19. Ven conmigo

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|ANGIE|

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|ANGIE|

Bajo por las escaleras con ayuda de un bastón, al menos puedo asentar mejor el pie. El doctor me dijo que pronto podré caminar con normalidad, así que eso es lo único bueno de la situación. En mi lento andar, agradezco no ver por ninguna parte a ese imbécil disfrazado de enfermero. Esta vez no soportaré ninguno de sus comentarios asquerosos, estoy dispuesta a golpearlo con el bastón si es necesario.

«¿Estará cuidando bien a Paula?».

Suplico en mi mente que así sea, ya que esto me alienta a terminar rápido con el show en la piscina para ir a visitarla. Llevo puesta una bata en la que se transparenta mi bañador, que no deja casi nada a la imaginación. Una de las cosas que me alivia es que no recibí respuesta por parte de Armin, aunque estoy segura de que me estará viendo desde las ventanas.

«No puedo creer que vaya a hacer esto».

—¿Necesita que le lleve algo de tomar? —pregunta la Sra. Daphne, tan servicial como siempre.

No puedo odiarla, ni a ella ni a su nieta, ya que ahora entiendo la razón poderosa por la que no se enfrentan al psicópata de Ferdinand. Seguro deben estar bajo alguna amenaza, pues de otra manera no entiendo cómo pueden soportar trabajar con él...

—No, gracias —contesto con una pequeña sonrisa.

—De todas formas, le llevaré una limonada —avisa caminando hacia la cocina.

Me vuelvo hacia la salida trasera y al instante mis piernas pierden su firmeza. A pesar de que estoy acostumbrada a vestir de esta manera, por primera vez no me siento cómoda. Me siento como una prostituta y la presión que eso representa solo vuelve más tortuoso esto.

El jardín se abre ante mí, un oasis verde y sereno, con la piscina centelleando bajo el sol del mediodía. Las rosas están en plena floración, sus colores vibrantes contrastan con el azul del agua. El aroma de jazmín y lavanda flota en el aire, creando una atmósfera casi irreal. Salgo de la casa sin poder disfrutar de la hermosa imagen del jardín, pues enseguida me siento bajo observación. El nerviosismo somete a mi calma. Y a pesar de que quiero mirar en dirección a las ventanas, reprimo mi deseo, presintiendo que eso empeorará mi situación. Intento ignorar esa mirada lejana, avanzo despacio y en ese momento mi vista viaja hacia las botellas de licor en el mini bar.

«Tal vez necesito un trago».

Desvío mi camino y dejo mi bolso sobre la barra. Me acerco a los estantes llenos de botellas de distintos colores y formas, y tomo al azar una botella. Observo que se trata de tequila y retiro la tapa. El fuerte aroma me provoca ganas de vomitar, pero mi deseo de acabar con los nervios me impulsa a beber directamente de la botella.

—Amargo —digo arrugando la cara como una pasa.

El líquido me quema el paladar y la garganta y el fuerte sabor me hace querer dejar la botella en su lugar. Pero luego siento esa mirada distante y eso es suficiente para que beba rápidamente más de la botella. Los siguientes tragos son menos horribles y, una vez la vacío a la mitad, dejo la botella en su lugar.

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