Conversación

168 27 0
                                    

Los días pasaron como una neblina espesa. Cada momento con Victoria en la misma habitación era una tortura silenciosa. Ella nos evitaba, ni siquiera nos dirigía la mirada, y cada vez que nuestras miradas se encontraban por accidente, había una frialdad cortante en sus ojos. Max y yo intentábamos seguir con nuestra rutina, pero la tensión era palpable.

Después de lo que parecieron semanas, una tarde, mientras Max estaba ocupado con las tareas del campo, Victoria caminó hacia mi y finalmente rompió su silencio.

—Sergio, necesito hablar contigo— dijo, su voz firme pero baja.

Sentí un nudo formarse en mi estómago, pero asentí y la seguí hasta el granero. El espacio, que solía ser nuestro refugio, ahora parecía un lugar de confrontación inminente. El miedo de lo que podría decir me hacía casi imposible respirar con normalidad.

Nos detuvimos cerca de las pilas de heno, donde solíamos escondernos y compartir momentos secretos. Ahora, ese mismo lugar se sentía como un escenario para una escena de juicio.

Victoria se giró para mirarme, sus ojos duros y su expresión determinada.

—Dejame decirte que ver a mi hermano besándose contigo fue realmente impactante,— comenzó, su voz sin rastro de la dulzura que solía tener. —Y antes de que digas algo, quiero que sepas que no me importa lo que hagan... mientras Max no sufra.

Su declaración me sorprendió. No era lo que esperaba. Abrí la boca para hablar, pero ella levantó una mano para detenerme.

—Escúchame bien, Sergio. Max ha pasado por mucho, más de lo que puedes imaginar. Si tú lo haces sufrir, si lo lastimas de alguna manera, te juro que me encargaré de que pagues por ello— su voz era baja pero cargada de amenaza.

—Victoria, yo nunca...— empecé a decir, pero ella me interrumpió de nuevo.

—Déjame terminar— dijo, su voz cortante. —Max es mi único hermano, y no voy a permitir que nadie lo dañe, ni siquiera tú. Y antes de que pienses que estás exento de cualquier responsabilidad, déjame decirte algo claro: para mí, tú y tus hermanos no son mis hermanos. Han sido más como... compañeros de cuarto obligados. Así que si alguna vez me haces sentir que Max está sufriendo por tu culpa, te prometo que haré lo que sea necesario para protegerlo. No me importará lastimarlos a ellos o a ti.

Su dureza me dejó sin palabras. La idea de que Victoria no nos veía como hermanos era un golpe esperado y un alivio extraño. Sabía que nuestro vínculo no era convencional, pero escucharla decirlo en voz alta lo hacía más real.

—Victoria, te prometo que nunca haría nada para lastimar a Max— dije finalmente, mi voz temblando. —Lo amo, más de lo que puedo expresar.

Ella me miró por un largo momento, evaluando cada palabra, cada emoción en mi rostro. Finalmente, asintió.

—Espero que eso sea cierto— dijo, su voz más suave pero aún firme. —Porque si alguna vez veo a Max herido por tu culpa, no tendré piedad.

Con esas palabras, se dio la vuelta y salió del granero, dejándome solo con mis pensamientos. Me quedé ahí por un momento, intentando procesar todo lo que había dicho. Sentí un peso levantarse ligeramente, sabiendo que no nos delataría, pero al mismo tiempo, un nuevo tipo de responsabilidad se asentó en mi corazón.

Amaba a Max con todo lo que tenía, y ahora sabía que tenía que protegerlo no solo por mí, sino también por Victoria. La promesa que le hice resonaba en mi mente, y su advertencia se convirtió en una sombra que me recordaba lo que estaba en juego.

Esa noche, cuando Max me encontró en el granero, le conté lo que había pasado. Nos abrazamos en silencio sintiendo un peso menos.

Después de la confrontación con Victoria, Max y yo nos esforzamos por mantener nuestra relación lo más discreta posible. Sabíamos que no podíamos permitirnos que otros se enteraran, especialmente con el estado frágil de las cosas. La gripe que Max contrajo fue, irónicamente, un alivio temporal para nuestro problema de visibilidad.

