Prólogo

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El auto se detuvo con un crujido leve frente a la imponente casona. Al bajar del vehículo, mis ojos se encontraron con la estructura monumental que mis padres habían adquirido para nosotros, sus doce hijos, y para ellos mismos. La casa, con su fachada de piedra y sus ventanales gigantescos, parecía sacada de una postal de ensueño, pero para mí, no era más que una jaula dorada. Rodeé los ojos, recordando con nostalgia los días más sencillos y alegres que había pasado con mi tía Guadalupe en la vibrante Ciudad de México. En comparación, esta opulenta residencia en el campo parecía una trampa lujosa, lejos de la vida y el bullicio que tanto amaba.

El jardín, perfectamente cuidado, se extendía frente a la casa con flores de colores vivos y árboles bien podados, pero no lograba animar mi ánimo. El césped estaba tan verde y perfecto que parecía artificial, y las fuentes de agua añadían un toque de grandiosidad que solo hacía que me sintiera más fuera de lugar. Mis hermanos, cada uno con su propia expresión de sorpresa, curiosidad o disgusto, comenzaban a bajar de los otros autos.

Suspiré, resignado, y me dirigí al maletero para sacar mis maletas. Estaban pesadas, no solo por el peso físico, sino también por la carga emocional de todo lo que había dejado atrás. Mientras cargaba mis cosas hacia la entrada, observé cómo Lando corría por el jardín, riendo con esa energía inagotable que siempre parecía tener. Max y Victoria, con sus actitudes arrogantes, ya estaban explorando la casa con una mezcla de indiferencia y superioridad, mientras los otros más pequeños se perseguían entre sí.

—Sergio, ayuda a tus hermanos con las cosas —me dijo mi padre, Antonio, con César en sus brazos, quien miraba todo a su alrededor con los ojos muy abiertos.

Asentí sin ganas, sabiendo que discutir no serviría de nada. Dejé mis maletas a un lado de la puerta principal y volví al auto para ayudar a mis hermanos. Empecé por Paola, quien siempre llevaba más cosas de las que podía manejar por sí sola, incluyendo su inseparable guitarra.

—Gracias, Sergio —dijo con una sonrisa agradecida, su tono suave como una melodía.

Después ayudé a Cecilia con su enorme mochila llena de libros, luego a Patricio con sus cajas de materiales artísticos, y a Pedro, que tenía una colección de plantas en macetas pequeñas. Catalina, siempre independiente, insistió en llevar sus cosas sola, mientras que César se aferraba a nuestro padre, su carita llena de curiosidad.

El interior de la casa era aún más impresionante. Los techos altos y las escaleras de mármol irradiaban una sensación de grandeza, mientras que las habitaciones espaciosas estaban decoradas con muebles elegantes y obras de arte caras. Todo parecía cuidadosamente diseñado para impresionar, pero a mí solo me hacía sentir más frío y distante.

—¡Wow, esta casa es increíble! —exclamó Patricio, sus ojos brillando con entusiasmo.

—Sí, pero me pregunto cuánto tiempo nos llevará encontrar nuestras habitaciones —respondió Catalina con un tono pragmático, observando las escaleras y los largos pasillos.

Mientras todos comenzaban a explorar, me quedé un momento en la entrada, observando cómo mis padres intentaban organizar a sus once hijos en este nuevo hogar. Sus rostros mostraban una mezcla de esperanza y preocupación, sabiendo que esta sería su última oportunidad para unirnos como familia.

—Vamos, Sergio, tenemos mucho trabajo por delante —dijo mi madre, Kelly, con una sonrisa cansada pero determinada.

Asentí y tomé mis maletas nuevamente, dispuesto a hacer lo mejor que pudiera en esta situación.

Desde que cumplí cinco años, mi vida cambió para siempre. Ese fue el año en que tuve que asumir la responsabilidad de cuidar a mis hermanos, Toño y Paola. Mamá se había ido sin mirar atrás hacía dos años, dejando un vacío que papá no pudo ni quiso llenar. En lugar de ser el pilar que necesitábamos, papá se sumergió en una espiral de alcohol que lo mantenía ausente, incluso cuando estaba presente físicamente. Cada noche, el olor a licor impregnaba la casa, y sus ojos perdidos nos recordaban la profundidad de su incompetencia.

Wildest dream || Chestappen Donde viven las historias. Descúbrelo ahora