Movimientos

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Los meses pasaron y Max seguía sin reaccionar. Cada día, la esperanza y la desesperación se mezclaban en mi corazón. No me había movido mucho del hospital, solo para los chequeos del embarazo y para descansar un poco. Mis días se resumían en sentarme al lado de Max, sostener su mano y hablarle, con la esperanza de que en algún lugar, él me escuchara.

Con tristeza, lo miraba en la cama del hospital, su rostro sereno pero inmóvil. Cada día que pasaba, la incertidumbre y el dolor se hacían más profundos. A pesar de todo, me aferraba a la esperanza de que algún día abriría los ojos.

—Nuestro bebé ya está más grande —dije una tarde, con lágrimas en los ojos—. Sé que cuando despiertes, estarás igual de emocionado que yo.

Apreté mis labios, tratando de contener las lágrimas, pero el dolor era demasiado grande. Me incliné hacia él, apretando su mano con fuerza.

—Leí el mensaje que le mandaste a Victoria —continué, mi voz temblorosa—. Dijiste que me amabas y que volverías.

Un sollozo se escapó de mis labios, y las lágrimas cayeron sin control. Apreté sus manos, esperando que de alguna manera, él sintiera mi amor y mi desesperación.

—Por favor, Max —susurré, mi voz rota—. Despierta. Te necesitamos. Yo te necesito.

Los días se sucedían en un ciclo interminable de espera y dolor. Cada visita al médico para mis chequeos de embarazo era un recordatorio de la vida que crecía dentro de mí, una vida que Max y yo habíamos creado juntos. Pero la alegría de esa noticia se veía ensombrecida por su ausencia.

Hablaba con Max sobre nuestro bebé, le contaba cada detalle, cada pequeño cambio. Esperaba que mi voz y mis palabras lo trajeran de vuelta a nosotros. Pero cada día, su inmovilidad era un recordatorio cruel de la fragilidad de la vida.

Las enfermeras y los médicos me miraban con una mezcla de compasión y preocupación. Sabían que mi salud también estaba en juego, pero no podía alejarme de él. Cada momento lejos de su lado era un tormento.

—Max —le dije una noche, mientras las lágrimas caían sin cesar—. Te prometo que estaré aquí, esperando. No importa cuánto tiempo tome, no me rendiré. Porque te amo, y sé que tú también me amas.

Mis palabras resonaban en la habitación silenciosa, y el dolor en mi corazón se hacía más agudo con cada día que pasaba. Pero a pesar de todo, me aferraba a la esperanza de que algún día, Max abriría los ojos y volveríamos a estar juntos, para enfrentar cualquier cosa que la vida nos pusiera en el camino.

El hospital se había convertido en mi segundo hogar. Cada rincón, cada sonido y cada aroma se habían impregnado en mi memoria. Pasar los días junto a Max, hablando con él y esperando que despertara, se había convertido en mi rutina. Sin embargo, había una verdad que ya no podía seguir ocultando. Mi embarazo, de seis meses, apenas se veía, pero mantenerlo escondido estaba resultando imposible. Sabía que era momento de revelarlo a mi familia.

La oportunidad perfecta se presentó cuando todos vinieron a visitar a Max. Victoria, que ya sabía de mi situación, me ayudó llevándose a los más pequeños de la habitación para jugar. Quedaron solo los mayores y nuestros padres. Mi corazón latía con fuerza mientras me preparaba para hablar. La tensión en el aire era palpable.

—Mamá, papá —comencé, mi voz temblorosa—. Hay algo que necesito contarles.

Las miradas se volvieron hacia mí, expectantes y preocupadas. Tomé aire, tratando de calmar mis nervios.

—Estoy... —vacilé un momento, pero mamá me dio una mirada de aliento—. Estoy embarazado.

El silencio en la habitación era ensordecedor. Podía sentir el peso de sus miradas, el shock y la incredulidad. Mi madre fue la primera en reaccionar.

Wildest dream || Chestappen Donde viven las historias. Descúbrelo ahora