Velocidad

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Al día siguiente, me desperté con la luz del amanecer filtrándose por la ventana. Max ya estaba despierto, su mano acariciando suavemente mi cabello mientras yo abría los ojos.

—Buenos días— murmuró con una sonrisa, su voz aún cargada de sueño.

—Buenos días— respondí, estirándome y sintiendo una ligera punzada de dolor en mi cuerpo, recordatorio de la noche anterior.

Max y yo nos alistamos rápidamente para ir al hospital a ver al nuevo integrante de la familia, nuestro hermanito que había nacido en la madrugada. La emoción era palpable mientras nos vestíamos, cada uno perdido en sus pensamientos sobre lo que significaría tener un nuevo miembro en nuestra familia.

—¿Estás listo?— preguntó Max, sus ojos brillando de emoción mientras terminaba de ponerse la chaqueta.

—Sí, vamos— respondí, ajustando mi camisa y asegurándome de que todo estuviera en su lugar.

Salimos de la casa y nos dirigimos hacia el auto de Max, un deportivo de color negro que relucía bajo el sol de la mañana. Max tomó el volante con una sonrisa confiada y encendió el motor, que rugió con potencia.

—Max, maneja más despacio— dije con un toque de nerviosismo cuando salimos a la carretera y sentí la velocidad aumentar rápidamente.

—No te preocupes, sé lo que hago— respondió con una sonrisa, sus ojos brillando de entusiasmo mientras aceleraba más.

La velocidad del auto aumentó, y al principio, el miedo me invadió. El paisaje pasaba como un borrón a nuestro alrededor, y cada curva tomada a alta velocidad me hacía aferrarme al asiento con fuerza. Pero poco a poco, la adrenalina comenzó a apoderarse de mí. El viento en mi rostro, el sonido del motor rugiendo, la sensación de libertad y velocidad… todo se combinaba para crear una experiencia emocionante.

—¡Woohoo!— grité, riendo mientras la adrenalina se convertía en pura emoción.

Max me miró de reojo y sonrió, compartiendo mi risa mientras seguía acelerando. El mundo exterior desapareció en un torbellino de movimiento y ruido, dejándonos solo a nosotros dos y la emoción del momento.

Finalmente, llegamos al hospital. Max redujo la velocidad y estacionó el auto con habilidad, el motor aún rugiendo suavemente cuando se apagó. Nos bajamos del auto y nos dirigimos hacia la entrada, ambos riendo y hablando animadamente sobre el viaje.

Dentro del hospital, el ambiente era tranquilo, con un aire de expectación y alegría. Nos dirigimos hacia la sala de maternidad, donde nuestra madre y nuestro nuevo hermanito nos esperaban. El pasillo estaba decorado con globos y carteles de felicitación, y el aroma a flores frescas llenaba el aire.

Cuando entramos en la habitación, vi a nuestra madre recostada en la cama, sosteniendo a un pequeño bulto envuelto en una manta. Su rostro estaba radiante de felicidad y cansancio.

—Hola, mamá— dije suavemente, acercándome a la cama con una sonrisa.

—Hola, cariño— respondió ella, su voz llena de amor mientras me entregaba al bebé.

Tomé al pequeño en mis brazos, sintiendo su cálida presencia y la fragilidad de su cuerpo. Max se acercó también, su mirada llena de ternura mientras observaba al nuevo miembro de nuestra familia.

—Es hermoso— susurré, mirando al bebé que dormía plácidamente.

—Sí, lo es— respondió Max, su mano rozando suavemente la cabeza del bebé—. ¿Cómo se llama?

—Santiago— dijo mamá, sonriendo—. Santiago es su nombre.

Nos quedamos allí, en ese momento de pura felicidad, sabiendo que nuestra familia había crecido y que estábamos juntos para darle la bienvenida. Mientras sostenía a Santiago y miraba a Max, supe que sin importar los desafíos que vinieran, juntos podríamos enfrentarlos y salir adelante.

De regreso del hospital, Victoria decidió de último momento irse con nuestros padres, dejando a Max y a mí para volver solos en su deportivo. No podía negar que me sentí aliviado de tener un poco de tiempo a solas con Max. Los eventos recientes habían sido un torbellino de emociones, y una parte de mí anhelaba un momento tranquilo con él.

—Vamos, Sergio— dijo Max, sonriendo mientras nos dirigíamos al auto—. Será un viaje rápido.

Nos subimos al auto y Max arrancó el motor, el rugido familiar llenando el aire. Comenzamos el trayecto de vuelta, y aunque la velocidad ya no me intimidaba tanto, aún me sentía algo nervioso. Sin embargo, la presencia de Max y la emoción del momento hicieron que me relajara rápidamente.

A mitad de camino, Max de repente frenó el auto en una sección tranquila de la carretera. Me miró con una sonrisa traviesa y abrió la puerta del conductor.

—¿Qué haces?— pregunté, confundido.

—Te voy a enseñar a manejar— respondió, saliendo del auto y rodeándolo para abrir mi puerta—. Vamos, Sergio, es hora de que sientas la verdadera emoción de la velocidad.

Salí del auto con una mezcla de emoción y nerviosismo. Nos cambiamos de lugar, y me senté en el asiento del conductor, sintiendo el cuero suave bajo mis manos mientras ajustaba los espejos y el asiento.

—Está bien, primero— comenzó Max, su voz calmada y alentadora—. Ajusta tu posición, pon las manos en el volante a las diez y dos, y respira hondo. Te guiaré paso a paso.

Seguí sus instrucciones, encendí el motor y sentí una oleada de adrenalina cuando el auto cobró vida. Max me enseñó cómo cambiar de marcha y controlar la velocidad. Al principio, mis movimientos eran torpes y vacilantes, pero con su guía paciente, pronto comencé a sentirme más cómodo.

—Muy bien, ahora acelera un poco más— dijo Max, su voz emocionada mientras observaba mis progresos—. Siente el poder bajo tus pies.

Aceleré, y el auto respondió con un rugido. El viento golpeó mi rostro, y una sensación de libertad y poder se apoderó de mí. La carretera se extendía ante nosotros, y cada kilómetro que avanzábamos, mi confianza crecía.

—¡Esto es increíble!— grité, riendo mientras sentía la adrenalina inundar mi cuerpo.

Max me miró con una sonrisa amplia, compartiendo mi emoción. Seguimos conduciendo, y cada vez que cambiaba de marcha o aceleraba, Max me alentaba, su entusiasmo palpable.

Finalmente, después de un rato, encontramos un lugar tranquilo junto al camino donde pudimos detenernos y cambiar de lugar nuevamente. Max tomó el volante y seguimos nuestro camino de regreso a casa, pero la emoción de la experiencia todavía burbujeaba dentro de mí.

—¿Te gustó?— preguntó Max, su voz llena de satisfacción.

—Sí, fue increíble— respondí, sonriendo—. Gracias por enseñarme, Max. Fue una experiencia que nunca olvidaré.

—Lo sabía— dijo, riendo—. Ahora entiendes por qué me encanta la velocidad. Es una forma de sentirte libre, de escapar por un momento de todo lo que te preocupa.

Asentí, comprendiendo sus palabras. La velocidad y la adrenalina habían sido una liberación, una forma de desconectar de todo lo que nos rodeaba y simplemente vivir el momento. Mientras nos acercábamos a casa, supe que ese día había sido uno de los mejores días de mi vida.

Wildest dream || Chestappen Donde viven las historias. Descúbrelo ahora