Capítulo 31

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Caius había dado órdenes precisas a su guardia, quedándose solo con Jane y Alec a su lado. No iba a mentir: en ese momento, sospechaba de todo y de todos. Jane y Alec, aunque le costara admitirlo, se habían vuelto muy cercanos a su compañera. Era difícil confiar plenamente, incluso en aquellos que parecían ser leales.

-Felix me dijo que Aro mandó a Demetri a Gales -informó Jane mientras avanzaban tras el rey rubio.

-No entiendo para qué -murmuró Caius, irritado.

-Más que el "para qué", deberíamos preguntarnos el "por qué".

Caius se detuvo en seco en aquel vasto bosque a las afueras de Volterra, girándose para observar el rostro de Alec, intrigado por sus palabras.

-Explícate -demandó.

-Simplemente creo que es muy sospechoso que la misma persona que fue la última en ver a Aster sea la misma que ordenó al mejor rastreador del castillo cumplir con una "misión" justo antes de que necesitáramos su don -explicó Alec, sin perder de vista al rey.

-Estás acusando a tu propio rey -respondió Caius, sintiendo un creciente malestar en su estómago ante la mera idea.

-Lo sé, y es por eso que no lo digo a la ligera -contestó Alec, visiblemente inquieto-. Solo me resulta muy extraño que haya tantas coincidencias en todo esto.

Un tenso silencio cayó entre ellos. Caius no quería creer lo que Alec insinuaba, pero tenía razón en algo: él tampoco creía en las coincidencias. Aun así, no lograba encontrar una razón clara por la que Aro podría haber orquestado algo así. ¿Qué interés tendría en Aster, si su propia compañera ya había demostrado su disposición a atender las peticiones de la corona?

Y, si por remota posibilidad Alec tenía razón, ¿por qué su hermano atentaría contra él y su felicidad? Conocía la ambición de Aro, y sabía que era capaz de cualquier cosa. Pero nunca antes había dado señales de querer sabotear a sus propios hermanos. Durante siglos habían sido un equipo, una organización tan precisa como un reloj suizo.

Caius sentía cómo las preguntas se acumulaban en su mente, sin respuestas claras. Sabía que, si continuaba obsesionándose con las posibles razones de Aro, solo perdería un tiempo valioso que podría dedicar a maquinar un plan para encontrar a su Aster.

-¿Quién es? -preguntó Alec de repente, observando a Jane.

La pregunta hizo que Caius notara que el teléfono de Jane estaba vibrando con una llamada de un número desconocido.

-No tengo idea -respondió Jane, mirando la pantalla de su teléfono. Casi nunca lo llevaba consigo, pero esa noche lo había hecho con la esperanza de que Aster pudiera comunicarse con ella. La tríbrida era la única que usaba ese medio para contactarla.

Caius le arrebató el teléfono de las manos a Jane después del cuarto pitido y respondió la llamada, activando el altavoz. Agradecía en silencio que, una tarde, su compañera le hubiera enseñado a usar aquel artefacto.

-Un calabozo repleto de artefactos de tortura. Demasiado amplio, gélido, y con una ventana pequeña que da a un paisaje cubierto de nieve.

Fue lo primero que se escuchó a través del teléfono. A Caius le tomó solo un segundo reconocer la voz de Edward Cullen.

-¿Te recuerda a algún lugar que conozcas? -preguntó el vampiro vegetariano con hostilidad.

Caius intercambió una mirada con los gemelos, ambos tratando de hacer memoria.

-Podría ser cualquier calabozo de cualquier aquelarre -dijo Alec con disgusto.

-Una ventana con vista a un paisaje nevado... No puede ser de cualquier aquelarre -le replicó Jane, mirándolo como si hubiera dicho algo obvio.

Seductora Oscuridad | Cauis VulturiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora