Capítulo 7

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Caius Pov:

Aster se encontraba tan tímida como el primer día que llegó al castillo. Con una mirada recelosa y sin apartar los ojos de mí en ningún momento, se sentó en una pequeña silla a pocos metros de donde me encontraba. Lo agradecía, pues adoraba que esos preciosos ojos azules me miraran.

-Si no me dejas salir de aquí, ¿puedes decirme al menos las razones de tu decisión? -habló Aster, viéndose tan tranquila.

-Aster, te prometo que voy a escuchar tus peticiones y, al menos una, aceptaré. Pero no puedes salir de tu habitación -pedí, tratando de no perder la compostura.

-Pero es que no es razonable -se quejó la ojiazul, haciendo un lindo gesto con sus labios-. Es simplemente tan aburrido estar todo el día en la habitación.

-Creí que salías al comedor en cada una de tus comidas -señalé, sabiendo que era verdad.

Durante estas semanas, aunque ella creyera que no había estado cerca, la verdad es que había seguido a Aster cada vez que salía de su habitación o, incluso, me quedaba fuera de su habitación, cerca de su guardia, para asegurarme de que se encontraba bien. Solo no había permitido que me viera.

-Esa es otra cosa de la que me gustaría hablar -dijo, moviendo ligeramente sus dedos en señal de nerviosismo-. Si me lo permitieran, me gustaría comer en la cocina o incluso en la habitación, pero ya no quiero comer en el comedor.

-¿Por qué? Un comedor es justamente el lugar destinado para comer los alimentos.

-¿Tú te alimentas en ese lugar? -preguntó con burla, subiendo ligeramente una de sus cejas.

Fruncí mis cejas, intentando ocultar una sonrisa que amenazaba con salir de mi rostro.

-Tus claros intentos de "negociación" no te están llevando a ninguna parte. Te sugiero cuidar tu tono de voz si de verdad quieres conseguir algo de mí.

Aster suspiró, bajó la mirada a sus manos que se encontraban sobre sus muslos, vio con sumo interés un par de anillos dorados sobre sus dedos y luego regresó su mirada a mí.

-¿Qué esperas conseguir de mí? -preguntó antes de pasar su lengua por sus rosados labios.

Aunque no pude apartar mi mirada de ellos por unos largos segundos, regresé mi vista a sus ojos, intentando recordar lo que me había preguntado.

-Nada, absolutamente nada -dije, levantándome de su cama-. Ahora, si tan solo te dedicarás a mofarte de mí y cuestionar cosas sin gracia, me retiraré.

Aster, al igual que yo, se levantó de su asiento en un claro intento de retenerme.

-Caius...

Hizo un ademán de querer tomar mi brazo y, aunque internamente deseaba que lo hiciera, no hice ningún movimiento. Sin embargo, probablemente mi rostro mostraba algo más, porque cuando me vio, bajó su mano con rapidez.

-Creo que deberíamos hablar -dijo con un tono de voz tan suave que me envió un cálido sentimiento por mi frío cuerpo.

-¿No es lo que estamos haciendo? -pregunté con burla, alejándome un paso de ella, pues su cercanía me afectaba.

-No, si a cada instante te muestras tan poco solidario con lo que digo -se quejó, frunciendo las cejas y cruzando los brazos.

Y aunque su postura, que intentaba ser intimidante, solo me causaba un cierto grado de ternura, traté de regular mis emociones y hacer algo bien por mi compañera. Porque, aunque no me agradaba la idea de tener una compañera, la tenía, y el sentimiento tan grande de dependencia hacia ella me estaba consumiendo más de lo que me gustaría.

-Te daré tres minutos. Dime todo lo que quieras decir o pedir y te aseguro que no te interrumpiré -dije, sacando un viejo y significativo reloj de bolsillo del bolsillo de mi chaleco-. Al final, tal vez te responda.

-¿Tal vez? -preguntó con evidente indignación en su dulce voz.

-Dos minutos y cuarenta segundos -dije mientras observaba mi reloj.

Aster parecía nerviosa, pasándose las manos por los brazos cubiertos por su suéter gris. Se recompuso en un par de parpadeos, y mirándome a los ojos, comenzó a hablar.

