36. Adiós

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|ANGIE|

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|ANGIE|

Permanezco sentada en el borde de la cama, observando a través de la ventana cómo la luz del día se apaga lentamente. Con cada segundo que transcurre, el temblor en mi cuerpo aumenta. Durante todo el día, no he tenido un momento de tranquilidad, pues la hora de nuestra huida se acerca. Armin ha tratado de calmarme con sus besos, pero no puedo pensar en otra cosa que no sea escapar de este lugar. Desde hace un rato, he visto algunas personas caminar por el jardín, seguramente los invitados de Ferdinand.

En el profundo silencio de la habitación, escucho mi corazón bombear sangre a su máxima capacidad. En ese momento, veo a Armin salir del vestidor, trayendo algo envuelto entre sus manos. Se coloca en cuclillas frente a mí y enciende una lámpara de noche, agregando un poco de luz. Sin decir nada, descubre las armas y me las muestra. Enseguida, el nerviosismo me pone a temblar, y por un segundo me siento tentada a frenar esta locura. El miedo amenaza con hacerme aceptar nuestro destino en este lugar. Pero el temor a lo que pueda pasarnos después también me impulsa a seguir adelante.

«Es ahora o nunca».

—Esta arma tiene un poco de munición —avisa, haciendo un gesto para que la tome.

Trago saliva y mis manos temblorosas la sostienen con dificultad debido a su peso.

—Este revolver no tiene nada, así que no tiene caso llevarlo —dice, envolviendo de nuevo el arma para guardarla en uno de los cajones de la mesita de noche.

Me dedica una pequeña sonrisa, tal vez notando mis nervios, y se acerca, dejando un corto beso sobre mis labios.

—Todo estará bien...

—Eso espero... ¿Cuándo podremos salir?

—En la madrugada —contesta, viendo la llegada de la noche a través de las ventanas—. Todos estarán demasiado ebrios y es posible que los guardias estén más pendientes de los invitados.

Me quita con suavidad el arma de las manos y me mira con atención.

—Yo voy a llevarla —dice, al ver mi miedo al siquiera tocar la pistola.

—¿Crees que la necesitaremos? —pregunto asustada.

Armin deja el arma sobre la mesita y se vuelve completamente hacia mí.

—Haré lo que sea necesario para que salgamos de aquí —dice haciéndome saber lo que eso puede implicar.

—No quiero perderte —digo enseguida, sintiendo el impulso de abrazarlo, y rodeo su cuello con mis manos, atrayéndolo hacia mí.

—No lo harás —afirma, besando mis labios.

—Al menos dime cómo se dispara en caso de que sea necesario que la use —digo, buscando un poco de seguridad en esta locura.

Sonríe abiertamente y toma el arma, explicándome algunas cosas que debo hacer antes de disparar. Cuando termina de explicarme, me muestra cómo sujetarla. Me insta a tomarla y, cuando lo hago, apunto con mis manos temblorosas hacia la pared. Armin me dice cómo debo quitarle el seguro, pero no soy capaz de hacerlo y se la entrego. Él sonríe y, comprensivo, me da un beso en la mejilla, mostrándome cómo hacerlo. Cuando le quita el seguro, el pánico me embarga y rápidamente vuelve a ponérselo, notando mi miedo.

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