40. ¡Porque la quiero!

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Los días pasaban y, poco a poco, Athena fue recuperándose. El dolor casi había desaparecido y logró moverse sin dificultad, así que le dieron de alta para que continuara su recuperación en casa. Doña Hana la cuidó con esmero, y sus compañeros la visitaban con regularidad, trayendo consigo pequeñas alegrías momentáneas.

No obstante, la tristeza que se arraigó en Athena debido al distanciamiento de la Hokage la estaba llevando lentamente hacia un precipicio. Su melancolía aumentó después de la reunión que tuvo con ella, los consejeros y algunos ninjas. Se sintió como un paria, señalada y acusada por aquellos ancianos, que ni siquiera la conocían. Lo que había sucedido en aquella habitación aún retumbaba en su cabeza.


Entró a la sala de reuniones con el corazón acelerado. Las miradas de los consejeros se clavaron en ella como agujas. Lady Tsunade estaba sentada al frente, con rostro inescrutable, pero Athena podía sentir la tensión en el aire. Se colocó al lado de la Srta. Shizune, quien le ofreció una mirada de apoyo antes de que comenzara la reunión.

Uno de los consejeros, un anciano de rostro severo, cabello y barba gris, fue el primero en hablar:

—Athena, hemos recibido informes preocupantes sobre tu reciente comportamiento y el peligro potencial que representas para la aldea. Este consejo está aquí para discutir las medidas necesarias.

Sintió que un nudo se le formaba en el estómago mientras escuchaba las palabras del consejero. Sus ojos se desviaron hacia lady Tsunade, buscando algún signo de apoyo, pero la Hokage mantenía una expresión tensa, evitando su mirada.

—Lo sucedido durante el ataque a tu equipo es solo el último de una serie de incidentes preocupantes —continuó el anciano—, y no podemos ignorar el hecho de que tu poder parece ser inestable y peligroso.

—Es cierto. Ya has atacado a otros shinobis de la aldea. ¿Cómo podemos confiar en que no perderás el control de nuevo? —intervino la otra consejera, una anciana también de cabellos cenizos, recogidos en un moño.

Abrió la boca para defenderse, pero las palabras no salieron. Sentía una mezcla de vergüenza y desesperación mientras los consejeros continuaban con sus acusaciones.

—Athena ha demostrado su lealtad a Konoha. Sus acciones nunca le han traído consecuencias negativas a la aldea —dijo lady Tsunade, intentando calmar la situación.

—Eso no cambia el hecho de que es un riesgo —replicó el primer consejero—. Y debemos considerar la seguridad de toda la aldea. Hemos decidido que Athena no podrá participar en misiones fuera de Konoha hasta que se explore y controle completamente ese poder que parece poseer.

El golpe final vino cuando la anciana consejera, con una voz helada, añadió:

—También debemos discutir la responsabilidad de Tsunade en este asunto. Al aceptar a alguien con un poder tan inestable en la aldea y no informar adecuadamente al consejo, ha demostrado una falta grave de juicio.


El corazón de Athena se había roto al escuchar esas palabras. ¿Cómo se habían atrevido a culpar a lady Tsunade? La mujer no había hecho más que protegerla y mostrarle bondad. Si no había dicho nada al respecto era porque la situación no se veía tan grave. Sin embargo, a medida que aquellos ancianos describían su condición, hasta ella misma había empezado a considerarse un peligro. Ya en una ocasión había atacado a Neji y al maestro Gai; también había asesinado a los ninjas que venían tras la princesa, y ni siquiera recordaba haberlo hecho. Al parecer, a medida que se hacía más fuerte, ese poder también crecía. ¿Y si algún día perdía el control y atacaba a sus compañeros de equipo? ¿Y si solo le estaba causando molestias a lady Tsunade y a la aldea? Jamás podría perdonarse si lastimaba a alguno de ellos.

Entre el amor y las sombrasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora