Aliada

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Los días comenzaron a mejorar, y con ellos, mi salud también. La debilidad y los mareos gradualmente se desvanecieron, reemplazados por una energía renovada que me permitió volver a mis actividades cotidianas. Comer volvió a ser una experiencia agradable, y mi apetito lentamente se normalizó. Con cada día que pasaba, me sentía más fuerte y más capaz de enfrentar los desafíos del día a día.

Max estaba a mi lado en todo momento, asegurándose de que no me esforzara demasiado y cuidando de mí con un amor inquebrantable. Sin embargo, sabíamos que necesitábamos ser más cautelosos. Nuestra relación no convencional requería un nivel de discreción que a veces resultaba abrumador, pero con la ayuda de Victoria, encontramos maneras de estar juntos sin levantar sospechas.

Victoria se convirtió en nuestra única aliada. Comprendía la situación y, a pesar de las tensiones iniciales, decidió ayudarnos a mantener nuestra relación en secreto. Su apoyo fue crucial, especialmente cuando ideó diversas coartadas para que Max y yo pudiéramos pasar tiempo juntos.

Una tarde, mientras Max y yo estábamos en el granero, Victoria se encargó de vigilar la entrada. Estaba sentada cerca de la puerta, fingiendo estar ocupada con su teléfono, pero siempre atenta a cualquier movimiento que pudiera indicar la llegada de nuestros padres. Esto nos permitió relajarnos y disfrutar de unos momentos de tranquilidad, lejos de las miradas inquisitivas.

—¿Cuánto tiempo tenemos? —pregunté con una sonrisa coqueta.

—Lo que queramos, Victoria está afuera y no se moverá hasta que salgamos—respondió con una sonrisa traviesa.

Aprovechamos esos momentos para hablar, reír y simplemente disfrutar de la compañía del otro. Nos besábamos con suavidad, sabiendo que cualquier sonido o movimiento repentino podría alertar a alguien. Pero con Victoria vigilando, nos sentíamos más seguros y libres para expresar nuestro amor.

Otra vez, Victoria se aseguró de que Max y yo pudiéramos estar juntos en nuestra habitación sin levantar sospechas. Fingió tener un proyecto de la escuela que requería su total atención en la sala de estar, desviando la atención de nuestros padres hacia ella y permitiéndonos disfrutar de un tiempo a solas.

—¿Crees que alguien sospeche? —pregunté, mientras Max cerraba la puerta con cuidado.

—No, Victoria se está encargando de todo —dijo, acercándose para besarme suavemente.

Nos recostamos en la cama, disfrutando de la intimidad y la cercanía. Cada momento que compartíamos era un tesoro, sabiendo lo frágil que era nuestra situación. Hablábamos de nuestros sueños y planes futuros, soñando con un día en el que no tendríamos que ocultar nuestro amor.

Victoria también encontraba maneras ingeniosas de hacer que Max y yo estuviéramos juntos sin levantar sospechas. Organizó salidas en grupo, donde siempre se aseguraba de que Max y yo termináramos sentados juntos, ya fuera en el auto, en el cine, o incluso durante las comidas familiares.

—¡Vamos, todos! Vamos a ver una película —anunció un día, con una sonrisa cómplice.

Durante la película, nos sentamos al fondo, y con las luces apagadas, aprovechamos para tomarnos de las manos y compartir pequeños gestos de cariño. Victoria, sentada a nuestro lado, se aseguraba de que nadie nos prestara demasiada atención, hablándoles a los demás y manteniéndolos distraídos.

En otra ocasión la tarde era cálida y soleada, un perfecto pretexto para alejarnos un rato de la rutina. Victoria, con su ingenio habitual, inventó una excusa convincente para que Max y yo pudiéramos disfrutar de unos momentos a solas.

—Necesito unas flores para mi proyecto de botánica —anunció Victoria en la cocina, asegurándose de que nuestros padres la escucharan—. Max, Sergio, ¿pueden ir a buscarlas? Están en el prado cerca del arroyo.

Nuestros padres asintieron sin sospechar nada, y Max y yo salimos de la casa con entusiasmo, agradecidos por la oportunidad de estar juntos. Caminamos un buen rato, disfrutando del aire fresco y la libertad que nos brindaba el campo abierto. Cuando llegamos a un claro rodeado de árboles y flores silvestres, nos detuvimos y extendimos una manta en el suelo.

—Amo estar así —dije, mirándolo a los ojos y sintiendo una oleada de felicidad.

—Yo igual —respondió Max, acercándose para besarme.

El beso comenzó suave, pero pronto se volvió más apasionado. Max me aprisionó contra la manta, su cuerpo firme sobre el mío. Sentí su calidez, y el mundo a nuestro alrededor desapareció. Solo existíamos él y yo, y el amor que compartíamos.

—Te amo —susurró, sus labios rozando los míos.

—Yo también te amo —respondí, dejando que mis manos exploraran su espalda.

Hacer el amor con Max siempre era una experiencia mágica, y esa tarde no fue la excepción. Cada toque, cada beso, cada susurro se sentía intensamente. Nos movíamos juntos en una danza de pasión y ternura, completamente perdidos el uno en el otro. Sentía cada latido de su corazón, cada respiración, y el mundo parecía detenerse en esos momentos de intimidad.

Después, nos quedamos acostados en la manta, abrazados, disfrutando de la cercanía. El sol comenzaba a descender, pintando el cielo de tonos rosados y anaranjados. Suspiré de felicidad, sintiéndome completo y en paz.

—Deberíamos volver —dijo Max suavemente, acariciando mi cabello—. No queremos que sospechen.

Asentí, aunque parte de mí deseaba quedarme ahí para siempre. Nos levantamos y nos vestimos, arreglando la manta y asegurándonos de no dejar rastro de nuestra presencia. Caminamos de regreso a casa, riendo y hablando de todo y de nada, disfrutando de cada segundo que podíamos pasar juntos.

Al llegar, vimos a Victoria ocupada en la cocina. Nos miró con una sonrisa cómplice y nos guiñó un ojo, asegurándonos que todo estaba bajo control. Nos incorporamos a nuestras labores diarias, tratando de actuar con normalidad. Sin embargo, cada vez que nuestras miradas se cruzaban, sentía un cálido cosquilleo en el pecho, recordando nuestro momento en el prado.

Wildest dream || Chestappen Donde viven las historias. Descúbrelo ahora