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Aleksei, al terminar su trabajo, no dudó en enviar a sus hombres para traer aquella bolsa de dulces que Dante le había pedido tiempo  atrás. Cuando la caja llegó, la guardó en un lugar visible y de fácil acceso. Se preparó con ropa casual: una simple camiseta de compresión y un short gris que resaltaba su ya evidente bulto.

Al escuchar la puerta, no dudó en abrir, viendo a sus hombres esperando órdenes.

—¿Todo listo? —preguntó Aleksei.

—Sí, señor. ¿Dónde quiere que coloquemos esto? —respondió uno de los hombres, señalando la caja.

—Pónganla en la mesa del comedor. Y asegúrense de que todo esté perfecto para cuando llegue Dante —ordenó Aleksei.

Mokosh les indicó qué hacer y cómo arreglar cada cosa, y ellos no dudaron en seguir sus instrucciones al pie de la letra. Quería que, cuando Dante llegara, viera un banquete perfecto para ambos.

La hora llegaba y Mokosh terminaba de supervisar un cargamento exitoso que había llegado a Kazajistán, confirmando que el comprador estaba satisfecho. Cerró su ordenador y se dirigió a la puerta cuando escuchó el suave toque de alguien anunciando su llegada. No era otro que Dante.

—Hola, querido —saludó Aleksei de forma cordial, con una pequeña sonrisa, invitando a Dante a pasar.

—Ho-hola —saludó Dante con timidez, pues no esperaba que fuera el quien abriera la puerta.

Verlo hizo que Aleksei sintiera arder su cara, especialmente cuando Dante le mostró aquella sonrisa que hacía tanto no estaba acostumbrado a ver. La forma informal en que se vestía le hacía parecer un demonio que vino a la tierra para tentar a los pobres mortales.

Dante, sin pasar del vestíbulo, se puso de puntillas y le dio un pequeño y casto beso de bienvenida. Se sentía tímido, a pesar de lo que habían hecho juntos, quizás por el miedo de que Aleksei volviera a ser frío, auqnue ya le prometió que no lo sería.

—Te he echado de menos—murmuró Dante, contra sus labios.

Aleksei, al notar los labios de Dante, no dudó en profundizar el beso, atrayéndolo hacia sí y besándolo con toda la pasión y necesidad que sentía. Pero pronto el beso se cortó, dejando al chico con ganas de más.

—¿Por qué paras? —preguntó Dante, haciendo un puchero.

—Después —fue lo único que dijo Aleksei antes de tomar la mano de Dante y guiarlo hasta el comedor.

Dante quedó maravillado al ver el gran banquete. Tan elaborado y preparado que no parecía estar en una casa, sino en un hotel lujoso. Su estómago rugió ante la variedad de comida y su boca se hizo agua. Ciertamente habían compartido comidas antes, pero nunca a esta magnitud. Casi se sentía como una cita romántica de esas películas que solía ver en la televisión.

—Esto es increíble, Aleksei. ¿Todo esto es para nosotros? —preguntó Dante, asombrado.

—Sí, quería hacer algo especial para ti —respondió, sonriendo.

Aleksei se sentía emocionado. Al menos, por fin, podía recompensar la paciencia que Dante le había tenido. Aunque sabía que más tarde debía atender asuntos con el padre de Dante, por ahora solo quería ver a su pequeño comer con alegría.

La suave sonrisa de Dante, sus ojos iluminados ante la excentricidad de la comida, hizo que Aleksei se sintiera bien. Su corazón se hinchó de orgullo al ver a Dante disfrutar su jugo y seguir comiendo como si nada más existiera en el mundo.

—Esto está delicioso. No sé por dónde empezar —dijo Dante, riendo.

Aleksei, a pesar de comer con su característica elegancia, disfrutaba del simple espectáculo de ver a su esposo disfrutar la comida. Aunque para algunos podría ser algo simple, para él era excitante verlo empapar sus labios con el jugo de frutilla, haciendo que se vieran más rosados. Lo que he hizo recordar el como esa misma boca, esos mismos labios estuvieron sobre él.

Obligados a amarseDonde viven las historias. Descúbrelo ahora