Enfrentar la cosas de frente

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Cuando llegué a casa, todo estaba apagado. El silencio era palpable, y la oscuridad se sentía pesada, casi sofocante. Caminé lentamente hacia mi habitación, mi mente todavía revuelta con pensamientos y emociones conflictivas. Al abrir la puerta, vi a Max sentado en mi cama, su silueta apenas visible en la penumbra.

—¿Huirás de nuevo?— me preguntó, su voz rompiendo el silencio de la noche.

—No,— respondí, sentándome a su lado. Podía sentir la tensión en el aire, la urgencia de la conversación que ambos sabíamos que teníamos que tener.

—¿Por qué lo hiciste?— su pregunta era directa, sin rodeos.

—Porque tengo miedo,— admití, mi voz temblando—. Porque esto no está bien, lo que siento.— Lo miré a los ojos, sintiendo las lágrimas empezar a acumularse.

—Yo también lo siento,— confesó él, su voz suave y cargada de emociones.

—Esto no puede pasar,— dije, arrugando el ceño—. Somos hermanos.

—No lo somos,— me miró intensamente—. Nunca nos hemos visto como tales. ¿O tú sí?

—No,— bajé la mirada, sintiéndome derrotado.

—Lo que pasa entre nosotros no se formó desde el beso en ese sótano,— continuó, su tono más firme—. Siempre lo supimos, Sergio.—

Negué con la cabeza, rechazando sus palabras aunque sabía en mi corazón que eran verdad. En ese momento, Max se inclinó hacia mí, sus labios buscando los míos. Pero me aparté bruscamente.

—Esto está mal,— dije, levantándome—. Esto jamás pasará, Max.— Tomé mi almohada de la cama, mi decisión ya tomada—. Me iré a dormir a la sala,— anuncié, sintiendo las lágrimas correr por mis mejillas.

Salí de la habitación sin mirar atrás, mis pasos resonando en el pasillo oscuro. Cada paso que daba me alejaba más de Max, pero también sentía que me alejaba de una parte de mí mismo. Llegué a la sala y me tumbé en el sofá, abrazando la almohada contra mi pecho, intentando ahogar el dolor que sentía.

El silencio de la casa era ensordecedor, cada sombra parecía esconder un susurro de mis propios pensamientos. Cerré los ojos, tratando de bloquearlo todo, pero las lágrimas seguían cayendo, cada una llevando consigo un poco más de mi resistencia. No podía negar lo que sentía, pero tampoco podía permitir que sucediera.

Pasé la noche en la sala, en un duermevela inquieto, luchando contra mis propios demonios. Al amanecer, la luz comenzó a filtrarse por las ventanas, trayendo consigo una calma que apenas lograba penetrar mi tormenta interna. Sabía que enfrentar lo que sentía por Max sería un desafío constante, una batalla entre el corazón y la razón. Pero por ahora, lo único que podía hacer era seguir adelante, un paso a la vez, con la esperanza de que algún día, las cosas encontrarían su lugar.

Los días comenzaron a pasar cada vez más lentos, como si el tiempo mismo se hubiera decidido a castigarme con su implacable lentitud. Antes, había sido sutil al evitar a Max, pero ahora, mi distancia era evidente. Me mantenía firmemente en mi propio mundo, aislado de todo lo que me recordara a él.

Por primera vez, no me involucraba cuando Max y Victoria se peleaban, una constante en nuestra casa. Sus gritos y discusiones llenaban el aire, pero yo permanecía impasible, fingiendo no escuchar. Cuando Max discutía con nuestros padres, tampoco intervenía. Era una batalla interna la que me mantenía al margen, una lucha entre lo que sentía y lo que sabía que debía hacer.

Los demás empezaron a notar mi comportamiento. Me preguntaban si me pasaba algo, pero siempre me negaba a hablar. Guardaba mi tormento para mí mismo, sin compartirlo con nadie. Mis hermanos más pequeños me miraban con preocupación, pero yo simplemente les sonreía, tratando de asegurarles que todo estaba bien.

Me refugié en el granero, un lugar que siempre había sido mi santuario. Me senté en un rincón, lejos de todo, y finalmente dejé que las lágrimas cayeran. No podía seguir fingiendo. No podía ignorar lo que sentía por Max, por mucho que lo intentara. Me repetía a mí mismo que no podía sentir nada por él, que era incorrecto, que estaba mal. Pero esas palabras se sentían vacías, sin poder.

Las paredes del granero parecían cerrarse sobre mí mientras sollozaba. Los recuerdos de Max y de todo lo que habíamos compartido inundaban mi mente. Recordaba sus sonrisas, sus miradas, el calor de su presencia. ¿Cómo había permitido que esto sucediera? ¿Cómo había dejado que mis sentimientos se salieran de control?

Me pasé horas allí, perdido en mi dolor. El cielo afuera se oscureció, pero no me moví. La noche trajo consigo una fría quietud, pero incluso en la oscuridad, mis pensamientos seguían atormentándome. Me preguntaba si alguna vez sería capaz de superarlo, de dejar atrás lo que sentía por Max y seguir adelante.

Finalmente, con los ojos hinchados y la cabeza pesada, me levanté y regresé a la casa. La familia estaba reunida en la sala, pero yo no tenía fuerzas para unirme a ellos. Me dirigí directamente a mi habitación, cerrando la puerta detrás de mí. Me desplomé en la cama, sintiéndome vacío y agotado.

Cada día que pasaba se sentía como una eternidad, una constante lucha interna que me consumía. Intentaba concentrarme en mis responsabilidades, en ayudar en la casa y en el campo, pero mi mente siempre volvía a Max. Era un ciclo interminable de dolor y confusión, y no veía una salida.

Wildest dream || Chestappen Donde viven las historias. Descúbrelo ahora