-Quiero salir de esta habitación. No sé cuál sea la razón por la cual no me dejas salir, pero te aseguro que no me escaparé; no me importa no poder salir del castillo, con salir de esta habitación me basta. No quiero comer todos los días en ese gran comedor, solo me recuerda lo sola que estoy aquí. Me gustaría tener acceso a un piano. No sé por qué Alec ya no me escolta, pero me gustaría que lo trajeran de regreso, es el único que me hablaba dentro del castillo -habló con suma rapidez, moviendo los ojos con insistencia, como si buscara más cosas que decirme-. Y tal vez no hoy, pero me gustaría que un día habláramos sobre lo que significa ser un compañero.

Sus palabras tuvieron un impacto en mí, algunas más que otras. Pero para mí mala suerte, sus solicitudes no eran tan descabelladas como había juzgado. Aunque sus explicaciones fueron cortas, me parecieron suficientes para permitirle ciertas cosas.

-A partir de mañana podrás salir al jardín, por supuesto, siendo escoltada. Puedes comer en la cocina o en tu habitación, me da igual, con tal de que avises un poco antes a tu escolta para que estén preparados. Mañana, Demetri te traerá un piano que esté en desuso para colocarlo en tu habitación. Alec podrá regresar a escoltarte, pero no será todo el tiempo.

Aster sonrió, asintiendo con emoción, haciéndome saber que había hecho algo bien para merecer una de sus sonrisas solo para mí.

-¿Y lo de ser comp...?

-No presiones, Kaz -interrumpí antes de perder la poca cordura que me quedaba.

La pequeña trihíbrida volvió a asentir, esta vez más desganada. Evitando ver esos hermosos ojos, caminé con lentitud hacia la puerta.

-Descansa, Aster.

No esperé respuesta de la humana y corrí a mi habitación. Cuando me encontré frente a ella, solté un profundo suspiro, tratando de obtener paciencia para enfrentarme con lo que en los últimos días me he enfrentado.

-¿Dónde estabas? -preguntó Athenodora, con molestia en su voz.

-Resolviendo asuntos -respondí con simpleza, acercándome a mi armario para quitarme la pesada capa que traía puesta.

-Estabas con esa mestiza -soltó con veneno en su voz, colocándose frente a mí, encarándome.

Solté un ligero gruñido, sin saber si fue por su acción o por cómo se refirió a Aster. Aunque yo la he llamado así, ella no podía simplemente descalificarla.

-Puedo olerlo, hueles a humano -dijo acercando su rostro a mi ropa.

Quería empujarla, apartarla de mi camino y tal vez regresar a donde estaba Aster, pero no podía hacerlo, no debía.

-Entonces, si ya conoces la respuesta, ¿por qué preguntas? -hablé con fastidio, rodeándola para finalmente llegar a mi armario.

-Dijiste que no pasaría nada con ella. ¡Caius, me lo prometiste! -gritó esto último con desesperación.

-No ha pasado nada -aclaré, caminando hacia el balcón de la habitación.

-Pero estás teniendo contacto, Caius, ¡soy tu esposa!

Di media vuelta, regresando mi mirada a la cara de Athenodora, recordando que efectivamente había hecho un compromiso con ella.

-Lo sé -dije, caminando unos pasos hacia ella-. Esto no cambiará nada.

Aseguré, pasando mi mano por su rostro. Athenodora tomó rápidamente mi mano sobre su mejilla, cerrando los ojos, ocultando de alguna manera su preocupación.

-Prométeme, Caius, prométeme que serás solo mío -habló con pena la vampira.

Ahora fui yo quien cerró los ojos. Quería prometerlo, quería darle la seguridad que estaba buscando, pero realmente no sabía qué iba a pasar. Porque, aunque al principio me negaba rotundamente a hacer cualquier movimiento con la trihíbrida, cada vez que pasaba, aunque fuera un segundo con ella, algo en mi interior me pedía no alejarme.

-Lo prometo -dije al fin, con un extraño malestar en mi estómago.

Seductora Oscuridad | Cauis VulturiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora