Capítulo 30

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Caius comenzaba a desesperarse. No encontraba a Aster en ningún lugar.

Para su mala suerte -y algo que ni él ni sus hermanos habían previsto-, la noche de Navidad trajo también asuntos diplomáticos que atender. Apenas había terminado de cenar cuando Demetri le informó a él y a sus hermanos sobre un nómada que había cruzado sus territorios y, peor aún, había puesto en peligro el secreto de los Vulturi.

Aro decidió enviar a Caius para resolver la situación, argumentando que, en sus palabras, él era el más competente para hacerlo.

Antes de partir, Caius le dijo a Aster que volvería en unos minutos, sin imaginar que el "asunto" duraría mucho más de lo esperado. Mientras atendía al nómada, escuchó a lo lejos una melodía interpretada en el piano; al reconocer que Aster estaba tocando, su paciencia llegó al límite. Decidió sentenciar al nómada y ordenó a Jane y Alec ejecutar la sentencia. Para su sorpresa, el nómada era un escudo, muy parecido a Bella Cullen, y no solo pudo eludir los dones de los guardias, sino que demostró habilidad en el combate cuerpo a cuerpo. Sin embargo, no era rival para Caius, quien finalmente ordenó a Alec regresar al salón para cuidar de su compañera.

Jane acompañaba a Caius a los calabozos, donde el nómada pagaría el precio de sus actos. Al ser inmune al don de Jane, Caius decidió emplear métodos tradicionales para torturarlo, sin prever que esta decisión le consumiría más tiempo del que imaginaba y que, tal vez, sería está su peor decisión.

-¡¿Dónde demonios está Demetri?! -rugió Caius, lanzando una mirada fiera a su guardia.

-No lo sabemos, amo -respondió Jane, notando la incertidumbre en sus compañeros-, pero no se encuentra en el castillo.

Caius estaba a punto de gritar otra vez cuando la presencia de sus hermanos lo interrumpió, frenando las maldiciones que bullían en su mente.

-Hermano, no desesperes -dijo Aro con indiferencia, como si el tema no fuera de importancia-. Estoy seguro de que esto es solo un malentendido, y Aster está completamente bien.

-No está en su habitación, Aro -replicó el rey rubio, con impotencia y rabia contenida-. ¡Ni en toda la maldita ciudad! -exclamó, elevando la voz otra vez.

Aro lo ignoró olímpicamente y, con su acostumbrada sonrisa enigmática, miró a su guardia de élite.

-Chelsea, Afton, Corin y Santiago, rastreen en un radio de veinte kilómetros alrededor de la ciudad en busca de cualquier rastro o aroma que pueda darnos información sobre la tríbrida -ordenó, observando a los mencionados, quienes salieron corriendo en cuanto él terminó de hablar-. Jane y Félix -nombró de nuevo Aro con calma glacial-. Vuelvan a inspeccionar la ciudad. Revisen hasta el rincón más remoto e insignificante.

Al segundo, ambos vampiros desaparecieron, aunque no sin que Jane dirigiera una mirada significativa hacia su hermano.

-Heidi, encárgate de persuadir a nuestros invitados y distráelos de este pequeño inconveniente -ordenó Aro. La vampira rubia asintió y salió sin decir una palabra-. Alec, revisa el castillo nuevamente. Asegúrate de no omitir ninguna habitación. Es posible que nuestro diamante solo esté escondida en algún lugar.

Alec asintió, y antes de partir, compartió una mirada desconfiada con el rey rubio, transmitiendo su inquietud.

Caius se debatía entre un impulso frenético de salir a buscar a su compañera y una creciente intuición que le pedía esperar, como si pronto fueran a revelarse detalles importantes.

-Alec me dijo que fuiste tú quien escoltó a Kaz a su habitación -dijo Caius, rompiendo el tenso silencio con una voz tan controlada como un hielo a punto de romperse.

-Lo hice -afirmó Aro-, y puedo asegurarte de que llegó sana y salva a su habitación.

-No hay señales de forcejeo en su puerta ni en su ventana -continuó Caius, meticulosamente analizando cada detalle.

-No puedes realmente creer que alguien dentro del castillo haya sido responsable de la pequeña desaparición de la bella Aster, ¿o sí? -dijo Aro, con una sonrisa indescifrable-. Probablemente sea solo una broma. Los humanos suelen tener un humor de mal gusto.

La indiferencia de Aro en el asunto comenzaba a hastiar a Caius. No quería mostrar ni una pizca de su irritación, pues sabía que cualquier indicio de debilidad podía ser explotado por su hermano.

-No creo que sea una broma -intervino, finalmente, Marcus, con su acostumbrada serenidad.

Aro amplió su sonrisa, y Caius sintió que estaba a punto de lanzarse sobre él.

-Tal vez tengas razón, hermano -murmuró Aro, inclinando la cabeza como si estuviera meditando las palabras de Marcus-. Hace algún tiempo, Caius, nos mencionaste que Aster no estaba segura de quedarse en el castillo.

-¿Insinúas que regresó con su familia?

El rey rubio sintió una urgencia súbita de ir a la sala principal para llamar a la familia de Aster. Detestaba a esos humanos, pero no dudaría en averiguar si ella estaba con ellos o, mejor aún, asegurarse de que estaba bien.

-No necesariamente con su familia -interrumpió Aro los pensamientos de Caius con su tono impasible-. Tal vez simplemente se fue en búsqueda de algo más... interesante. Después de todo, solo tiene dieciocho años.

Aro no lo dijo explícitamente, pero Caius sintió la insinuación clara de su hermano: cuestionaba su capacidad para mantener el interés de Aster, insinuando que la diferencia de edad entre ellos podía ser un obstáculo.

Caius estaba a un paso de lanzarse contra Aro y acabar con esa sonrisa imperturbable, pero justo en ese momento, Alec y Damien irrumpieron en el salón.

-Damien, qué sorpresa -dijo Aro con una afectada sonrisa-. Dime, ¿qué te ha traído aquí? ¿Por qué interrumpiste tu velada?

-Me fue imposible no notar cómo los reyes y su guardia élite abandonaban la celebración -respondió el vampiro ruso, con su característico encanto irradiando en cada palabra.

Si la paciencia de Caius estaba al borde del colapso, la presencia de Damien solo intensificó su frustración. Tuvo que recurrir a todo su autocontrol para no destruir la sala y a todos los que estaban en ella y, en un acto de contención, solo tal vez mostraría compasión por Alec.

-Realmente, no es nada, solo... una pequeña búsqueda -respondió Aro, con su tono enigmático.

Caius no había descartado la posibilidad de que Volkov pudiera estar involucrado en la desaparición de Aster, pero la decepción lo invadió al reconocer que el vampiro ruso y su aquelarre aún estaban en sus territorios y, además, contaban con una coartada demasiado sólida como para acusarlos.

-Bueno, sí puedo ser de ayuda yo o mi aquelarre, saben que tienen a estos fieles discípulos a su disposición -dijo el vampiro ruso, esbozando una encantadora sonrisa.

Caius no pudo soportarlo más. Con una señal a Alec, salió del salón, incapaz de contener su frustración.

-No hagas nada de lo que puedas arrepentirte después, hermano -la voz de Aro resonó justo antes de que Caius diera el primer paso afuera.

Caius se detuvo, su cuerpo tensándose al escuchar la advertencia. Era conocido por su falta de tolerancia y su determinación implacable para obtener lo que quería sin importar los métodos. Y aunque siempre se había mostrado dócil y fiel a las decisiones de Aro, esta vez estaba dispuesto a ignorarlo si eso le permitía encontrar a Aster.

-Siempre obtengo lo que quiero, Aro -murmuró Caius, girando el rostro lo suficiente para intercambiar una mirada desafiante con su hermano-. Y me importa un carajo lo que tenga que hacer para recuperar a mi compañera y asegurarme de que esté bien.

Y sin más, Caius salió decidido, con Alec siguiéndolo, ambos con una determinación incuestionable para buscar a Aster y no detenerse hasta encontrarla.

Seductora Oscuridad | Cauis VulturiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora