IV. Lucas Lucas Lucas

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—Y para mí... —Martin miraba concentrado la carta para después levantar la mirada hacia el camarero—. Una cita contigo, si es posible —soltó, descarado.

Juanjo tragó saliva. No era la primera vez que venía a esta terraza para un tardeo después de clase en grupo, y tampoco era la primera vez que presenciaba la coquetería del vasco en todo su esplendor hacia otros que no fuera él.

De hecho, conocía perfectamente al camarero de la terraza a la que ya frecuentaban; según le había dicho Ruslana, se llamaba Lucas. La chica había mencionado en una oportunidad que era un amigo cercano y que siempre jugaban así. Eso, por supuesto, no lo tranquilizó.

—Claro, guapetón, contigo hasta el fin del mundo —el camarero le guiñó un ojo y le despeinó el pelo, haciendo que el vasco sonriera aún más.

Era su instinto; tenía el mismo humor que su mejor amigo, del que ya eran más que frecuentes esos comentarios. Lo mismo sucedía con Ruslana, quien tampoco se cortaba ni un pelo. Pero tener que verlo, concretamente a Martin, lo sacaba de sus casillas. Ver cómo levantaba las cejas, achicaba los ojos y sonreía a otros creaba un cortocircuito en su cabeza.

Después de pagar, y cuando el grupo ya estaba a punto de irse, el camarero, Lucas, los alcanzó corriendo con un papel en la mano.

—Chicos, esperen —les dijo, respirando agitado—. Esta noche voy a tocar en un sitio muy wanchis—sonrió, tímido—. Si quieren venir y, no sé, apoyar el arte... —les invitó riéndose mientras les entregaba el papel—. Sería bonito verlos por allí.

Ruslana lo miró con una ternura exagerada.

—Ay, cariño, claro que iremos —dijo mientras cogía el papel—. De hecho, ya te vimos una vez con Kiki y Martin —contó, señalando a sus amigos.

—¡Es verdad! —soltó, ilusionado, el de bigote—. No me lo pierdo por nada, Luqui —le guiñó un ojo. El resto del grupo asentía y preguntaba por el repertorio.

Al salir del establecimiento, Kiki se acercó a Juanjo.

—Lo que querías, Juanji, al fin iremos a un concierto juntos —dijo mientras lo abrazaba caminando.

Juanjo quiso bufar por lo irónico que sonaba. En esos momentos no era exactamente lo que más quería; es más, no le apetecía nada tener que ver cómo Martin... y el resto, claro, babeaban por el camarero, ahora convertido en cantante de rock. Así que solo sonrió y asintió, devolviéndole el abrazo.

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Lucas era bueno. Cantaba muy bien, el cabrón; tenía un repertorio que iba desde canciones viejas que todo el mundo conocía hasta los hits del momento. Activó a todo el lugar en la primera canción y logró que todos los presentes saltaran y corearan cada una.

Además, cuando llegó y los vio allí dentro, se alegró de verdad y, como si fuera poco, les consiguió un espacio privado donde podían observar el show y bailar con más comodidad, sin estar en medio de la multitud.

Kiki y Bea bailaban por su lado, saltaban y gritaban cada vez que Lucas presentaba alguna de sus canciones favoritas. Álvaro estaba ligando con el tipo que tenía al lado, haciéndole comprar cubatas para todos. Ruslana, por otro lado, estaba concentrada en su móvil en una esquina del apartado. Y Martin, junto a Juanjo, escuchaba y cantaba las canciones que conocía.

En un cambio de canción, Kiki se acercó sudando de tanto saltar.

—Este tío debería estar llenando estadios —dijo, contenta—. ¡Fuck, this is my song! —gritó y volvió con Bea.

Juanjo puso los ojos en blanco.

—A ver, que son covers, para llenar estadios se necesitan canciones propias —soltó con un poco de maldad.

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