Max se había contagiado primero, y los días que pasó lidiando con mocos y mareos me dieron una pequeña tregua. Mientras él se recuperaba, yo me aseguraba de mantener mi distancia y no levantar sospechas. Sin embargo, el destino tenía sus propios planes, y poco después de que él comenzara a mejorar, me vi afectado por la misma gripe.

Me encontraba en mi habitación, acurrucado en la cama, envuelto en una manta y con una sensación de debilidad que no había experimentado en mucho tiempo. Mi cabeza latía y mi estómago se revolvía. Cada vez que intentaba levantarme, me invadía un mareo que me obligaba a volver a la cama.

—¿Seguro estás bien?— preguntó Max, su voz llena de preocupación mientras me veía vomitar hasta la bilis.

Luché por contener mi malestar y le respondí, aunque con dificultad. —Es tu culpa— lo maldije en burla, intentando aliviar la tensión con humor.

Max sonrió débilmente, pero su rostro mostraba signos de cansancio. —Tú me besaste cuando te dije que no— rió, aunque el gesto parecía más un intento de levantar el ánimo que un verdadero momento de diversión.

A pesar del malestar y la incomodidad, no pude evitar una pequeña risa. —Lo único bueno es que no tengo mucho moco— me burlé de él, señalando cómo mi condición era una variante del virus.

Max se acercó con cuidado, ayudándome a recostarme nuevamente. La ternura en sus ojos al verme tan débil me hizo sentirme aún más amado, a pesar de la situación incómoda.

La gripe nos dio un respiro forzado al mantenernos separados de los demás, y aunque la enfermedad era incómoda, también ofrecía una capa de protección a nuestra relación secreta. En esos momentos de enfermedad, el aislamiento forzado nos daba la oportunidad de enfocarnos en cuidarnos mutuamente sin levantar sospechas.

Después de días de malestar, me sentía aliviado al ver que la fiebre y la debilidad comenzaban a ceder. La sensación de alivio que experimentaba era palpable; el tormento constante de los mareos y el malestar estomacal se había disipado, al menos en su mayoría. Agradecí la rápida recuperación, aunque sabía que no había salido completamente de la tormenta.

Me sentía menos cansado y con más energía, aunque los mareos persistían ocasionalmente. La falta de apetito y el dolor en la garganta seguían siendo problemas. Había perdido peso durante esos días de enfermedad y, a pesar de mi deseo de volver a la normalidad, mi cuerpo aún estaba recuperándose.

Un día, después de una visita al médico, el diagnóstico fue claro.

—Es normal sentir mareos y debilidad después de una enfermedad tan intensa— dijo el médico con una expresión comprensiva. —Tu cuerpo está tratando de recuperarse completamente, y la falta de alimentos adecuados está afectando tu equilibrio y tu energía. Asegúrate de comer alimentos suaves y nutritivos, y beber suficiente agua.

Agradecí al médico por la explicación detallada. Aunque no me gustaba oír que el proceso de recuperación podría ser más lento de lo esperado, al menos tenía un plan para mejorar mi condición.

Cuando llegué a casa, intenté seguir las recomendaciones del médico lo más estrictamente posible. Max, siempre atento, se encargó de preparar comidas suaves y nutritivas para mí. Las sopas y purés se convirtieron en mis alimentos principales, y aunque al principio fue difícil comer, el apoyo de Max hizo que el proceso fuera más llevadero.

A pesar de la incomodidad ocasional de los mareos, me aferré a la esperanza de una recuperación completa. Me recostaba en el sofá con frecuencia, tratando de evitar movimientos bruscos que pudieran desencadenar los mareos. Max estaba a mi lado casi todo el tiempo, su presencia constante me ofrecía una sensación de seguridad y comodidad que era inestimable.

Los días avanzaron y, aunque el dolor de garganta y la falta de apetito seguían siendo desafíos, el tiempo y el cuidado me llevaron hacia una recuperación más completa. Las visitas ocasionales al médico confirmaban que mi cuerpo estaba sanando bien y que, aunque había sufrido una gran destrucción temporal, estaba en camino hacia la recuperación.

Wildest dream || Chestappen Donde viven las historias. Descúbrelo ahora