Dos días habían pasado desde que mis padres se fueron a la ciudad, y no había señales de que regresaran. La excusa del derrumbe comenzaba a parecer cada vez más débil, y la comida se estaba acabando rápidamente.
—No hay huevos —dijo Catalina, entrando con la canasta vacía en las manos, su expresión preocupada.
—La fruta del huerto se ahogó —bufó Cecilia, visiblemente frustrada mientras se secaba las manos sucias de lodo.
Me acerqué a Patricio, quien estaba revisando los estantes vacíos de la despensa. —¿Cuánta comida nos queda? —le pregunté, la preocupación creciendo en mi voz.
Patricio frunció el ceño, haciendo un rápido inventario mental. —Si mis cálculos no fallan, solo tenemos suficiente para la cena de hoy y la comida de mañana —dijo, abriendo uno de los estantes para mostrar su casi total vacuidad.
El peso de la situación caía sobre mí como una losa. Miré a mis hermanos, cada uno ocupado en sus tareas, intentando mantener el orden y la normalidad en medio de la incertidumbre. César y Lando jugaban silenciosamente en una esquina, ajenos a la gravedad de la situación.
—Tenemos que racionar lo que nos queda —dije, tomando un profundo respiro para mantener la calma—. Y mañana... mañana tendré que ir al pueblo a buscar más comida.
Max, quien estaba sentado cerca, levantó la vista de su libro. Su rostro mostraba una mezcla de desafío y resignación. —¿Y cómo piensas hacer eso? —preguntó, su tono sarcástico apenas disimulado.
—Encontraré la manera —respondí con firmeza—. No podemos simplemente quedarnos aquí y esperar. Tenemos que hacer algo.
El silencio se instaló en la habitación, solo interrumpido por el susurro del viento afuera y el sonido ocasional de la lluvia que aún caía. Sabía que tenía que mantener a todos unidos y tranquilos, pero la presión era inmensa.
Esa noche, la cena fue una ración pequeña y simple. Todos comíamos en silencio, el peso de la situación reflejado en los rostros de mis hermanos. Los hermanos Verstappen, como siempre, no mostraron ningún agradecimiento, pero en ese momento no tenía energía para pelear.
Después de la cena, me acerqué a Max, quien aún parecía mantener una actitud distante y desafiante. —Mañana temprano, necesito que me acompañes al pueblo —le dije, tratando de no mostrar la desesperación en mi voz.
—¿Para qué? —respondió con desdén.
—Para conseguir comida. Dos personas podrán cargar más y será más seguro —dije, esperando que entendiera la gravedad de la situación.
Max suspiró, aparentemente evaluando la situación. Finalmente, asintió con la cabeza. —Está bien. Pero solo porque yo también necesito comer —dijo, su tono menos desafiante de lo usual.
A la mañana siguiente, nos levantamos antes del amanecer. El viaje al pueblo no sería fácil con los caminos llenos de lodo, pero no teníamos otra opción. Nos preparamos rápidamente, tomando las mochilas más grandes que teníamos para poder cargar todo lo que pudiéramos conseguir.
—Volveremos lo más pronto posible —dije, mirando a mis hermanos que se quedaron en la casa. Sus caras mostraban una mezcla de preocupación y esperanza.
Max y yo salimos bajo la lluvia ligera que aún caía, el barro haciendo que cada paso fuera más difícil. Sabía que el viaje sería largo y extenuante, pero la necesidad de conseguir alimentos para mis hermanos me impulsaba a seguir adelante.
Al llegar a las caballerizas, cada uno de nosotros montó su caballo. Max y yo habíamos acordado tomar el camino hacia el pueblo más cercano, esperando encontrar algo, cualquier cosa, que pudiera ayudarnos a pasar los próximos días. El pueblo no tendría tantas cosas como la ciudad, pero al menos podríamos conseguir lo básico.
Avanzábamos en silencio, el sonido de los cascos de los caballos resonando sobre el suelo húmedo. La lluvia ligera había cesado, pero el cielo seguía encapotado, prometiendo más tormentas en el futuro.
De repente, Max detuvo su caballo abruptamente. —¡Sergio! —gritó, bajando rápidamente de su montura.
—¿Ocurrió algo? —imité su acción, preocupado.
Max señaló hacia la carretera a lo lejos. Un auto pasaba lentamente, levantando una pequeña nube de polvo y lodo a su paso.
—Viene un auto —dijo, su expresión seria.
—¿Serán nuestros padres? —pregunté, tratando de enfocar la vista, pero la distancia y el barro dificultaban ver con claridad.
—No —respondió Max, mirándome con su típico ceño fruncido.
—¿Pero cómo...? —mi frustración creció, apretando los puños y los labios con fuerza.
Max suspiró, subiendo de nuevo a su caballo. —La carretera, como sospechaba, no está cerrada —murmuró, maldiciendo entre dientes.
La rabia burbujeaba dentro de mí. Si la carretera no estaba cerrada, entonces ¿dónde estaban nuestros padres? ¿Por qué nos habían dejado solos durante tanto tiempo con excusas tan débiles?
—Esto no tiene sentido —dije en voz alta, montando mi caballo de nuevo y siguiendo a Max.
El resto del camino transcurrió en un tenso silencio. Finalmente, llegamos al pueblo. A pesar de ser pequeño, el lugar estaba animado con gente que realizaba sus compras y atendía sus negocios.
—Tenemos que conseguir suficiente comida para al menos una semana —dije, mientras atábamos los caballos frente a una tienda de comestibles.
—Lo sé —respondió Max, su tono menos desafiante que antes, quizás debido a la gravedad de nuestra situación.
Entramos a la tienda y comenzamos a recoger lo necesario: arroz, frijoles, enlatados, pan. Todo lo que pudiera durar y alimentar a nuestra numerosa familia. El dueño de la tienda, un hombre mayor con una barba blanca, nos miró con curiosidad.
—¿Necesitan algo más, jóvenes? —preguntó amablemente, al ver la cantidad de comida que estábamos acumulando.
—No, esto será suficiente —respondí, tratando de mantener la compostura.
Pagamos y salimos, cargando las mochilas pesadas de regreso a los caballos. La carga se sentía menos pesada en comparación con la preocupación constante que había estado sintiendo desde que nos quedamos solos.
El viaje de regreso fue igual de silencioso. A pesar de nuestras diferencias, Max y yo habíamos logrado trabajar juntos por el bien de nuestros hermanos. Pero la duda y la desconfianza hacia nuestros padres seguían presentes.
Finalmente, al llegar a la casa, los más pequeños corrieron hacia nosotros, ansiosos por saber si habíamos conseguido comida.
—Lo logramos —dije, sonriendo a César y Lando, quienes nos abrazaron con fuerza.
Mientras descargábamos las provisiones, no pude evitar sentir una mezcla de alivio y resentimiento. Alivio porque habíamos conseguido lo que necesitábamos, pero resentimiento porque habíamos sido puestos en esta situación en primer lugar.
Max y yo intercambiamos una mirada silenciosa. Sabíamos que esta tregua no duraría para siempre, pero por ahora, al menos, habíamos logrado sobrevivir juntos. Y eso, en medio de todo, era un pequeño triunfo.
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Wildest dream || Chestappen
FanfictionKelly y Antonio se habían conocido en sus años universitarios. Su amor fue intenso y apasionado, llevándolos al altar donde prometieron amarse para siempre. Fruto de esa unión nacieron Sergio, Antonio y Paola. Sin embargo, como muchas historias de a...