Convivencia

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El aire del ático estaba cargado de tensión. Las constantes peleas con Max habían llegado a un punto crítico, y aquella tarde, mi paciencia finalmente se agotó. Encontré una de sus camisas caras, esa que siempre presumía como si fuera un trofeo, y la sostuve entre mis manos temblorosas de furia. Con un encendedor en la otra mano, acerqué la llama a la tela fina, observando cómo el calor comenzaba a teñirla de un color oscuro.

—¡Sergio, no lo hagas! —gritó Max, entrando al cuarto con el rostro contorsionado por la ira.

—¡Arruinaste mi colección de libros! —repliqué con una voz cargada de resentimiento.

Desde el momento en que nos mudamos al campo, los problemas no habían dejado de surgir. A pesar de ser de los hermanos mayores, éramos los que más peleábamos. Las diferencias entre nosotros eran profundas, y cada día traía una nueva disputa.

—Esa camisa es demasiado cara, jamás podrías pagarla —dijo Max con arrogancia, sus ojos fulminándome.

—No me importa —respondí con frialdad, mientras la llama comenzaba a devorar el borde de la camisa.

Max se lanzó hacia mí con furia, intentando arrebatarme la camisa de las manos.

—¡Eres un...! —empezó a gritar, pero no terminó la frase.

Con el corazón latiendo desbocado, corrí hacia la puerta, esquivando su ataque. Max se veía más molesto que nunca, sus ojos brillando con una mezcla de rabia y desesperación. Salí corriendo del cuarto, dejando atrás el humo y el olor a tela quemada.

Bajé las escaleras a toda prisa, mi mente nublada por la adrenalina. El pasillo de la planta baja se alargaba ante mí como un túnel interminable, y los ruidos de la casa parecían amplificados. Podía escuchar a mis hermanos en el comedor, ajenos a nuestra pelea, riendo y hablando.

Me detuve un momento para recuperar el aliento, apoyándome contra la pared. Las imágenes de Max gritando y la camisa quemándose se repetían en mi mente como un mal sueño. Sabía que la situación estaba fuera de control, pero no podía evitar sentirme atrapado en un ciclo de rencor y venganza.

—¡Sergio! —la voz de Max resonó desde las escaleras, y supe que no tardaría en alcanzarme.

Sin pensarlo dos veces, me dirigí hacia la puerta trasera, empujándola con fuerza y saliendo al jardín. El aire fresco me golpeó el rostro, y por un momento, me sentí libre. Corrí hacia los árboles que bordeaban el terreno, buscando refugio en la naturaleza. El sonido de mis pasos sobre la hierba y las hojas crujientes era el único que me acompañaba, y por unos instantes, pude dejar de pensar en todo lo que había pasado.

Me detuve bajo un árbol grande, su sombra ofreciéndome un respiro. Miré hacia la casa, viendo a Max en la puerta, su silueta recortada contra la luz del interior. Respiré hondo, tratando de calmar mi mente y mi corazón.

El árbol se alzaba ante mí como una promesa de escape. Con el corazón aún latiendo con fuerza, me aferré a una de las ramas bajas y comencé a subir, sintiendo la áspera corteza bajo mis manos. Pero antes de poder avanzar más, sentí un tirón en mi pie. Miré hacia abajo y vi a Max con una expresión decidida, sus manos aferradas a mi tobillo.

—¡Déjame ir! —grité, tratando de liberarme.

Con un tirón fuerte, Max me hizo perder el equilibrio, y caí al suelo con un golpe que me dejó sin aliento. El dolor se extendió por mi espalda y mi costado, pero no dejé que eso me detuviera.

—Disculpate —me ordenó, su voz firme y autoritaria.

—Prefiero morir —respondí con desafío, levantándome como pude. El dolor en mi costado apenas me dejaba respirar, pero la adrenalina me impulsó a seguir adelante.

Wildest dream || Chestappen Donde viven las historias. Descúbrelo ahora