. Athena cerró los ojos e invocó a todos los dioses de los que había oído para que su cuerpo no reaccionara.

El espacio entre ellas desapareció por completo; podía sentir cada contorno del cuerpo de lady Tsunade contra el suyo. Con un repentino torbellino de emociones encontradas, decidió que no podía permitir que la situación continuara de esa manera; no era correcto ni respetuoso que se sintiera de esa manera. Dio un paso atrás y, ante la mirada confundida de lady Tsunade, le acunó la mejilla con ternura y se inclinó para darle un beso en la sien. El gesto inesperado hizo que la Hokage jadease de sorpresa.

Entre el amor y las sombrasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora