XVI. Un consuelo y Seis muñecos

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Juanjo estaba estresado en su habitación. Tenía que presentar un proyecto muy importante sobre la flotabilidad y estaba harto del tema. Bufó con cansancio mientras continuaba con sus cálculos en la libreta, sentado en el escritorio. Para su sorpresa, el sonido de la puerta lo desconcertó. Se dirigió hacia ella inseguro; no creía que sus amigos hubieran vuelto sin invitación, ¿verdad? De todas formas, abrió la puerta.

Detrás de ella se encontró con una imagen que lo descolocó: Martin, con los ojos hinchados y la nariz roja, intentando contener el llanto. Sin embargo, al verlo, se lanzó a sus brazos y rompió a sollozar de nuevo.

Juanjo, en shock, le devolvió el abrazo, acariciando suavemente su espalda para mostrarle que no estaba solo. Lo metió más al interior del piso, sin cortar el abrazo, y cerró la puerta.

—Martin... —soltó esta vez preocupado al ver que el vasco no podía parar—. Dime qué pasa.

El mencionado seguía con el rostro en el hombro del más alto, sus manos aún rodeándolo.

—¿Puedo quedarme esta noche? —respondió como pudo, sin dejar de llorar.

Juanjo lo apartó un poco para mirarlo a los ojos.

—Eso no me lo tienes que preguntar, sabes que siempre será sí —dijo, acariciándole la cintura con la mano.

Martin hizo un puchero, calmando el llanto.

—Perdón... —intentó disculparse por su comportamiento.

El mayor negó con la cabeza.

—¿Qué ha pasado? Ven —lo guió hasta el sofá del salón para que pudieran sentarse y conversar. El más bajo le siguió.

—Es Ruslana —sorbió la nariz, y Juanjo le acercó unos pañuelos—. Otra vez hemos peleado, pero esta vez muy mal, esta vez sí fue el límite.

Juanjo lo miró con angustia; sabía lo cruel que podía llegar a ser su mejor amiga. Cogió su mano y la apretó para darle apoyo.

—Martin, ella está enfadada con la vida —intentó consolarlo.

—Ya, ¿pero por qué parece que yo soy quien más daño le ha hecho? —volvió a romper en llanto—. Me dijo cosas horribles, es que siempre lo hace fingiendo que es broma, pero ahora me lo ha dicho en serio...

Juanjo suspiró; sabía a qué se refería, tratando a Martin como si fuera un promiscuo que anda con uno y con otro. No quiso presionarlo; quería que él solo se desahogara con lo que sentía.

—Me he enterado de que había estado llevando a Omar al piso cuando yo no llegaba a dormir. Hoy estaba concentrado, sin hacer ruido, en mis deberes y lo escuché entrar —dijo con calma mientras Juanjo lo escuchaba y acariciaba su mano.

El mayor suspiró, sabía lo complicado que era dejar una relación tóxica. No lo sabía por experiencia propia, pero tenía amigas que habían pasado por eso, y solo con psicólogos habían podido salir adelante.

—Salí y la encontré en la cocina, en ropa interior para variar —bufó—. Y claro, se sorprendió de verme. Le reclamé, le reproché que estábamos aquí en Madrid por ella, que dejé a mi familia por ella y sentía que le importaba una mierda todo lo que le decía —lágrimas corrían por sus mejillas. El maño acercó su mano para limpiarlas—. Me dijo que quién era yo para hablar, que ni dormía en casa, que criticaba pero me acostaba con medio Madrid y que solo por eso estoy aquí —se le escapó un sollozo.

Juanjo no lo dejó continuar y lo atrajo hacia él en un abrazo.

—Sabes que eso no es cierto —dijo, dejando pequeños besos en su mejilla.

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