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—Hoy debemos ir al psicólogo, ¿lo recuerdas? —dijo Dante con calma, mientras terminaba de desayunar.

Aleksei no respondió de inmediato, pero Dante pudo notar cómo su cuerpo se tensaba, como si hubiera dicho algo prohibido. Sabía perfectamente lo poco que a Aleksei le gustaba esa idea.

—No... Tengo demasiado trabajo, no puedo ir esta vez —se excusó Aleksei, tratando de esquivar la conversación.

Dante dejó la taza de café sobre la mesa y lo miró con seriedad.

 —No es una opción, Aleksei. Es por tu bien. Sabes que necesitas esto.

El silencio que siguió fue pesado. Aleksei lo observó, preguntándose cuándo Dante había empezado a tener tanto poder sobre él, cuándo había dejado de ser el joven tímido que apenas podía sostenerle la mirada. Ahora era firme, decidido, y lo desafiaba con una autoridad que antes no poseía.

Dante, por su parte, se sentía incómodo con su propio tono, odiaba tener que presionar a Aleksei, pero lo hacía por amor. No iba a permitir que se hundiera más en el abismo que su pasado le había dejado. Ya había visto lo que el descuido emocional podía hacerle a una persona, lo había vivido con sus padres, y no quería perder al único ser que realmente le importaba.

—No quiero pelear, Dante... —Aleksei rompió el silencio, levantándose y rodeando la cintura de su esposo desde atrás.

—No digo que no quiera ir, solo... ¿Puedes aplazarlo? Estoy destrozado, no puedo presentarme así.

Dante soltó un suspiro, girándose suavemente para quedar frente a él. Lo observó, sus ojos recorriendo las cicatrices recientes en su cuerpo, los moretones que aún coloreaban su piel. Sabía que estaba diciendo la verdad.

—Está bien, lo aplazaremos hasta que te recuperes —concedió—, pero no quiero excusas cuando llegue el momento.

Aleksei esbozó una pequeña sonrisa, satisfecho. 

—Lo prometo. Y ahora, vamos, no quiero que llegues tarde a clase.

—¿Me llevarás tú? —preguntó con sorpresa mientras se dirigían hacia la puerta.

—¿Por qué no? Lo solía hacer antes, ¿no? —respondió el otro, sonriendo de medio lado.

—No me quejo, estoy feliz de que vayamos juntos —dijo Dante, aunque en su interior la mezcla de emociones seguía inquietándole.

Subieron al coche en silencio, conducido por Demian. El trayecto fue tranquilo, pero había una tensión en el aire que Dante no podía ignorar. De vez en cuando, miraba a Aleksei de reojo, notando cómo su expresión se oscurecía, los pensamientos claramente pesados y oscuros ocupando su mente.

No lo aguantó más y, sin decir nada, tomó la mano de este, apretándola suavemente. Al principio, Aleksei se tensó, pero luego relajó su mano áspera bajo la caricia de Dante. Sin embargo, ese gesto no consiguió eliminar las dudas de Dante. ¿No le gusta que lo toque? La idea lo atormentaba, aunque rápidamente trató de desecharla. Debe ser por lo que ha pasado... está extraño por eso. Se repetía, tratando de convencerse.

Cuando llegaron a la entrada del instituto, Dante salió del coche, aún con la cabeza llena de pensamientos. No había avanzado mucho cuando Jake lo llamó desde el otro lado del campus.

—¡Oye, Dante! ¿Me estás escuchando? —la voz de Jake lo sacó de su ensoñación.

Dante parpadeó y se giró, encontrándose con Jake, quien lo miraba con confusión, como si intentara entender en qué estaba tan perdido.

—Perdona, tenía la cabeza en otra parte... —murmuró, y justo en ese momento se dio cuenta de que no se había despedido de Aleksei.

Dante giró rápidamente sobre sus talones y corrió de regreso al coche, justo antes de que Demian arrancara el motor. Estaba a punto de abrir la puerta cuando una voz familiar se metió en la conversación.

Obligados a amarseDonde viven las historias. Descúbrelo ahora