33. Juntos en la libertad

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|ANGIE|

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|ANGIE|

Camino por el pasillo, observando que todo está sumido en la oscuridad. No tengo idea de hacia dónde voy, pero sé que tengo que encontrar algo que nos ayude a escapar. Cruzo frente a las puertas, temiendo abrirlas, pues cualquiera podría ser la habitación del viejo. En medio del silencio, escucho unas risas femeninas que se aproximan por el pasillo. Miro a mi alrededor, buscando un escondite, e intento abrir algunas puertas sin éxito.

El miedo me hace querer volver sobre mis pasos, pero entonces logro abrir una puerta y entro con rapidez. La luz de una lamparita de noche está encendida, mientras el resto de la habitación se encuentra en penumbra. No me detengo a observar la decoración y corro hacia un rincón oscuro, ocultándome tras un mueble y escucho que la puerta se abre de golpe.

«Mierda».

Ferdinand entra con dos mujeres semidesnudas. Todos parecen ebrios y se dirigen directamente a la cama. Hago una mueca de asco y desvío la mirada al ver que se acuestan. El miedo corre con libertad por mi cuerpo, mientras escucho sus risas y gritos de placer. Intento no mirar lo que hacen y me limito a idear una forma de salir de aquí.

—Esperen, e-esperen —dice el viejo asqueroso.

Mis ojos se abren al máximo al ver que coloca una pistola sobre la mesita de noche. Las mujeres vuelven a atraparlo y le siguen dando placer. Aunque ignoro sus gritos y gemidos, mantengo mi atención en el arma. Sería una locura intentar tomarla ahora, por lo que reprimo mis ganas de escabullirme hacia la puerta y me quedo quieta esperando una oportunidad.

En todo momento, mi atención permanece clavada en la pistola. Pierdo la noción del tiempo y, cuando por fin los alaridos se terminan, todo se queda sumido en una completa quietud. El viejo parece haberse quedado dormido, evidenciado por sus fuertes ronquidos. Las mujeres lucen muy ebrias, pero espero un poco más en mi escondite, viéndolas dormir al lado del viejo.

«Es mi oportunidad».

Respiro hondo y uso a mi favor la oscuridad, gateando hacia la mesita de noche. Mi cuerpo tiembla tanto que, por momentos, siento que voy a desmayarme. Cierro los ojos, sintiendo que todo me da vueltas, y maldigo en mi mente, pues este es el momento menos oportuno para otro mareo. Me quedo quieta unos segundos, suplicando que termine. Y cuando lo hace, vuelvo a avanzar.

En ese momento, el viejo se mueve y siento ganas de echar a correr. Mi respiración se detiene y hago un esfuerzo por quedarme quieta. Por suerte, el viejo parece seguir dormido, pues sus ronquidos se vuelven más fuertes. Y así, gateo más rápido hacia la mesa, acercándome lo suficiente con el miedo a flor de piel. Alargo mi brazo tembloroso y tomo con pánico la pistola.

«Mierda, es pesada».

Por un segundo, casi se me cae de la mano y alterno mi vista entre el arma y el viejo. Tomo la pistola, pero me detengo al ver, entre el espacio de la cama y el piso, una punta metálica. El viejo se mueve y el pánico me embarga, aunque respiro con alivio al notar que es otra falsa alarma.

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