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Aleksei caminaba deprisa por el túnel, rodeado de habitaciones llenas de enemigos.

—Vamos, Demián, no tenemos todo el día —dijo Aleksei, impaciente.

—Tranquilo, ya casi llegamos —respondió Demián, abriendo una de las puertas.

Al entrar, Aleksei vio a un hombre totalmente golpeado y demacrado, cubierto de sangre y rodeado por tres torturadores habituales de las mazmorras bajo la mansión.

—¡Vaya espectáculo! —comentó uno de los torturadores con una sonrisa siniestra.

—Cállate —gruñó Aleksei, acercándose al prisionero.

Le propinó un fuerte golpe con el puño. Detestaba estar en los calabozos, y mucho menos ver al hombre que más odiaba. 

Uno de los hombres le ofreció a Aleksei una llave inglesa, la cual aceptó sin dudar.

—Aquí tienes, Aleksei. Asegúrate de que sienta cada golpe —dijo el hombre, sonriendo maliciosamente.

Aleksei, respirando frenéticamente, les pidió a todos que salieran. Miró a Angelo con gran resentimiento y asco.

—No has cambiado nada, Angelo. Sigues siendo la sucia rata que siempre has sido —pronunció Aleksei con desdén.

Le repugnaba pensar que ese hombre podría ser el padre de la persona a quien ahora más apreciaba.

Angelo apenas levantó la cabeza, sus ojos llenos de terror y desesperación.

—Por favor, Aleksei... no más... —suplicó Angelo, su voz apenas un susurro.

—¡Cállate! —gritó Aleksei, empuñando la llave inglesa con fuerza. 

Sin dudar, golpeó duramente la pierna izquierda de Angelo, ya ensangrentada por cortes anteriores.

—Pagaré todo, lo juro, haré lo que quieras pero por favor...

¿Cree que esto es por las malditas deudas? si fuera solo por eso, jamás perdería su tiempo en torturarlo por si mismo.

—¡Eres un hijo de puta! ¡¿Lo sabes?! —gritaba Aleksei, mientras Angelo se retorcía de dolor, pidiendo clemencia. 

Pero parecía que Aleksei estaba decidido a matarlo. Su respiración se volvió inestable, sintiendo su corazón en la garganta. Todo parecía desvanecerse cuando alguien lo sostuvo desde atrás. Se aferró al antebrazo de quien intentaba calmarlo.

—¡Basta, Aleksei! ¡Detente! —ordenó Demián, tratando de tranquilizarlo.

—¡Déjame! ¡Tengo que hacerlo! —gritó, luchando contra el agarre de Demián.

Debía hacerlo, debía hacerle pagar por todo el daño que le había hecho a su Dante, por haber causado tanto dolor y por hacer que un niño tan alegre experimentara el no ser amado.

Sin poder evitarlo, los recuerdos de su propia infancia, de su propio dolor y traumas comenzaron a filtrarse. No entendía por qué las personas, los adultos que tenían el deber de proteger a los inocentes, a los niños, no lo hacían. Sus puños se apretaron de impotencia y rabia, mientras esos pensamientos se hacían cada vez más eco en su mente.

[•  •  •]

En otro lugar de la mansión, Dante estaba teniendo una pesadilla.

Veía a mi mamá morir poco a poco y de la nada convertirse en un siniestro fantasma.

—Todo es tu culpa, si no fuera por ti, no habría muerto... es tu culpa —decía la mujer mala.

Obligados a amarseDonde viven las historias. Descúbrelo ahora