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De camino a casa de su compañera, Dante no dejaba de girar el anillo de casado que llevaba en el dedo. Era un gesto automático, casi nervioso. Aunque había logrado calmarse un poco, una inquietud persistente seguía agazapada en su pecho. La actitud de Aleksei lo había descolocado. ¿No se supone que yo debería ser el inseguro?, pensó, suspirando profundamente.

Aleksei era atractivo, tenía dinero y, a pesar de su carácter complicado, cuando se lo proponía, podía ser increíblemente cariñoso y atento. En resumen, lo que cualquiera podría desear en una pareja. Dante, en cambio, se sentía como un adolescente común, carente de cualidades que lo hicieran destacar.

Soltó otro suspiro, esta vez sus dedos viajaron a su cuello. Las marcas que Aleksei le había dejado eran claramente visibles. Chupetones, mordidas... Su esposo no había sido precisamente delicado.

No es que a Dante le molestara ser marcado; de hecho, había algo excitante en esa posesión que las marcas representaban. Pero aquella tarde iba a reunirse con sus compañeros de clase, y lo último que quería era que empezaran a hacer comentarios o, peor aún, que sacaran conclusiones erróneas sobre él o sobre Aleksei. Algunas de esas marcas se asemejaban incluso a moretones, más propias de golpes que de muestras de afecto.

—¿Sabes con quién se va a reunir Aleksei hoy? —preguntó de repente, rompiendo el silencio del coche mientras miraba a Ciro.

Ciro tardó unos segundos en contestar, manteniendo la vista fija en la carretera como si estuviera sopesando sus palabras.

—Con su padre —respondió finalmente, en un tono grave.

Dante sintió una punzada de preocupación en el estómago. La relación entre Aleksei y su padre era tensa, y las pocas veces que se veían, solía acabar mal. Aleksei siempre salía de esos encuentros visiblemente alterado, y Dante sabía cuánto le afectaban. Sintió un impulso de decirle a Ciro que diera la vuelta, que necesitaba estar con él, pero sabía que no podía hacer nada. Aleksei había dejado claro que esa era una batalla que debía pelear solo.

—Estará bien —añadió Ciro, como si leyera sus pensamientos—. Aleksei es fuerte. Sabrá cómo manejarlo.

Dante asintió, aunque sin estar del todo convencido. Se quedó en silencio, mirando por la ventanilla del coche. ¿Es tan fácil leer lo que siento en mi rostro?, se preguntó. Por mucho que intentara ocultarlo, su preocupación por Aleksei era evidente.

Cuando llegaron a la casa de Sara, su compañera, Ciro estacionó suavemente frente a la entrada.

—Te esperaré aquí. Si necesitas algo, solo llámame —dijo con una pequeña sonrisa, intentando tranquilizarlo.

—Gracias, Ciro —respondió Dante antes de bajarse del coche.

La casa de Sara era pequeña en comparación con la suya, pero tenía un aire acogedor. Apenas llegó a la puerta, Sara, una chica de cabello negro y ojos oscuros, lo recibió con una energía desbordante.

—¡Ya están todos arriba! ¡Eras el único que faltaba! —exclamó con una gran sonrisa.

Dante le devolvió una sonrisa más apagada, tratando de poner su mejor cara.

—Espero no haber llegado tarde. El mensaje decía...

—No te preocupes, llegaste justo a tiempo. Además, hemos estado entretenidos —le interrumpió Sara, guiándolo hacia el interior de la casa.

Subieron en silencio por las escaleras hasta llegar a una pequeña sala donde varios de sus compañeros de clase estaban reunidos. Entre ellos, Alba, la amiga con la que solía intercambiar chismes, lo saludó con la mano tan pronto lo vio.

Obligados a amarseDonde viven las historias. Descúbrelo ahora