Treguas y traiciones

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Después del incidente con mamá, Max y yo nos encontramos en una especie de tregua incómoda. Ambos acordamos, más por conveniencia que por convicción, intentar llevarnos bien al menos delante de mamá. Era un acuerdo frágil, lleno de reservas y sarcasmo latente, pero era lo único que nos quedaba para evitar más confrontaciones directas.

Un día, mientras estaba en la cocina preparando algo para la cena, Max probó el queso que había preparado esa misma tarde. Su primera expresión de gusto se desvaneció rápidamente en disgusto cuando descubrió que no era de su agrado.

—Qué rico —dijo, justo cuando mamá pasaba cerca. Pero en cuanto ella se alejó, escupió el queso y frunció el ceño con disgusto—. Es lo peor que he probado en mi vida —murmuró, haciendo una mueca de desagrado.

Era claro que la actuación frente a mamá estaba lejos de ser perfecta. Habíamos fingido cambiar y cooperar muchas veces antes, pero siempre terminábamos volviendo a nuestras viejas dinámicas de rivalidad y desdén mutuo.

Decidí intentar otro enfoque. Con una sonrisa forzada, me dirigí a Max mientras él simulaba estar concentrado en algún trabajo escolar.

—¿Quieres que te ayude con la tarea? —pregunté, tratando de sonar amigable y servicial.

—Por supuesto —respondió él, devolviéndome una sonrisa igual de falsa.

Nos sentamos juntos, compartiendo el mismo espacio pero con una distancia emocional considerable. Mamá nos observaba con satisfacción desde la cocina, contenta de ver que, al menos por ese momento, estábamos cooperando y siendo amables el uno con el otro.

Desde que Max y yo hicimos nuestro acuerdo tácito de llevarnos bien delante de mamá, la vida se convirtió en una serie de actuaciones cuidadosamente orquestadas, cada una más complicada que la anterior. Aunque sabíamos que era una tregua temporal, ambos nos esforzábamos por mantener las apariencias, incluso si eso significaba tragar nuestro orgullo y resentimiento.

Una tarde, mamá nos pidió que preparáramos el almuerzo juntos. Sabía que esto sería un desafío, pero acepté sin protestar. Max y yo nos encontramos en la cocina, rodeados de ingredientes frescos y utensilios de cocina.

—¿Puedes pasarme los tomates, por favor? —pregunté con una sonrisa forzada.

—Claro, aquí tienes —respondió Max, igualmente fingiendo cordialidad.

Trabajamos en silencio, cada uno concentrado en su tarea. Mamá pasó por la cocina, observándonos con una sonrisa de aprobación.

—Estoy tan contenta de verlos trabajando juntos —dijo, su voz llena de alegría.

Asentí y continué cortando los vegetales, sabiendo que la paz era temporal. En cuanto mamá salió de la cocina, Max se acercó y me susurró al oído.

—No creas que esto cambia algo. Sigues siendo un inútil en la cocina.

Le devolví la mirada con frialdad, pero no respondí. Sabía que cualquier comentario sarcástico solo empeoraría las cosas. Terminamos de preparar el almuerzo en un tenso silencio, cada uno conteniendo su frustración.

Otra vez, mamá nos pidió que limpiáramos el granero juntos. Era una tarea ardua, pero acepté, decidido a mantener la tregua.

—¿Puedes barrer aquella esquina? —le pregunté a Max, señalando el rincón más sucio del granero.

—Claro —respondió con una sonrisa fingida.

Mientras trabajábamos, mamá nos observaba desde la puerta, satisfecha con nuestra cooperación. Pero en cuanto se alejó, Max se volvió hacia mí.

Wildest dream || Chestappen Donde viven las historias. Descúbrelo ahora