18. Castigo

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|ANGIE|

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|ANGIE|

Los gritos desgarradores de Paula llenan el silencio, creando una atmósfera de terror palpable. Intento suplicar a su lado, pero mis palabras se ahogan en mi llanto desesperado. Trato de levantarme con la intención de ayudarla, pero el viejo me muestra el arma como una advertencia, y me quedo inmóvil, viendo cómo Austin la sujeta del cabello, sometiéndola en el suelo.

Mis ojos recorren las armas cortos punzantes colgadas en la pared, pero la distancia es demasiado larga para alcanzarlas. Ferdinand por su parte se acerca con las tenazas a las manos de Paula, que lucha desesperadamente y grita con todas sus fuerzas.

Mis manos se convierten en puños cargados de impotencia y por momentos siento que casi me desmayo. Todo empeora cuando logran dominarla y la tenaza se cierra en su dedo índice, la sangre brota abundantemente de la zona, mientras la carne se abre dejando el hueso expuesto. Ferdinand aplica más fuerza y los gritos de Paula me hacen cubrirme los oídos, mientras cierro los ojos y lloro con fuerza, sintiendo que estoy al borde de la locura...

—Aquí tiene —dice Ferdinand, arrojando el dedo a una corta distancia de mí, desatando mi pánico y furia.

—¡Monstruo! ¡Está loco! —grito con todas mis fuerzas.

Una sonrisa diabólica curva sus labios, mientras se entretiene arreglándose los puños de la camisa y mira con satisfacción a mi amiga. Paula llora con fuerza y se queja a gritos siendo arrastrada del cabello por Austin, que la lleva hacia un rincón. Enseguida intento levantarme, pero Ferdinand me dirige una mirada fría como advertencia. Me quedo quieta, deseando correr y golpear con todas mis fuerzas al imbécil de Austin, que la arroja como basura al piso y la encadena a la pared.

—D-Déjeme curarla, por favor —suplico, cubriéndome la boca al tratar de controlar mi llanto y ganas de vomitar al ver otra vez el dedo de Paula.

—Austin se encargará de eso —avisa con simpleza y una vez termina de arreglarse la ropa, recoge el dedo del piso sin mostrar asco.

Mi respiración se detiene y entro en pánico al ver que se acerca, por instinto trato de poner distancia, pero es más rápido y me sujeta el brazo.

—Venga conmigo —ordena haciendo que camine a su lado.

El contacto de su mano me provoca ganas de vomitar; quiero alejarme, pero cuando miro el arma enfundada en su cintura, me vuelvo dócil y avanzo a su lado. Entre saltos, camino a su lado y veo que nos acercamos a la piscina limitada con barrotes. Él me conduce a través del estrecho pasillo que se suspende sobre el agua y entonces miro las criaturas que flotan en el agua.

«Cocodrilos».

Por momentos, siento que voy a desmayarme, pero miro el lugar por el que caminamos y el miedo me obliga a mantenerme alerta. Un enorme reptil nada rápido, como si oliera la sangre en las manos de Ferdinand. Mi respiración se detiene al verlo demasiado cerca, con sus ojillos aterradores clavados en nosotros. Nos detenemos a mitad del pasillo y veo que abre una pequeña ventana con rejas. Lanza el dedo al agua y enseguida este termina en la enorme boca de uno de los reptiles.

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