20. Jaden

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|ANGIE|

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|ANGIE|

Por un momento, dudo de mi propia visión, pero el contacto de su mejilla confirma que lo que estoy viendo es real. Podría confundirlo con un ángel un tanto maltratado por el infierno, pero conserva unos rasgos que me cautivan y me impiden apartar la mirada. Extrañamente, me arrepiento de haber conocido su rostro, pues ahora temo que esa mirada no sea fácil de olvidar...

No podré dormir tranquila sabiendo que estoy jugando con los sentimientos de alguien como él. Tiene unos ojos que evocan el verde de alguna piedra preciosa, pero también un poco del gris de una tarde lluviosa; la tristeza parece ser una compañera constante en ellos. Igualmente, veo la sombra de la inseguridad, un vestigio de los sufrimientos que sin duda han marcado su vida.

—Me alegra finalmente conocerte —confieso en voz baja.

Guarda silencio, baja la mirada con timidez y una pequeña sonrisa se dibuja en sus labios carnosos, suaves como pétalos de rosa que parecen ser un conducto hacia un cielo infinito. Su falta de respuesta me recuerda que prefiere el silencio, pero su expresión me ayuda a enfocarme. Observo una de las causas de su aspecto salvaje y no puedo resistir la tentación de tocar uno de los mechones dorados de su larga cabellera, que admiro sinceramente a pesar de su descuido aparente.

—Es precioso —opino, deslizando mis dedos por su cabello.

Posee una melena dorada que fluye como un río de luz sobre sus hombros, una cascada de oro que contrasta con su piel pálida y delicada. Sus ojos verdes, intensos y profundos como un bosque encantado, reflejan una mezcla única de salvajismo y tristeza al mirar. Mientras sus facciones, finas y delicadas, parecen haber sido esculpidas por manos cuidadosas y vuelven de mirarlo algo placentero.

Armin, por su parte toma otra nota y escribe algo antes de mostrármelo.

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Ferdinand dice que mi cabello se ve feo y debería cortarlo.

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«Maldito viejo».

Forzando una sonrisa, me contengo de expresar mi ira y sonrío.

—Para mí es todo lo contrario, nunca deberías cortarlo —digo, revelando mi fascinación por su larga melena.

Intenta evitar mi mirada directa, aunque sonríe tímidamente, lo que provoca un leve rubor en su pálida piel que parece apenas conocer la luz del sol. Sonrío con ternura y, sintiendo el dolor en mi espalda, retiro mi brazo del agujero y me estiro para aliviar la molestia. Cuando vuelvo a mirar, no lo veo asomado.

—¿Qué te parece si hablamos más tarde? —pregunto, esta vez notando el dolor en mi trasero como nunca antes.

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Está bien. ¿Pero podrías darme otro chocolate antes?

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Su pedido suena casi infantil, aunque entiendo sus motivos, y una mezcla de alivio y nervios me invade. Sacando un chocolate de la caja, luego me acuesto en el suelo y acerco mi rostro a la ventanita para mirar hacia su lado de la habitación.

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