27. Entre bestias

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|ANGIE|

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|ANGIE|

Un disparo rompe el silencio. Salgo de mi sueño sobresaltada y me siento sobre la cama, escaneando rápidamente el entorno. Mi respiración se vuelve caótica. Los disparos continúan afuera y me preparo para tirarme al suelo, pero la mano de Armin me detiene. Niega con la cabeza y, al ver su tranquilidad, decido quedarme quieta, observando cómo toma la tablet de la mesita y se dispone a escribir algo.

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Están practicando.

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—¿Q-Quién? —pregunto, asustada por los continuos disparos.

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Cuando venimos a su casa de campo, todas las mañanas, Ferdinand sale a practicar tiro.

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Me acomodo sentada a su lado, aunque me cuesta convencer a mi cuerpo de que nada malo está pasando. Con cada disparo, me encojo más, sintiendo ganas de ocultarme. Armin me rodea con sus brazos, tratando de calmarme. Mi cabeza descansa sobre su pecho y cierro los ojos, buscando mi calma. Esto es demasiado; ese viejo está loco de remate. De nuevo, esos miedos emergen y ahora este lugar me resulta aún más intolerable.

—¿Para qué practica? —pregunto, sin poder ocultar el temor en mi voz.

Armin escribe en la tablet y luego me lo muestra.

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No lo sé, creo que es uno de sus hobbies favoritos.

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—Es un psicópata —murmuro, con una afirmación cargada de repulsión.

Armin, me abraza con fuerza y deja un beso sobre mi cabeza que me calma, mientras sigo escuchando los disparos. Nunca en mi vida había escuchado un disparo real tan cerca. Todo lo que quiero es estar lejos de este lugar; no quiero saber nada de disparos, armas, sangre y amenazas. Me produce escalofríos pensar que tal vez pueda estar disparándole a Paula, por lo que abrazo con más fuerza a Armin.

—¿T-Tú alguna vez has disparado? —pregunto, tomando distancia cuando me siento más segura de poder andar, escuchando que están agujereando algo o a alguien.

Armin libera un suspiro y, en respuesta, levanta la gruesa cadena sujeta al grillete en su pie y niega con la cabeza. Comprendo entonces lo difícil que sería para alguien que ha pasado toda su vida encerrado tocar algo semejante a un arma; algo que podría ayudarle a defenderse y liberarse. Fue una suerte que encontrara esa bala entre las cosas de sus padres desquiciados.

—Debes estar acostumbrado a esto, ¿verdad? —pregunto, aún escuchando los disparos.

Asiente y dejo una caricia sobre su mejilla, sintiendo mucha compasión por él. Una persona que no tuvo opción más que acostumbrarse al encierro y la locura de las personas que se supone debían de cuidarlo. Entrecierra los ojos como si disfrutara mucho de mi contacto y su mano toma suavemente la mía, queriendo que siga acariciándolo.

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