XXVIII. Amigos

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Juanjo despertó con un dolor de cabeza insoportable; demasiadas emociones habían pasado por él en un solo día.

Al comenzar su relación clandestina con Martin, Juanjo tenía claro que esto tenía fecha de caducidad. De hecho, se lo había planteado de muchas maneras. Al principio, pensaba que ambos obtendrían lo que querían y luego quedarían como amigos, como si nada hubiera pasado. Con el tiempo, imaginaba que la situación se volvería cansina y repetitiva, y que cualquiera de los dos se aburriría, volviendo a ser solo amigos. Unos meses después, empezó a creer que la única posibilidad era que lo que tenían terminaría porque uno de ellos confundiría las cosas, y para no salir heridos, decidirían mantener solo la amistad. Pero últimamente, la única posibilidad que Juanjo veía para terminar con sus encuentros era que Martin encontrara el amor en otra persona, porque él jamás se cansaría. Eso era un hecho. Sin embargo, estaba dispuesto a dejarle el camino libre y, al menos, mantener su amistad.

Ninguna de las opciones que había contemplado para terminar se dio en realidad. Y quizá por ese motivo se sentía tan fatal ese día en particular: jamás pensó que su amistad con su mejor amigo determinaría la aventura que estaba teniendo con el vasco.

Por otra parte, que Martin lo hubiera empezado a ver nada más como un juguete sexual le afectó en el ego, pero no podía juzgarlo. Ambos sabían en lo que se estaban metiendo y conocían las consecuencias. De todas maneras, se arriesgaron y decidieron jugar con fuego. Solo que no asimilaba que el que terminó quemándose fue él. No solo había roto el corazón de su mejor amigo, también había roto una parte del suyo por confundir las cosas y creer que lo que tenía con Martin era especial.

Juanjo se levantó de la cama a regañadientes, no tenía ganas de hacer nada, solo quería continuar pensando en todo lo que había pasado el día anterior. Decidió darse una ducha para relajarse un poco.

¿Quién era él para juzgar a Martin? Al menos fue sincero a tiempo para poder recuperar la amistad de su mejor amigo. Y eso era lo peor de todo, ni siquiera estaba pensando en Álvaro en ese momento; su cabeza solo repetía una y otra vez a cierto vasco de bigotes terminando su acuerdo.

Al salir de la ducha, revisó su móvil, esperando encontrar algún mensaje de Martin o de Álvaro, pero solo encontró algunos en el grupo que tenían en común.

| Kikita ha enviado una foto

| Friends, esta noche inauguran esta discoteca, ya nos puse en lista, ¿ready? — Kikita

| Me encanta, esta noche os quiero completos, alejaos de los trasteros — Beus

| Previas en mi casa, mis padres ya me quieren — Kikita

| Ahí nos vemos, cuenta conmigo y con Martin — Rus

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Ruslana terminó de escribir su mensaje en el grupo y bloqueó su móvil.

—Mi amor —acarició el cabello de Martin con suavidad—. Sea lo que sea, tiene solución...

Martin sorbió su nariz—. Esto no...

—Pero si me contaras, buscaríamos una solución juntos —intentó nuevamente sacarle algo.

Martin había llegado la noche anterior sollozando, su llanto era imparable, sus ojos no paraban de soltar lágrimas, su nariz estaba roja de tanto sonarla. Ruslana no pudo evitar escucharlo; sin decir nada, lo siguió a su habitación. Él le suplicó que lo dejara solo, y así lo hizo.

Pero muy temprano, la pelirroja se levantó para hacerle el desayuno y ver cómo estaba. Al ingresar a su habitación, lo encontró mirando su móvil, envuelto nuevamente en llanto—. Dime qué te pasa —rogó preocupada. El vasco no soltaba palabra.

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