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—Serían unos 400 mil. Tiene que presentarlo al banco central de la ciudad y...

—¿Y luego qué? —interrumpió su socio, con una mezcla de impaciencia y escepticismo en la voz.

—Luego, esperar la confirmación —continuó Aleksei, manteniendo su tono tranquilo.

—Pero no debería tomar más de un par de días.

Ambos estaban sentados en el sofá de la sala en aquella casa, habiendo llegado justo a tiempo después de terminar algunas negociaciones con el cártel mexicano. Ahora, tenía enfrente a uno de sus socios, con quien debía cerrar otro trato, esta vez relacionado con la transferencia de su dinero.

—Entiendo —dijo el socio, asintiendo lentamente.

—Pero necesito garantías.

Aleksei esbozó una sonrisa tenue.

—No te preocupes. Todo está bajo control.

Después de despedirse de su socio, Mokosh había llegado justo cuando Dante estaba dando sus clases de defensa personal, pero él había venido para probar si estaban funcionando o no.

Dante respiraba agitado e irregularmente. Estaba en el suelo ligeramente acolchado del gimnasio. Su cuerpo sudadado hacía que la ropa se le pegara como una segunda piel. Lo que era aún peor es, que la camisa sin mangas que se había puesto comenzaba a transparentarse, arrepintiéndose de su elección de ropa. 

Pero dejando eso a un lado, se sentía frustrado porque de nuevo lo habían vencido como si nada, aunque se animó un poco al haber logrado rozar ligeramente la mejilla de Ciro.

—Eres ágil, pero hoy estás más distraído de lo habitual, eso te ralentiza —le decía Ciro.

¡La culpa es de tu maldito jefe!, quiso gritarle, pero decidió morderse la lengua e incorporarse con pesadez. Sin embargo, se quedó estático al ver que había alguien más con ellos.

Era Aleksei, que estaba apoyado en el umbral de la puerta con los brazos cruzados, observándolos detenidamente. Su ceño se frunció y su labio se curvó en lo que Dante interpretó como molestia, algo que lo puso de buen humor al pensar que había cumplido el objetivo de irritarlo con su vestimenta.

—¿Te gusta lo que ves? —lo provocó, mostrándole una sonrisa inocente.

Aleksei lo miró fijamente antes de responder.

—No, no me gusta, ya te dije que no era adecuada esa vestimenta.

—¿Si no es adecuada, por qué me la compras entonces? —le preguntó con desafío.

Aleksei lo miró de arriba abajo, observando la ropa ajustada y que dejaba poco a la imaginación. Él tampoco entendía por qué lo compró, recordó haberlo visto en en una de las páginas online y pensó que se vería bien en él.

Pero el pensar que otros podrían verlo de ese modo, lo hacía sentirse de un modo extraño. No quería discutir con él, por lo que solo suspiró. Miró a Ciro, que solo asintió, y este último se retiró.

—¿Qué te tiene tan distraído? —preguntó Aleksei, su voz un poco ronca.

—Nada que te incumba —espetó Dante, de la misma forma que solía responderle a veces.

—Solo trato de ser amable, Dante. Perdóname si fallo en eso, pero solo me enseñaron a negociar y a golpear, y la poca amabilidad que pude obtener fue arrancada de mí sin poder hacer nada —confesó, visiblemente molesto.

Dándose la vuelta, fue hasta la puerta, pero Dante se quedó estático en el mismo lugar.

¿Acaba de decir perdón? Hacía tanto que no decía aquello que por un momento pensó que fue una ilusión. ¿Será una forma de intentar manipularme? No era posible.

Obligados a amarseDonde viven las historias. Descúbrelo ahora