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PRESENTE: 

—¡Eres un maldito cobarde! —gritó Dante, rogando una vez más que le abriera la puerta.

Solo obtuvo silencio como respuesta, un silencio que oscurecía aún más sus emociones. Al no recibir respuesta, la ira lo invadió y decidió pagarle con la misma moneda.

—¿Crees que puedes hacer lo que quieras? ¡Ya lo veremos!—Con estas palabras, se alejó de la puerta y se encaminó a la habitación de Mokosh.

Mokosh temblaba en su silla, no por miedo ni por impotencia, sino porque ni siquiera él podía explicar sus insensatas razones para comportarse así. Sabía que era un cobarde, toda su vida lo había sido, y cuando decidió ser valiente por una vez, todo pareció empeorar. Ahora se ocultaba en una oficina para evitar la presión constante de todo, sobre todo de su padre.

Con un gruñido, agarró una carpeta y comenzó a trabajar, sin saber que Dante estaba revisando su habitación.

La habitación de Mokosh tenía lo necesario. En un escritorio había una computadora con varios papeles ordenados a la derecha. En otro lado, una libreta reposaba sobre la computadora, junto a un borrador y un lapicero. Dante observó la habitación, tan aburrida y simplista como su dueño. Abrió el armario y encontró ropa de casa y trajes de trabajo.

—Debe haber algo con lo que pueda atacar a Aleksei. Y lo buscaré aunque me cueste —murmuró Dante, rabioso.

La rabia seguía corriendo por sus venas, impulsándolo. Estaba cansado de ser el indefenso. Observó la habitación una vez más y vio el ordenador. Se apresuró a encenderlo, pero pronto se sintió idiota al darse cuenta de que necesitaba una contraseña. Frustrado, cerró el ordenador de golpe, sin importarle si lo dañaba.

—Maldita sea... ¿Qué va a hacerme si lo descubre, matarme? —se preguntó, estremeciéndose.

Pero pronto apartó el miedo y se llenó de valor. Se acercó a la mesilla, hojeó los documentos y sacó su móvil para hacerles fotos.

—Quizás me sirvan de algo —murmuró, su voz cargada de rencor.

Estaba por irse cuando retrocedió al ver algo que llamó su atención: una libreta de color negro con bordes dorados y las iniciales D.A grabadas en ella. Era la misma libreta que él le regaló hace cinco años, en aquel picnic.

—¿Qué hace esto aquí? —se preguntó, pasando los dedos por la libreta.

Los recuerdos comenzaron a invadirle y la tristeza y nostalgia se hicieron presentes, pero pronto los aplacó recordando cómo una vez más Mokosh había invadido su privacidad. Decidido, tomó la libreta y se la llevó consigo. 

Al salir de la habitación, escuchó el eco de sus propios pasos en el pasillo. Se detuvo un momento, preguntándose si realmente debía seguir adelante con su plan de venganza. Pero la humillación y la ira pesaban más. Se dirigió hacia su propia habitación, decidido a encontrar algo en la libreta que pudiera usar en contra de él.

Mientras tanto, en su oficina, Mokosh sentía un nudo en el estómago. Sabía que su comportamiento no tenía excusa. Muchos de los comportamientos que había tenido a lo largo de estos años no tenían excusa ni explicación, y sabía que en muchas ocasiones había herido al chico que una vez era prácticamente su luz, su esperanza y la razón por la que despertaba todos los días sin desear abrirse las venas en canal.

Miró la botella de whisky y levantándose del escritorio decidió servirse otro vaso. La puerta seguía cerrada, y aunque antes pudo escuchar los golpes de Dante, se forzó a ignorarlos.

—¿Qué estoy haciendo? —se preguntó en voz alta, sintiendo una mezcla de culpa y desesperación.

De repente, su teléfono sonó. Era una llamada de su padre. Su primer impulso fue desviar la llamada o directamente no responder, pero sabía que eso traería muchos problemas peores consigo. Con un fuerte suspiro, levantó el móvil.

Obligados a amarseDonde viven las historias. Descúbrelo ahora