Viaje a la ciudad

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Una vez al mes, mis padres se dirigían a la ciudad más cercana para hacer la compra, un viaje de tres horas de ida y tres de regreso. Normalmente, optaban por quedarse en la ciudad y regresar al día siguiente. Al menos, eso era lo que decían.

—¡Checo! —escuché la voz de César entrando corriendo en la habitación junto a Lando—. Los truenos se escuchan muy feo.

Ambos niños sollozaban, sus caritas llenas de miedo. Los truenos resonaban como cañones, haciendo que toda la casa temblara.

—Vengan —les dije, levantando la sábana para que se metieran.

Se acurrucaron a mi lado, temblando ligeramente. Les conté un pequeño cuento para tranquilizarlos, y poco a poco, sus sollozos se transformaron en suspiros tranquilos mientras se volvían a dormir.

De repente, un trueno particularmente fuerte hizo que la casa se quedara en completa oscuridad. La tormenta había provocado un apagón.

—No puede ser —bufé, levantándome cuidadosamente para no despertar a los dos más pequeños.

Con la ayuda de una lámpara, busqué mis pantuflas. Teníamos que revisar la caja de electricidad y ver si podíamos solucionar el problema.

—Max —murmuré al acercarme a su cama—. Ayúdame a revisar la caja de electricidad.

—No —respondió desde debajo de sus cobijas, su voz amortiguada por el sueño.

—No fue una pregunta —le dije, empujándolo de la cama con un movimiento firme.

Max cayó al suelo con un golpe sordo, levantándose de inmediato con una expresión de enojo en su rostro.

—Trae los fusibles —le ordené, mirándolo fijamente.

—Eres un... —murmuró, su rostro mostrando molestia, pero no terminó la frase. Finalmente, se levantó, aún con una expresión de disgusto.

Salimos al pasillo, la casa sumida en una oscuridad total excepto por el tenue resplandor de mi lámpara. Max caminaba detrás de mí, su actitud claramente de mal humor.

—Deberías aprender a ser menos mandón —gruñó mientras bajábamos las escaleras.

—Y tú deberías aprender a cooperar —respondí sin mirarlo, centrado en encontrar la caja de fusibles.

Llegamos al sótano, donde la caja de electricidad estaba ubicada. El lugar estaba húmedo y frío, y la luz de la lámpara proyectaba sombras inquietantes en las paredes.

—Aquí está —dije, señalando la caja.

Max suspiró y se acercó, sosteniendo los fusibles que habíamos traído. Abrí la caja y comencé a inspeccionar el daño, tratando de identificar qué había causado el apagón.

—Parece que uno de los fusibles se quemó —murmuré, sacando el fusible dañado y reemplazándolo con uno nuevo.

Max observaba en silencio, su usual sarcasmo ausente por una vez. La tormenta continuaba rugiendo afuera, y la presión de la situación parecía haberlo dejado sin ganas de discutir.

Después de unos minutos de trabajo, logré reemplazar todos los fusibles necesarios. Cerré la caja y regresamos al interior de la casa, esperando que la electricidad volviera.

—Vamos a ver si funciona —dije, subiendo de nuevo las escaleras hacia el salón principal.

Encendí el interruptor y, para nuestro alivio, las luces parpadearon antes de encenderse completamente. La electricidad había regresado.

—Buen trabajo —dijo Max, aunque con un tono forzado.

—Gracias por tu ayuda —respondí, sintiendo que, aunque solo por un momento, habíamos trabajado juntos sin pelearnos.

Wildest dream || Chestappen Donde viven las historias. Descúbrelo ahora