XXV. Hay Otro

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Martin, por su lado, se daba golpes mentales por lo que acababa de soltar. Lo había asustado, había terminado con sus encuentros por no poder controlar su bocota. Mejor hacía lo que mejor le estaba saliendo hasta el momento: fingir demencia.

Juanjo salió, ya vestido con ropa cómoda, y se sentó junto a él—. Martin...

El vasco cogió el mando y puso play—. Solo nos quedan dos películas para terminar la saga, ¿listo? —preguntó, evitando su mirada.

—Espera —le quitó el mando para detener la película—. Martin, prométeme que el día que empieces a confundir lo que tenemos, me lo dirás, porque creo que estos últimos días han sido...

Martin lo miró con falsa confusión—. Sé que fue un juego lo de ser novios, Juanjo, no te preocupes —intentó volver a quitarle el mando, pero el mayor lo elevó para evitarlo.

—No quiero que sea demasiado tarde si esto no sale bien —advirtió.

Martin tragó grueso. No podía confesarle que estaba enamorado; sabía cómo terminaría la historia, sabía cómo terminó Denna, y si podía alargarlo lo máximo posible para continuar con él, lo haría.

—Juanjo, si alguna vez te cansas de mí, o yo me canso de ti, o si esto se vuelve aburrido, ¿vamos a seguir siendo amigos?

Tenía que preguntarlo. Ahora que se daba la oportunidad, no podía desaprovecharla.

—Martin, precisamente por eso quiero que seas sincero conmigo...

Martin asintió—. Pues —frunció los labios y miró sus manos—. Todavía sé que esto no es amor, puedes estar tranquilo... —se acercó a darle un pequeño pico tontorrón para disminuir la tensión—. ¿Podemos ver la película?

Esa noche, como casi siempre, el vasco se salió con la suya, pero probablemente no podrían seguir inventando excusas o su burbuja estaría pronta a reventar.

Estaban terminando de ver la película, entre palomitas y abrazos, entre besos y caricias, como si todavía se encontraran en Portugal, cuando Martin recibió una llamada.

—Debo irme —se levantó sin haber terminado la película.

—¿Pasó algo? ¿Ruslana? —preguntó preocupado el maño.

Martin negó—. No, no, es... digo sí, olvidó la llave —se contradijo y se colocó su abrigo—. ¿Te veo mañana? —se despidió con un beso y se fue del lugar, dejándolo descolocado.

Había sido una noche larga y extraña para Juanjo.

Aprovechó que Martin se fue y revisó su chat grupal. Sus amigos todavía se encontraban en la discoteca del centro a la que siempre iban los fines de semana, así que decidió matar dos pájaros de un tiro: iría a recogerlos y así cubriría que estuvo todo este tiempo con el vasco, y también, claro, pondría a salvo a sus amigos.

—¡Mi novio! Escuchad todos, este hombre es ¡MÍO! —salió Álvaro tambaleándose, señalando al conductor designado, en esta ocasión Juanjo, que vestía una sudadera simple y un chándal, apoyado en su coche esperándolos—. ¡Paul, si estás escuchando, esto es broma! ¡Yo quiero ser tu novio ahora! —lloriqueó.

Juanjo rió y lo ayudó a subirse en el asiento del copiloto.

Detrás de él aparecieron Bea y Chiara, con copas de más también.

—Amore, ¿al final vinisteis? —la castaña preguntó con emoción, imaginando que Martin se encontraba también.

—Yo sí, Beus. No sé dónde puede estar Martin, la verdad —fingió desconocimiento—. Me imagino que con Ruslana.

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