I. Un caótico accidente

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Juanjo llevaba tres años escuchando el mismo discurso de su amigo. ¿Acaso no podía entender que no le iban los hombres? No lo iba a negar, había intentado sentir atracción por algún chico, pero hasta ahora no había tenido resultado alguno. Después de tanto tiempo, ya se lo tomaba con humor; era obvio que su amigo solo lo hacía por molestarlo y, quizás, también un poco para no perder la esperanza.

—Bueno, Juanjo, si miraras más allá y no te negarás al maravilloso mundo de la bisexualidad, tendrías muchas más opciones para ligar, pero ajam, NO QUIERES —bufó Álvaro en uno de sus múltiples intentos de convencer a Juanjo de que saliera con chicos, y, si fuera posible, con él también.

Juanjo rió.
—Supéralo ya, Alvarito. Pensé que ese tema ya era pasado.

Ambos chicos caminaban hacia la universidad, donde tuvieron que separarse para ir a sus respectivas clases.

—No puedo superarlo —lloriqueó Álvaro en tono dramático—. Eres demasiado para ser solo para las mujeres.

Juanjo negó con diversión.
—Me voy ya. Nos vemos por la tarde —le dio un beso en la mejilla, dejando a Álvaro rodando los ojos.

También había intentado plantearse la idea de darle una oportunidad a Álvaro, ya que todo su entorno sabía que estaba enamorado de él desde que lo conoció en las Fiestas del Pilar hace tres años en Zaragoza. Sin embargo, tampoco funcionó; no podía verlo con otros ojos que no fueran los de una amistad sincera. Con el paso de los años, esa amistad se había convertido en lealtad y protección mutua, y Bea había llegado como un regalo de esa gran unión que formó con el sevillano.

En sus 20 años, Juanjo había sido muy reacio a compartir detalles sobre sus relaciones. Solo había tenido dos novias, de las que supuso estar enamorado, pero con ninguna sintió remordimiento al romper la relación. Siempre creyó que no le gustaban los compromisos, por lo que solo tenía deslices y líos de una noche, pero no con cualquiera. Juanjo, después de todo, tenía decencia, por lo que sus líos eran con sus "amigas especiales", como las llamaban sus mejores amigos.

Ese día por la tarde, en su cafetería favorita de la ciudad, Álvaro y Bea compartían su café mientras esperaban que el tercer miembro de su grupo llegara.

—Bea, no lo entiendes, era perfecto. Por un segundo, creí que había superado a Juanjo...

—¡Wow, entonces sí te tuvo que gustar demasiado! —su amiga lo interrumpió.

—Claro que me gustó demasiado, pero a ver, nada hará que deje de resistirme a mi primer crush, es im...

Un golpe fuerte interrumpió al enamoradizo en su alegato, haciendo que el sevillano tirara su recién comprado Ice Latte. Su amiga soltó carcajadas burlonas.

—Lo siento, lo siento.
—Lo sentimos mucho, de verdad.
—Discúlpanos, no te vimos.
—Te compraremos otro, fue un accidente.
—Lo sentimos de verdad.

Dos voces melódicas empezaron a hablar al mismo tiempo mientras intentaban limpiar el desastre que el café había ocasionado en su camisa. Tras unos juegos bruscos de cosquillas, el alto muchacho acabó golpeado y sin café.

—Ya está bien, tranquilos —rió Álvaro—. Aceptaré el café, que era, por cierto, un Ice Latte pequeño, pero ahora lo quiero grande —demandó.

—Claro, está bien. Vas tú, Martin, que fuiste tú quien empezó —soltó la pequeña pelirroja.

El recién mencionado abrió la boca, indignado.

—Qué sinvergüenza eres, Rossana, pero valeee, ya voy.

Mientras la pelirroja sonreía tímidamente, miraba a los que tenía al frente.

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