Carreras y ganadores

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Todo estaba marchando bien en la casa, a su rara manera. Las tensiones aún existían, pero había un aire de colaboración que antes era impensable. En la cocina, el aroma de una comida casera llenaba el aire, y las risas de los niños resonaban por los pasillos.

—Cuidado —, se quejó Victoria al ver pasar a César y Lando corriendo a su lado.

—¡Lo sentimos! —gritaron ambos sin dejar de correr, uno al lado del otro, con las mejillas sonrojadas por la excitación del juego.

Últimamente, los hermanos Verstappen se habían incluido un poco más en la dinámica familiar. A su manera distante, empezaban a formar parte del grupo. Victoria, aunque aún mostraba reticencia, se llevaba mejor con Catalina. Las risas y las conversaciones eran más frecuentes entre ellas, un pequeño milagro en sí mismo.

Decidí salir a cabalgar, disfrutando de la libertad que me ofrecía el campo abierto. A mi lado iban Max y Patricio, cada uno en su propio caballo. El viento en mi cara y el sonido rítmico de los cascos contra el suelo me daban una sensación de paz que no encontraba en ningún otro lugar.

Llegamos hasta la cerca y, para mi sorpresa, vi a alguien allí.

—Lewis —lo saludé al verlo montado en su propio caballo.

—Checo —me saludó de vuelta con una sonrisa.

—¿Quién es? —preguntó Max frunciendo el ceño, siempre desconfiado de los extraños.

—Soy Lewis Carl Davidson Larbalestier Hamilton —se presentó con una sonrisa—. Pero puedes decirme Lewis.

Max lo miró de arriba abajo y, con su habitual arrogancia, respondió.

—Prefiero no hablar contigo —sonrió con desdén, haciendo que yo rodeara los ojos.

—¿Y qué haces aquí? —le pregunté a Lewis, intentando desviar la atención de la hostilidad de Max.

—Vine a ver si querían unirse a nosotros mañana para un pequeño evento en el pueblo por su aniversario—dijo Lewis con entusiasmo—. Hay una competencia de equitación y pensé que podrías estar interesado. Me dijiste que te gustaba montar y pensé en ti en cuanto supe lo de la carrera.

Patricio y yo intercambiamos miradas. Era una buena oportunidad para despejar la mente y disfrutar de algo diferente.

—¿Qué dices, Max? —le pregunté.

Max suspiró, mirando a Lewis con desconfianza.

—Supongo que no tengo nada mejor que hacer —murmuró finalmente.

Al regresar a casa, con la emoción aún vibrando en el aire, les contamos a todos sobre la competencia. Las caras de mis hermanos se iluminaron con entusiasmo.

—¿Podemos competir también? —preguntó Paola, ya imaginándose en la pista.

—Claro, ¿por qué no? —respondí sonriendo.

Max, Patricio, Antonio, Paola y yo decidimos competir, y toda la familia se preparó para apoyarnos. La emoción en el aire era palpable mientras nos alistábamos. Esa noche, la casa estaba llena de actividad mientras buscábamos la mejor ropa de equitación y nos asegurábamos de que los caballos estuvieran listos.

A la mañana siguiente, el sol brillaba intensamente cuando llegamos al lugar de la competencia. La atmósfera era eléctrica con el bullicio de la gente, el relincho de los caballos y el crujido del heno bajo nuestros pies. Mis padres, César, Lando, Catalina, Pedro, Cecilia, y Victoria se acomodaron en las gradas, listos para animarnos.

—¡Buena suerte! —gritó César, agitando los brazos con entusiasmo.

Nos alineamos en la pista de inicio, los caballos nerviosos pero listos. Podía sentir la tensión en el aire mientras miraba a mis hermanos y luego a Max, quien estaba enfocado en la línea de meta.

Wildest dream || Chestappen Donde viven las historias. Descúbrelo ahora