13. Lejos de la libertad

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|ANGIE|

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|ANGIE|

Le doy un último sorbo a mi taza de té y la dejo sobre la mesita de noche. Esto ha sido lo único que me ha ayudado a mantener la calma luego de lo ocurrido. Por lo que me encargo de tomar más y luego me enfoco en terminar de empacar. Coloco las últimas prendas de vestir en mi maleta y observo el armario vacío, dándome cuenta de que falta ropa. Estoy segura de que traje varias prendas para elegir, pero algunas ni siquiera las usé, lo que me hace dudar que alguna de las empleadas las haya extraviado al lavarlas. Además, nunca mencioné la USB que perdí, ya que pensé que la encontraría.

«No tiene sentido... Esta gente no tiene la necesidad de robar».

Cierro la maleta, pues no voy a quedarme a averiguar qué ocurrió con mis cosas, ya que no tiene caso. De alguna manera podré recuperar lo perdido, incluso mis recuerdos en esa USB. Con dificultad, logro bajar la pequeña maleta y con ayuda de la muleta, camino hacia la salida. A pesar de que esos guardias revisaron de nuevo la casa y no encontraron nada, mi cuerpo aún tiembla y eso me da un suficiente motivo para marcharme. Pues no puedo dejar de mirar el alrededor, temiendo que algo o alguien se aparezca con un cuchillo y me mate.

«Estoy enloqueciendo».

Bajo las escaleras con gran dificultad, pero una vez lo consigo, veo que la Sra. Daphne se acerca rápido con una expresión preocupada junto a Lily.

—Srta. Angie, n-no debería irse hoy, está anocheciendo —dice la señora angustiada.

Sonrío levemente.

—Lo siento, pero no puedo quedarme —digo, tratando de ser amable.

La señora se acerca y en su mirada crece la preocupación, mientras su mano helada sujeta la mía en un gesto de aliento que me transmite afecto.

—¿E-Está segura?

Respiro hondo.

—Sí, es mejor que me vaya. El Sr. Ferdinand no me necesita y estoy segura de que podrá entenderlo —digo y me tomo el atrevimiento de darle un abrazo a la señora.

—Le preparé otro té de valeriana para los nervios —dice Lily con una sonrisa gentil.

—Gracias —digo, sintiendo que eso me caerá bastante bien, pues aún sigo nerviosa.

—Disculpe que no estuviera esta tarde en la casa. Debí quedarme con usted —dice Lily con arrepentimiento.

Me relamo los labios, dándole otro largo sorbo al té caliente y niego con la cabeza.

—No te preocupes, de todas formas iba a marcharme una vez el Sr. Ferdinand volviera de viaje.

—¿Está segura que no era el perro? —pregunta la Sra. Daphne.

—No, cuando salí el perro estaba atado —contesto, totalmente incrédula ante la teoría de los guardias—. Sea lo que sea que se estaba acercando, tenía una cadena, pero no logre verlo porque me encerré en la habitación a tiempo.

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