XIV. Mi piso, tu piso

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Juanjo soltó una carcajada seguido por el de bigotes.

—¡Guarro! —soltó el más bajo, todavía riendo, después de que el más alto le metiera la lengua hasta la campanilla.

Estaban en la cama de Juanjo, como ya se habían acostumbrado en una semana.

—¿Y tú no tenías clase hoy? —preguntó el aragonés.

Era sábado por la mañana y el vasco se había quedado dormido la noche anterior, después de toda la pérdida de energía.

—No, son opcionales para los que aún no se han aprendido la coreografía —explicó.

Juanjo levantó las cejas sorprendido—Es cierto, había olvidado que eres un prodigio musical.

El sonido de una llamada entrante distrajo al más bajo, su móvil sonaba y vibraba en la mesita de noche.

Martin puso cara de fastidio, dejando claro que no iba a contestar.

—Puede ser importante —Juanjo acarició el brazo del menor, intentando hacerlo entrar en razón.

¿Quién era la persona que se atrevía a interrumpir su momento con Juanjo? Era un momento dedicado solo para estar los dos, alejados del resto, en su pequeña burbuja.

Desde que Juanjo le había invitado a su piso la semana pasada, la dinámica entre ellos había cambiado de manera notable. Martin notó que habían desarrollado una confianza mutua más profunda, algo que no esperaba tan rápido. Juanjo ya conocía de memoria los horarios del más joven, y Martin se había hecho con los de Juanjo, lo que le permitía aparecer en su piso sin tener que preguntar previamente. Esta nueva familiaridad les resultaba cómoda y natural.

En los últimos días, Martin había comenzado a sentirse como en casa en el piso de Juanjo. Ya era la tercera vez que se quedaba dormido allí, despertándose en el pecho del mayor sin que ninguno de los dos comentara nada al respecto. Esta situación, aunque silenciosa y sin muchas palabras, estaba llena de una complicidad y un entendimiento que iba más allá de lo que Martin había experimentado antes. Se sentía extrañamente en paz con ello, como si estar en ese lugar fuera lo más natural del mundo.

Bufó y cogió su móvil.

—¿Diga? —lo puso en altavoz.

—¡Martin! ¿No has dormido aquí o qué? Acabo de entrar en tu habitación y está todo ordenado... —Ruslana soltó con curiosidad y un poco aliviada de que le hubiera contestado.

Martin miró a Juanjo pidiendo ayuda con los ojos. El mayor le hacía gestos de comer.

—Sí, sí que dormí, pero me desperté temprano para comprar desayuno —dijo nervioso.

Ruslana hizo un sonido de duda—Emmm, amor, ¿hasta el mediodía?

Juanjo se alarmó por la hora, habían estado tonteando toda la mañana sin percatarse del tiempo. Al confirmar la hora, miró a Martin con pánico.

El de bigotes se tocó la frente nervioso—Sí, Rus, me distraje con unas cosas por aquí, pero ya voy.

Juanjo le cogió la mano apenas soltó el comentario, dando a entender que no quería que se fuera.

—Bueno, venga, que habíamos quedado con los chicos para ir a un bar nuevo que abrieron en el centro, así que date prisa —colgó.

—¿Tú sabías lo del bar? —preguntó el menor curioso, no se había enterado de nada por estar absorto en su burbuja con el mayor.

Este negó, le abrazó por la cintura y lo tumbó en la cama con él—Es la primera vez que lo oigo —se abalanzó sobre sus labios—¿Una última antes de que te vayas? —suplicó con la mirada.

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