Durante toda su vida el encierro y la soledad fueron sus únicos amigos, hasta que encontró a una persona valiente que se atrevió a hacer algo peligroso: amarlo. El amor era la única salvación para Angie, quien fue en busca de una salida a sus proble...
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|ANGIE|
El canto de las aves otorga una armonía dolorosa al jardín, oprimiendo mi espíritu de la misma manera que el encierro lo hace a una avecilla. Escuchar esos trinos me recuerda la libertad que ya no tengo, y por eso mi apetito se vuelve más escaso. Dejo que el desayuno se enfríe, mientras mantengo mi vista clavada en la nota amarilla entre mis manos.
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Armin.
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Fue todo lo que me escribió. Intenté hacerle más preguntas, pero no obtuve más respuestas. Aunque me he sentido tentada a tocar su puerta, no tengo la valentía necesaria. A cada momento miro en dirección a esas ventanas, esperando ver a alguien asomado, observándome.
«Sé que está ahí».
A pesar de la distancia que me separa de la casa, siento una vigilancia constante. La insistencia de ese viejo en que salga a desayunar afuera me hace saber que hay un motivo: hay un espectador viéndome.
Hoy, el remedo de enfermero que me vigila no hace otra cosa más que jugar y chatear con su celular. Lo observo sentado en una silla de sol junto a la piscina. A veces me pregunto de qué tienda de disfraces sacó su uniforme, porque dudo que pueda hacer algo más que inyectar cosas ilegales a la gente.
Mi atención se dirige a la barra de chocolate blanco junto al desayuno. Instintivamente, miro hacia las ventanas.
«¿Fue él quien ordenó que me la dieran?».
El chocolate blanco con trozos de cacao es mi favorito, pero no entiendo cómo lo supieron.
—Angie, es hora de que hable con su familia —anuncia la voz sorpresiva de Ferdinand, que es acompañado por el remedo de enfermero.
Frunzo el ceño y los veo a ambos. El idiota se acomoda en una silla alejada, mientras el viejo observa la pantalla de mi celular con una sonrisa perturbadora.
—Su madre quiere hablar con usted —dice, mirándome con severidad—. Espero que sea discreta, porque estoy seguro de que no quiere que les pase algo malo...
—Basta —respondo, molesta.
—Bien, ella ha estado llamándola mucho en las últimas horas. Así que debe inventarse algo —ordena, mirando mi celular—. Pero ni se le ocurra decir algo indebido. Ellas no podrán ayudarle, ¿Entendido?
Respiro con fuerza. No necesito contestarle, porque lo último que quiero es preocupar a mi madre e involucrarla en esto... El viejo infeliz me entrega el celular y, en ese momento, veo que se enciende la pantalla, anunciando otra videollamada.
(***)
Fue difícil mentirle a mamá, pero tuve que hacerlo. Todo el tiempo estuve bajo la atenta mirada del viejo y el idiota de Austin, que escucharon con atención cada palabra que dije. Mamá se mostró feliz, al igual que mi hermana. El cerdo miserable en realidad sí fue a México y les llevó regalos, pero lo que más me impactó fue escuchar que estaba acompañado por Paula...