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Mokosh miró hacia la televisión, dudando nuevamente si debía seguir pensando en lo mismo. Aun así, no podía evitar sentirse insuficiente. Su padre lo presionaba para que se hiciera cargo de la gran empresa de dulces que su abuelo le había dejado, una empresa que los había hecho millonarios, especialmente a él, quien había sido el mayor beneficiado. Sin embargo, siempre había ignorado esa realidad.

Escuchó cómo la puerta de la habitación se abría con fuerza, haciendo que Mokosh tensara la mandíbula y mirara al joven que ahora se encontraba allí, cruzado de brazos. 

¿Hice algo tan malo como para merecer esa mirada? Pensó. Tal vez había revisado su diario de anotaciones... pero desechó ese pensamiento rápidamente, ya que Dante no lo usaba mucho.

—¿Qué quieres? — El tono de voz calmado pero amenazante de Mokosh resonó en la habitación, dejando claro que no permitiría a Dante imponerse cuando y donde quisiera.

Dante había abierto la puerta de par en par, entrando a la habitación como un huracán que arrasaba todo a su paso. Caminó de forma decidida hacia el hombre que estaba despatarrado en el sofá como amo y señor de todo, con la mirada perdida como si todo le aburriera, algo que molestó al chico. Se colocó frente a él, bloqueando cualquier visión que no fuera él.

—¿Qué crees que voy a querer de ti? — soltó fríamente Dante, mirando una vez más al hombre de arriba abajo, esforzándose en no detener su mirada en ninguna parte específica de su cuerpo.

Mokosh miró brevemente al joven y se levantó, sintiendo lástima por él. Se veía simplemente pequeño en comparación a él. Se relamió los labios antes de mirarlo con hastío; estaba harto de verlo cada día en aquella casa, pero no podía decir nada, su padre la había comprado para ellos dos, y por más que quisiera decir o hacer muchas cosas, se contuvo.

—¿Quieres dinero? — preguntó Mokosh, sus ojos tan neutrales como siempre, aunque era evidente que estaba cansado, pues parecía tener los hombros caídos y la guardia baja.

El simple hecho de mencionar el dinero hizo desaparecer la sonrisa que se estaba formando en los labios de Dante. Lo miró a los ojos, vacíos y fríos como siempre, la única mirada que recibía de él desde el momento en que se anunció su compromiso.

—¿Crees que soy una de tus putas que solo viene a ti cuando quiere dinero? —soltó, conteniendo la ira que sentía. 

No quería verse débil frente a él, no quería mostrarle que sus acciones aún podían afectarlo.

—No me hables así —replicó Mokosh, frunciendo el ceño.

—No tienes idea de lo que estoy pasando.

Dante resopló, cruzando los brazos con más fuerza.

—Claro, siempre es sobre ti, ¿Verdad? Nunca se trata de cómo me siento yo en esta situación —dijo, su voz cargada de sarcasmo.

El hombre lo miró, como si fuera añadir algo, como si estuviera apunto de disculparse. ¿Pero por qué debía hacerlo? El también sufría, sufría mucho más que él, pero no iba contarle sus miserias a un niño de diecisiete años.

—Niño, yo no te llamé aquí, viniste por tus propios pies ¿Y todo para venir a lloriquear ante mi? No tengo tiempo para esto —sentenció Mokosh con cansancio, dirigiéndose hacia la salida.

Pero no pudo siquiera dar un paso cuando Dante lo atravesó, empujándolo para que no se fuera aún.

—¡No he terminado de hablar!—gritó Dante, cansado de que siempre lo dejara con la palabra en la boca, de que siempre lo evitara.

Quiso detenerlo, pero no midió bien el agarre, y acabó pegado a su pecho, percatándose de lo grande que era Mokosh una vez más. Firme, fuerte y suave. Varios recuerdos vinieron a el, unos que se sentían tan lejanos y nostálgicos, que por un momento se quedó aturdido, pero no tardó en apartarse, lo suficiente para que corriera el aire y recordó por qué había venido en primer lugar.

—Siempre me tratas de manera indiferente, como si no te importara, pero sigues tocando mis cosas, ¿Por qué? —preguntó, su voz cargada de frustración.

Era algo que se preguntaba. Aquel hombre, intimidante y que lo hacía estremecer de una manera que no le gustaba, una vez más había revisado su diario. 

¿Qué tanto estaba buscando? ¿Quizás alguna debilidad que usar en mi contra?

Mokosh se quedó callado, mirando fijamente a Dante a los ojos. Bufó y apartó al muchacho, quien lo detuvo de nuevo, acorralándolo contra la pared.

—No me toques—dijo Mokosh con voz baja pero firme.Luego añadió con enojo contenido. 

—¡Toco tus cosas porque quiero, porque puedo y porque me da la maldita gana!—Y con estas palabras se marchó dejando a Dante allí plantado de nuevo.

¿Por qué quiere y por qué le da la gana? Dante lo miró con incredulidad, apretando los puños. No podía creer lo que acababa de oír.

—¡¿Crees que solo puedes decirme eso y quedarte tan tranquilo como si nada?!—gritó siguiéndolo.

—¡Puedes tocar mis cosas, pero yo las tuyas no! ¡Eres un maldito egoísta bipolar que solo sabe...!—pero antes de poder proseguir, le cerraron la puerta en la cara.

Mokosh había llegado a su despacho y le había cerrado la puerta en la cara y cerrado con llave para evitar que Dante ingresada. Sintió un escalofrío recorriendo su cuerpo. Agarró la botella de whisky, del pequeño minibar del despacho y se sirvió un vaso sin dudar, tomándolo de un golpe. 

Dante golpeaba con fuerza la puerta y forcejeaba con la cerradura, consciente de que no se abriría, pero sin dejar de intentarlo con impotencia. Con cada golpe, sus ojos se llenaban de lágrimas. Otra vez estaba a punto de llorar, a pesar de haberse prometido no mostrar nunca más sus debilidades. La impotencia, el rechazo y la frialdad de Mokosh lo consumían.

—¡Eres un maldito cobarde! —gritó, rogando una vez más que le abriera la puerta.

Mokosh dejó caer la botella vacía al suelo y se dejó caer en la silla de su escritorio, mirando la puerta con desesperación. 

La relación con Dante estaba desgastada, y sabía que algo debía cambiar, pero no sabía cómo. La desesperación se reflejaba en ambos, pero ninguna solución parecía estar a su alcance, mientras se preguntaban cómo habían llegado a esta situación, cómo el cariño, aprecio y respeto que se tenían se había destruido tanto, dejando paso a estos gritos, malentendidos y esta agonía y lucha incansable que solo los desgastaba más y más.

Pero para entender todo este desenlace, nos remontaremos a cinco años en el pasado.

Obligados a amarseDonde viven las historias. Descúbrelo ahora