10. Intruso

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|ANGIE|

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|ANGIE|

Luego de que Paula se marchó el día ha transcurrido con una normalidad inquietante. Por lo que prefiero quedarme encerrada en la habitación, saliendo únicamente para entregarle las medicinas al Sr. Ferdinand. Por suerte, no hablamos mucho, pues él tiene que atender algunos asuntos y no ha estado en la casa la mayor parte del tiempo. Sin embargo, se muestra como una buena persona, preocupada por el bienestar de sus empleados, lo que me hace dudar de culparlo por lo ocurrido esa noche.

«¿Fue alguien más?».

Envuelvo mi cuerpo con una toalla, esperando que la ducha reconfortante que acabo de tomar tal vez me ayude a dormir mejor. Cojo mi muleta y camino hacia el armario con la intención de buscar algo cómodo, pero que me cubra lo suficiente para andar por la casa. Ya no me siento cómoda llevando puesta ropa escotada en el que ahora es mi nuevo lugar de trabajo, así que en mi búsqueda por encontrar ropa más formal, de pronto encuentro más sentido al hecho de que la Sra. Daphne y su nieta vistan así: con uniformes que se pueden comparar con hábitos de monjas.

«¿Será por lo mismo que estoy sintiendo?».

A pesar de que al principio pensaba que llevar un uniforme como ese era un poco exagerado, teniendo en cuenta el clima cálido, ahora mismo me gustaría tener algo así para no tener estos problemas con la ropa. Pero el Sr. Ferdinand no me ha mencionado nada sobre un uniforme, lo cual me resulta un poco extraño; teniendo presente que todos sus empleados portan uno. Sin embargo, tampoco tengo muchos ánimos de abordarlo, pues estoy pensando en pasar unos pocos días y juntar un poco de dinero para pagarle los gastos de la clínica y marcharme.

«No voy a quedarme en este lugar».

Frunzo el ceño y libero una maldición al notar que me falta un vestido amarillo de verano. Recuerdo claramente haberlo traído, por lo que llego a pensar que tal vez Paula lo tomó, aunque ese no es su estilo. Sin remedio no le doy más importancia y busco otra prenda. Una vez vestida, me propongo a ir a la cocina, ya que estoy cansada de comer sola en la habitación.

Tomo el celular de mi mesita de noche, pero entonces noto que la USB en donde guarde las cosas de mi viejo celular, no está.

«¿Dónde la dejé?».

La busco en los cajones, bajo la cama, incluso en el cuarto de baño, pero no aparece por ninguna parte. El temor de haberla perdido en alguna parte de la casa me invade.

Aunque estoy segura de no haberla sacado de aquí, esto me pone histérica, ya que allí guardo todos mis recuerdos importantes. Estaba pensando en transferir esas cosas a mi nuevo celular, pero ahora no sé qué hacer. No pierdo más tiempo y me dirijo a la cocina, aunque dudo que alguna de las empleadas la haya tomado necesito saber si la vieron.

«Son las únicas que entran a la habitación».

No quiero pensar en la posibilidad de que el Sr. Ferdinand haya entrado, pues eso me hace querer salir corriendo de este lugar. Siempre me encierro con llave, pero quizá él tenga una copia de la llave y...

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