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Un sueño, o mejor dicho, una terrible pesadilla despertó al pequeño Dante. Confuso, miró a todas partes en busca de orientación. Enseguida, un ruido constante atravesó sus oídos: estaba lloviendo y era de noche. También se percató de un hombre que dormía a su lado, lo que lo asustó al momento, pero pronto los recuerdos llegaron a su mente, recordando todo lo que había pasado y cómo había llegado hasta allí.

La soledad lo invadió de repente y recordó la pesadilla: había soñado con la muerte de su madre de nuevo, lo que lo hizo sentirse vacío y La desaparición de su padre no ayudaba, haciendo que el pequeño se sumiera en la tristeza de nuevo. 

Las lágrimas no se hicieron esperar y pronto comenzó a llorar, a pesar de que no quería. Intentó limpiar sus lágrimas, pero estas no dejaban de bajar.

—«Los hombres no lloran» —recordó lo que su padre le había dicho en muchas ocasiones, por lo que intentó una vez más, sin éxito.

Los llantos despertaron a Aleksei, que siempre había tenido el sueño ligero.

—¿Qué pasa, pequeño? —preguntó, preocupado.

Pero Dante no logró entender, y tampoco escuchó la pregunta debido a su llanto, que cada vez se hacía mayor. Aleksei, al no obtener respuesta, entró en pánico.

 ¿Cómo se debía consolar a alguien?

 ¿Lo abrazaba?

¿Debía pedirle permiso?

Tantas preguntas inundaban su mente que solo decidió acercarse, dubitativo. Con la poca valentía que tenía, rodeó a Dante con sus brazos, acariciando su cabello y tratando de consolarlo.

—Tranquilo, Dante, estoy aquí. Todo está bien —murmuró Aleksei en ruso, aunque sabía que el niño no lo entendería.

Sus ojos se cerraron, tratando de no estar tan tenso en aquel abrazo que le estaba dando al chico. Dante necesitaba consuelo, y Aleksei se decía a sí mismo que debía calmarse. Decidió bajar la guardia en ese pequeño momento, permitiendo que Dante llorase entre sus brazos.

—¿Por qué lloras, pequeño? —susurró Aleksei, aunque sabía que no recibiría una respuesta coherente.

Subió a Dante a su regazo, dejando que el niño balbuceara cosas sin sentido y se aferrara a él, llorando hasta el cansancio. Aleksei no lo detendría.

—Shh, todo está bien, Dante. Estoy aquí —repetía Aleksei suavemente.

Besó la frente de Dante, apartando las manos del niño que se cubría el rostro, y limpió sus lágrimas una y otra vez. Sentía una punzada en el pecho, pero la ignoró, priorizando el bienestar de Dante.

—No sé qué te han hecho, pero no permitiré que te lastimen más —murmuró Aleksei, su voz firme.

Aleksei lo abrazó, balanceándose de adelante hacia atrás para consolarlo. Se preguntaba si él había causado el llanto de Dante, si había hecho algo malo. Suspiró pesadamente, agotado, pero sin dejar de acariciar el cabello de Dante.

—¿Te duele algo? —preguntó Aleksei suavemente.

Al ver que el pequeño no entendía, comenzó a gesticular, igual que había hecho él antes, intentando hacerle entender lo que quería decir. Sus caras debían ser graciosas, porque el niño, que sollozaba, pronto empezó a reír.

Escuchar su risa le produjo un sentimiento tan agradable que él también sonrió.

—Parece que tuviste una pesadilla —comentó para sí mismo.

Las risas de Dante cesaron mientras seguía aferrándose más a Aleksei.

—Las pesadillas no pueden hacerte daño aquí. Estás a salvo conmigo —dijo Aleksei, tratando de infundir confianza.

Obligados a amarseDonde viven las historias. Descúbrelo ahora