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En Las Mazmorras:

leksei gritaba mientras sentía los latigazos en la espalda. Mordía su labio inferior, viendo cómo su verdugo le suministraba otra dosis de aquella droga que su padre había creado para sus soldados, para que no pudieran sentir nada, ni siquiera culpa o remordimiento.

—¡Maldito! —gritó Aleksei, sus palabras llenas de veneno—. ¡Eres un monstruo!

Boris, su padre, observaba impasible. Su rostro estaba serio, pero su mandíbula tensa.

—Tienes que aprender a no sentir, Aleksei. Tienes que aprender —dijo Boris, mirando a su hijo con decepción.

—¡Nunca seré como tú! —replicó Aleksei, su voz quebrándose por el dolor.

—De nuevo —ordenó Boris, una vez más.

Aleksei había perdido la cuenta de las veces que había escuchado eso. Sabiendo lo que le esperaba, solo miró hacia abajo, su rostro lleno de golpes y sangre, al igual que su espalda y pecho. La nueva tanda comenzó, y con ella el dolor. Cada golpe se sentía como si lo estuvieran quemando con una plancha al rojo vivo, como si le rociaran ácido en la piel.

Lo torturaban con diferentes látigos, cada uno de una forma y composición diferente. Lo sabía, porque él mismo había sido el encargado de crearlos, como esas armas y muchas otras más, aunque nunca esperó probarlas en primera persona y a manos de su propio padre.

Podía sentir cómo los golpes comenzaban a hacer que su consciencia se desvaneciera una vez más, y el único nombre que le venía a la mente era el de él.

—D-Dante... —susurró Aleksei.

Después de aquella pelea que tuvieron, Boris supo jugar bien sus cartas. En un descuido de Demian, al proteger a Dante, dejó desprotegido a Aleksei, y su padre aprovechó para llevárselo a su calabozo personal, muy bien escondido tras una puerta secreta en su propio despacho. Así que nadie podría ayudar o socorrer a su hijo esta vez.


[• • •]


Aleksei jadeaba, había recuperado la conciencia de nuevo. No sabía cuánto tiempo había pasado, esperaba que no fuera tanto, aunque para él, cada segundo en este horripilante lugar se sentía como una eternidad.

Sentía el sudor bajar por su frente y caer al suelo. Se estremeció cuando nuevamente sintió el dolor y el ardor cerca de su abdomen bajo. El olor a cigarrillo era insoportable y le daban ganas de vomitar, pero no había nada que devolver, pues su estómago estaba vacío.

—Sabes, muchacho, nunca creí que te torturaría... Realmente lo siento, pero ya sabes cómo es Boris —pronunció su verdugo, mirándolo con compasión.

—¿Crees que tus disculpas ayudan? —gruñó Aleksei—. Solo haces lo que te ordenan, como un perro —escupió.

—Es cierto, pero ¿no estás tú también entre esos perros? —respondió el verdugo, desviando la mirada.

—Yo al menos le planté cara.

—Sin duda, y mira a dónde te llevó eso, todo por ese niño al que acabas de conocer —dijo el hombre de cabello cano.

—No lo entenderías —dijo Aleksei en un susurro.

—No, no lo hago y no soy el único. Estás dando todo por un muchacho que conoces apenas hace un mes.

—¿Y qué tiene de malo? No es como si conocer a alguien toda tu vida asegurara algo mejor.

—Tienes razón, pero es que todo tu mundo gira en torno a ese niño. Eso no es bueno, Aleksei. Le estás poniendo una diana a él y a ti también —le recordó con tono de preocupación.

Obligados a amarseDonde viven las historias. Descúbrelo ahora