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Mokosh tomó la pistola con destreza, desarmándola y armándola con la precisión de alguien que conoce cada milímetro del arma. Sus ojos permanecían fríos y calculadores, como si cada pieza fuera un engranaje más en sus pensamientos intrincados.

—Que empiece a moverse. El pago debe ser adelantado, mínimo 90 millones —ordenó Aleksei con una firmeza inquebrantable, sin dejar espacio para la más mínima réplica.

Ciro, frente a él, asintió en silencio, tomando el arma que Aleksei le extendía.

—¿Algo más? —preguntó Ciro, sin despegar la vista de la pistola en sus manos, como si buscara algo más que metal en ella.

—Eso es todo por ahora. Mantente al tanto —respondió Aleksei con un tono seco, marcando el final de la conversación.

Sin decir nada más, Ciro se giró y salió rápidamente, montándose en el coche que lo esperaba afuera. Aleksei sintió su teléfono vibrar nuevamente en el bolsillo. Lo miró por un momento, pero decidió no responder. El nombre de Dante apareció en la pantalla, y eso solo agitó más sus pensamientos.

¿Por qué sigue insistiendo?, se preguntó con frustración. La idea de que Dante pudiera traicionarlo lo desgastaba, aunque sabía que poco podía hacer si eso sucedía. Enfrentarlo no cambiaría nada. Si Dante decidía irse, no habría forma de detenerlo.

Finalmente, Aleksei sacó el teléfono. Más de 40 mensajes de Dante, todos sin leer. Con un suspiro, lo dejó a un lado, forzándose a concentrarse en el trabajo. Encendió el ordenador y comenzó a revisar archivos, buscando distraerse. Al dar con la carpeta adecuada, abrió un video que mostraba a sus hombres torturando a un joven. Parecía tener alrededor de 28 años. Copió el archivo y, tras anotar el número del padre del chico, redactó un correo breve pero amenazante, con la frialdad de alguien que ha negociado con la muerte más de una vez.

Mientras tanto, Dante no podía quitarse de la cabeza la despedida incómoda de esa mañana. Por mucho que intentara calmar a Aleksei, sus palabras no parecieron ser suficientes. Cada vez que recordaba la expresión endurecida de su esposo, sentía un nudo de preocupación en el estómago.

Durante el receso de clases, revisó su teléfono una vez más, esperando algún mensaje de Aleksei. Pero la pantalla seguía en silencio. Exhaló lentamente, tratando de calmar la creciente ansiedad.

¿Acaso no le he demostrado lo importante que es para mí?, pensó, frustrado. Revisó de nuevo el móvil, solo para confirmar lo que ya sabía: ningún mensaje nuevo.

—¿Problemas con el sugar? —la voz burlona de Benjamín lo sacó de su ensimismamiento. Dante se giró, irritado por su inoportuna aparición.

—No es mi sugar —respondió con firmeza, marcando cada palabra.

Benjamín arqueó una ceja, divertido por la situación.

—Yo sería un mejor partido, ¿no te parece? —dijo en tono serio, mirándolo directamente a los ojos.

Dante se quedó sin palabras por un instante, sorprendido por la audacia de Benjamín. Cuando vio su expresión, si compañero soltó una carcajada.

—Relájate, solo bromeaba —dijo, intentando suavizar la situación.

Pero aquello solo enfureció más a Dante. La burla no ayudaba en nada a la montaña rusa emocional en la que estaba sumido.

—Te lo repito: él no es mi sugar —insistió, esta vez con más fuerza.

—Es mi esposo. Y no estoy con él por dinero, ni por ninguna de esas tonterías que insinúas.

La seriedad de sus palabras dejó a Benjamín desconcertado. No esperaba esa respuesta.

Obligados a amarseDonde viven las historias. Descúbrelo ahora