XXII. Escapémonos

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Martin creía firmemente que sus celos irracionales, la angustia y la ansiedad que le producían ver a Juanjo con otra persona eran solo porque se trataba de su exnovia.

En otras ocasiones, después de haberse enrollado, había visto a Juanjo con otras mujeres cientos de veces. Le habían coqueteado mil veces en su cara, incluso su mejor amiga, y nunca había reaccionado como lo hacía cuando lo veía con Denna.

Sin embargo, todo esto ocurrió antes de admitir que estaba perdidamente enamorado del maño, y desde aquel día, la única persona con la que lo había visto era con Denna.

Hasta ahora.

Los celos lo envolvían, sentía el estómago revuelto y una punzada en el pecho. Quería reclamarle al mayor por hacerle pasar por esto, y fue entonces cuando se dio cuenta de que no podía. Porque, por más que Denna no estuviera en su camino, él no era nadie para Juanjo.

Y probablemente nunca lo sería, la desilusión en su pecho era indescriptible, jamás podría llamar a Juanjo como su novio, jamás podría llamarlo suyo.

Sin decir una palabra y aprovechando que todos estaban distraídos en su propio mundo, se marchó de ahí, con lágrimas corriendo por sus mejillas y la dignidad en el bolsillo.

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—Lo siento, chicos, no voy a ir —rechazó la salida fingiendo tranquilidad.

Juanjo había pasado por sus amigas y por él, para ir al concierto del uruguayo, como habían quedado, y se encontró con el menor desganado y con los ojos hinchados.

—¿Cómo que no, hombre? Claro que vas —soltó la pelirroja.

—No, no iré, y ya he tomado la decisión. Divertíos, adiós —se despidió con la mano fingiendo una sonrisa.

Juanjo levantó las cejas, confundido.

—Que se joda, seguro ya tiene un plan sin nosotros —se quejó nuevamente Ruslana.

Kiki se acercó a él—. ¿Todo bien, amor? —le preguntó bajito mientras tocaba su cara—. Que te conozco.

Martin sonrió y asintió, esta vez sincero. Adoraba que su amiga lo supiera leer tan bien—. Me está doliendo mucho la cabeza, prefiero dormir, la verdad —la tranquilizó tomándola de la mano.

—Kiki, déjalo ya. Álvaro y Bea ya están en la discoteca, ¡vamos! —gritó la pelirroja desde la puerta.

—Si necesitas algo, me llamas, ¿vale? —le dio un beso en la mejilla y salió del piso.

Cuando iba a dirigirse a su habitación, escuchó a Juanjo decir que iba al baño rápido y que lo esperaran abajo. Cuando sus amigas se fueron, el más alto lo siguió a su habitación.

—¿Qué te pasa? ¿De verdad te duele la cabeza? —lo miró preocupado.

"¡No, Juanjo! ¡Que ya no aguanto tener que verte con otros! No soporto tenerte a mi lado y no poder besarte cada que quiero. No me gusta que me ignores cuando algún amigo tuyo te mira con ternura cuando estás junto a mí. ¡NO PUEDO COMPARTIR MÁS CONTIGO Y QUE NO SEAS MÍO!"

Martin solo asintió y su boca formó un puchero involuntario.

—Sabes que puedes contarme lo que sea, ¿verdad? —lo tomó de la mano. Martin sintió que su piel le quemaba y la quitó arisco.

—Juanjo, sí lo sé, solo que no me siento bien. Solo quiero dormir, no tengo ganas de salir, ya nunca más —respondió frío, "al menos no cuando tú estés", pensó—. Y vete ya, que no quiero que nos encuentren aquí si vuelven a subir.

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