En el campo, la vida distaba mucho de las películas idílicas que retrataban la vida rural como un paraíso tranquilo y pintoresco. Para empezar, cada día comenzaba antes del amanecer. A las cuatro de la mañana, me levantaba junto con mis hermanos para enfrentar el desafío del agua helada, ya que no teníamos boiler que calentara el agua. Bañarse en esas condiciones era un choque de realidad cada mañana, pero era algo a lo que nos habíamos acostumbrado.
Después del baño, comenzaba la maratón matutina para llevar a mis hermanos a la escuela. La escuela más cercana estaba a más de una hora de distancia, así que el viaje era largo y agotador. Primero, llevaba a César y a Lando al kinder, asegurándome de que estuvieran listos y preparados para el día. Después, me dirigía a la secundaria con Catalina, Patricio y Pedro, asegurándome de que estuvieran a tiempo para sus clases. Finalmente, conducía hasta la universidad con Cecilia, Paola y Antonio, dejándolos en el campus antes de que comenzaran sus estudios.
Por suerte, los hermanos Verstappen no requerían ser transportados. Sus estudios eran en línea, lo que les permitía quedarse en casa y evitar la rutina de madrugadas y largos trayectos en auto. Aunque a veces sentía envidia de su situación más cómoda, sabía que cada uno de nosotros tenía nuestras propias responsabilidades y cargas que llevar.
Después de dejar a todos en sus respectivos lugares de estudio, regresaba a casa. Pero mi día no terminaba ahí. Mis padres siempre tenían una larga lista de tareas y deberes que necesitaban ser cumplidos. A menudo, me encontraba sobrecargado de responsabilidades domésticas y trabajos en el campo, mientras que los hermanos Verstappen parecían ocuparse principalmente de "tareas" que supuestamente les dejaban para completar en casa.
La disparidad en nuestras vidas era evidente y, a veces, frustrante. Mientras yo lidiaba con las realidades de la vida rural y las responsabilidades familiares, ellos parecían disfrutar de una existencia más despreocupada y cómoda.
Al llegar con las dos cubetas llenas de agua para regar la cosecha, mis pies tropezaron con una piedra suelta en el camino de tierra. Caí de bruces al suelo, sintiendo cómo el agua fría y sucia se derramaba sobre mi ropa. Un sonido de risas desde atrás me sacó de mi aturdimiento inicial.
Giré rápidamente para encontrarme con Max, parado ahí con una sonrisa burlona en su rostro. Su risa resonaba en el aire, un eco molesto que resaltaba mi vergonzosa caída. La humillación y la ira se mezclaron dentro de mí mientras él se burlaba de mi desgracia.
─¿Qué te parece tan gracioso? ─le espeté, mis puños apretados a los costados.
Max simplemente continuó riendo, sin ninguna señal de compasión o arrepentimiento. Fue entonces cuando noté un montón de lodo fresco cerca de mis pies. Sin pensarlo dos veces, lo agarré y se lo lancé con toda la fuerza que pude reunir. El lodo voló por el aire y aterrizó directamente en la camiseta blanca que Max llevaba puesta.
Su risa se detuvo instantáneamente. Me miró con furia y sorpresa, el barro goteando por su rostro. Sin previo aviso, se lanzó hacia mí, empujándome hacia atrás y haciéndome caer nuevamente al suelo. Los golpes empezaron a llover, un intercambio frenético de puñetazos y empujones en medio del barro y el agua derramada.
Ambos estábamos cegados por la rabia, nuestros cuerpos se movían por instinto puro. Cada golpe era una expresión de años de resentimiento y rivalidad. No había espacio para la razón o la calma en ese momento, solo la necesidad de demostrar quién era el más fuerte, quién tenía el control.
El sonido de nuestros jadeos y golpes resonaba en el aire, mezclándose con el ruido del agua corriente y las voces distantes de nuestros hermanos trabajando en el campo. El sol comenzaba a ocultarse en el horizonte, tiñendo el cielo de tonos dorados y rosados mientras continuábamos nuestra batalla en el barro.
Finalmente, después de lo que pareció una eternidad, nos separamos. Nos miramos uno al otro, respirando pesadamente, nuestros cuerpos cubiertos de barro y sudor. Aunque la pelea había terminado físicamente, sabía que las tensiones entre Max y yo continuarían, siempre latentes, esperando el momento adecuado para estallar una vez más.
Al entrar a la casa, el ambiente estaba cargado de tensión y silencio. La recriminación de mamá no se hizo esperar cuando nos vio a Max y a mí, nuestros rostros aún marcados por la pelea en el campo.
─¿No se pueden ver como hermanos? ─nos interrogó, su voz cargada de molestia y decepción─. Se llevan peor que gatos y perros.
Traté de abrir la boca para disculparme o explicar, pero las palabras se atascaron en mi garganta ante la mirada severa de mamá.
─Deben aprender a llevarse bien, son hermanos ─continuó, llevando sus manos a las caderas en un gesto de indignación palpable.
La tensión en la habitación era palpable mientras Max y yo nos mirábamos en silencio, cada uno manteniendo su posición con orgullo y obstinación. Pero entonces, Max rompió el silencio con una voz llena de amargura y resentimiento.
─Sergio no es mi hermano y nunca lo será ─declaró, sus palabras cortantes como cuchillas.
Sentí como si me hubieran golpeado en el pecho. La declaración de Max resonó en el aire, una confirmación cruel de lo que ya sabía pero nunca había querido aceptar completamente.
─Por primera vez, opino lo mismo que este neandertal, digo, neerlandés ─intervine, mi tono cargado de sarcasmo y amargura mientras miraba a Max con una sonrisa irónica.
Las palabras salieron de mi boca antes de que pudiera detenerlas, una respuesta impulsiva y llena de dolor. Mamá me miró con sorpresa y decepción, sus ojos entrecerrados en un gesto de reproche. Me di cuenta en ese momento de que había cruzado una línea, una que no podía deshacer.
Max me fulminó con la mirada, sus ojos brillando con un resentimiento que cortaba más profundo que cualquier pelea física que hubiéramos tenido. Sabía que nuestras palabras habían herido profundamente, y no había vuelta atrás.
─Son mis hijos y por lo tanto son hermanos─, dijo mamá por fin intentando no romper en lágrimas. ─Esto...─, nos señalo a ambos ─Me duele como no tienen idea─, se marchó.
El silencio pesado llenó la habitación mientras todos procesábamos lo que se había dicho. Las palabras de mamá resonaron en mi mente como un eco de advertencia.
─Nunca serás mi hermano ─, hablo Max antes de retirarse.
─Ni tu el mío─, susurre viéndolo marchar.
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Wildest dream || Chestappen
FanfictionKelly y Antonio se habían conocido en sus años universitarios. Su amor fue intenso y apasionado, llevándolos al altar donde prometieron amarse para siempre. Fruto de esa unión nacieron Sergio, Antonio y Paola. Sin embargo, como muchas historias de a...