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Aleksei se despertó y se preparó como de costumbre. Se puso una camisa y unos simples pantalones negros, sintiéndose miserable, como era habitual.

Fue hasta la cocina y se preparó unos sencillos panqueques con huevos y tocino. Puso agua a hervir para hacerse un poco de café mientras suspiraba y se sentaba en la silla de la isla de la cocina. Todo se sentía tan vacío que resultaba deprimente.

—Esto es ridículo —murmuró para sí mismo, recordando su infancia.

No pensaba en otra cosa más que en negocios, pero comenzaba a anhelar un abrazo después de tanto tiempo. Sin duda había pasado mucho, mucho tiempo desde la última vez que alguien le mostró ese tipo de afecto.

Con un suspiro, se levantó, apagó el fuego y comenzó a prepararse el café. Sirvió su desayuno y empezó a comer. Su mirada vagaba en busca de la presencia de Dante.

—¿Dónde estará Dante? —se preguntó en voz alta, sintiendo un nudo en el estómago.

Miró su plato, dudando si seguir comiendo. Se masajeó la nuca mientras pensaba.

No puedo retenerlo, simplemente es un chico, un chico que tuvo la mala fortuna de toparse con un hombre como yo. Pensó.

Un hombre destructivo que siempre arrasa con lo que ve.

Realmente desearía hablar de esto con alguien, pero no tenía a nadie. Bueno, estaban Ciro y Demian, pero hacía tiempo que su relación de amistad se había vuelto más profesional y, sumado al mal trato con Dante, solo creó más distancia, pues le apreciaban bastante.

Sintiendo unas náuseas horribles, fue rápidamente al baño para vomitar lo poco que había comido y bebido del café. Mientras lo hacía, no escuchó el suave golpe en la puerta principal.

Era Dante, que solo verificaba si Aleksei estaba fuera para poder desayunar tranquilo lo que había traído a escondidas.

—No hay moros en la costa —murmuró Dante, con una sonrisa nerviosa.

Había dormido poco y, además, había tenido sueños extraños, mezclados a causa de la libreta y las palabras que aún lo perturbaban. Esta vez no podía culpar a nadie más que a sí mismo por aquello, por lo que necesitaba su dosis de energía para poder olvidar esos sueños inquietantes.

Tocó a la puerta de nuevo y, al no recibir respuesta, entró de forma sigilosa con una sonrisa feliz, pensando que Aleksei debía haberse ido a trabajar. Se confió y entró a la gran cocina, dejando la comida sobre la isla de mármol que dominaba gran parte de la cocina. Su mirada se detuvo por un momento en el desayuno casi intacto que estaba en la encimera y se extrañó, pues Aleksei siempre era muy estricto con las normas, incluyendo la de terminar la comida.

—¿Qué me importa? —Movió la cabeza y se centró en lo suyo, abriendo un paquete de patatas y llevándose un puñado a la boca mientras revisaba su horario en el móvil.

Esto lo deprimió en cierta medida, pues a duras penas tenía amigos. 

—Al menos tengo a Alba —murmuró, tratando de convencerse a sí mismo.

Para ser exactos, no sabía si llamarla así, pues solo lo buscaba cuando necesitaba desahogarse o criticar a algún compañero.

Tomó otro puñado de patatas y lo llevó a la boca, y bebió de la Coca-Cola que había abierto anteriormente.

En el baño, Aleksei jadeaba, sosteniéndose con fuerza del inodoro mientras sentía cómo las náuseas disminuían. Cuando creyó que todo estaba bajo control, se enjuagó la boca y, más tranquilo, decidió salir del baño y dirigirse a la cocina.

Obligados a amarseDonde viven las historias. Descúbrelo ahora